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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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El mal llamado periodismo

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Empezamos el verano con la grabación de Villarejo a Ferreras y lo terminamos con el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner. Ambos asuntos hablan de lo mismo: el mal llamado periodismo dirige las balas, simbólicas o reales. El mal llamado periodismo puede destruir reputaciones, incluso vidas. El mal llamado periodismo es, demasiado a menudo, el arma que empuña la política para disparar. Algunos mal llamados periodistas —lo sabíamos antes de Ferreras— son pistoleros a sueldo de las élites políticas y empresariales. Arriba señalan al enemigo a abatir y abajo los mercenarios lo derriban. 

El proceso es siempre el mismo. Demonizan al personaje inventando falsedades, incluso falsas causas judiciales, lo deshumanizan hasta convertirlo en una rata a eliminar y cuando un fanático intoxicado por la agitación y la propaganda decide ejecutar la sentencia, culpan a la víctima de montar una conspiración para victimizarse y ganar popularidad. Ocurrió con Pablo Iglesias cuando le enviaron balas por correo, ocurre ahora con Cristina Fernández después del fallido atentado. La única diferencia es que el ex vicepresidente español no tiene el dudoso enriquecimiento de la multimillonaria vicepresidenta argentina. 

Pero cuando la izquierda es el objetivo, a la derecha no le duelen prendas por responsabilizar al perseguido de su persecución. Es lo mismo que hacen los machistas con las mujeres violadas: la culpa es suya que va provocando. Lo hicieron Ayuso y Vox —tanto monta, monta tanto— con Iglesias. Lo hace la oposición al peronismo con Fernández. En ambos casos, el mal llamado periodismo es el amplificador de la voz de su amo que irrita y polariza hasta dividir y quebrar nuestras sociedades. La grabación de Ferreras indigna porque aflora las cloacas que olíamos y confirma con pruebas lo que sabíamos, a saber, que los medios de comunicación tienen el poder de manipularnos y manipular la democracia. 

En un mundo mediatizado, la opinión publicada se confunde cada vez más con la opinión pública. El poder de los medios para mover sensibilidades y movilizar a las masas es mayor que nunca. Lo hemos visto con el Brexit, Trump o con la campaña de destrucción de Iglesias y Podemos cuando se convirtieron en verdadera alternativa. El mal llamado periodismo es el cáncer que multiplica las células malignas por el cuerpo social. Pero el buen periodismo es su cura, condición indispensable de la salud democrática, antídoto contra la mala prensa. 

Por eso, creo que se equivocan quienes atacan a buenos periodistas, que nada tienen que ver con las cloacas, por seguir en la cadena que dirige Ferreras, como el señaladísimo Antonio Maestre. No seamos ingenuos. Inda ya estaba allí y en otras tertulias. Hay muchos como él en radios, televisiones y periódicos. Lo que oímos en los audios de Villarejo no es ninguna sorpresa. Ocurre a diario en los áticos y las cloacas del poder. A diario los periodistas también sufrimos presiones y censuras, no solo los nuevos partidos, recuérdenlo cada vez que vean a un honrado plumilla partiéndose el cobre en los grandes medios. Hay que combatir el veneno no solo aquí fuera, también allí donde se produce. No podemos ceder espacios para dejárselos a quienes lo inoculan. La independencia no puede abocarnos a la irrelevancia.

Puedo entender la decisión de los compañeros de El Salto de dejar Al Rojo Vivo por la incomodidad después de escuchar a su director reconociendo que había dado cobertura a un burdo bulo, pero espero que busquen otras cadenas donde hacerse oír. Siempre lo he dicho: el periodismo no debe ser cuarto poder sino contrapoder. Necesitamos ser la contra a ese mal llamado periodismo. También le daría la vuelta a la manida frase “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Los periodistas tenemos una gran responsabilidad social, de ahí que tengamos un gran poder. No al revés.

Ustedes también lo tienen. No solo el buen periodismo neutraliza al mal llamado periodismo, también una ciudadanía crítica que elige a unos medios y periodistas frente a otros. El público es quien puede cancelar un programa si deja de verlo. No disparen al periodista que hace un buen trabajo, aunque a veces no diga lo que quieren oír. La independencia no es decir lo que tu público quiere escuchar sino decir lo que honestamente crees que debes decir.

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