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DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA

Rubén Martín Díaz: “La poesía no sólo está en el poema”

El poeta Rubén Martín Diaz en la ciudad de Albacete

José Iván Suárez

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Albacete está lleno de poetas, no descubrimos nada. En más de una ocasión hemos contado que la capital manchega es la ciudad de la poesía. Durante esta semana de celebración del día mundial, se están sucediendo los recitales y eventos, entre los que se cuenta un multitudinario acto en la Plaza del Altozano que congregó a cerca de 30 autoras y autores de la tierra. Hoy, el conocido Javier Lostalé, amigo en su juventud de Vicente Aleixandre, llega hasta Albacete para participar de un encuentro junto a Javier Lorenzo Candel y Rubén Martín Díaz.

Los versos no paran en medio del llano. Para conmemorar la fecha con nuestros lectores, hemos querido hablar con este último creador. Tomamos el pulso a uno de los poetas más reconocidos y leídos de la comunidad autónoma, Rubén Martín Díaz. Pero antes de preguntarle, dejamos que hablen sus versos: “Las altas catedrales / de la industria / expulsaban el humo del invierno / al cielo del polígono”.

En tan pocas palabras queda condensado el espíritu de su última obra, 'Lírica Industrial'; un poemario que recientemente recibió el Premio Alegría del Ayuntamiento de Santander y que ha sido editado por la mítica Rialp, sello donde ya publicó 'El minuto interior', que le valió el prestigioso Premio Adonáis. Y justo aquí arrancamos esta conversación, esta pugna limpia entre poesía y periodismo. 

La palabra, el barro artesano

De aquel premio que impulsó a Ruben han pasado quince años y desde entonces ha escrito otro puñado de libros, algunos galardonados y, todos, creados a conciencia. Con ese modo de operar el poema que le caracteriza, hondo y profundizando en el lenguaje. Este es el barro del artesano: la palabra. A Martín Díaz le rondaba ya algo en su interior cuando con 26 años, mientras desayunaba en el polígono industrial donde trabaja, encontró en el periódico el anuncio de una lectura poética de Ángel González, aquella misma tarde, en el viejo ayuntamiento de Albacete.

Cuenta el poeta que “no sabía quien era, pero ponía que era Premio Príncipe de Asturias de las Letras y esa es una base interesante; algo me dijo que tenía que ir. Llegué, me coloqué en una esquina, no conocía a nadie, el local estaba ”petao“ y aquello me deslumbró. Fue impresionante. El trato que había tenido con la poesía fue el del instituto y nada más.

La idea que yo tenía de la poesía estaba llena de prejuicios“. A aquella revelación le siguieron ”tres años que no te lo imaginas, era leer y escribir mañana, tarde y noche, fuera de lo que era trabajo y dormir, estaba todo el día con la poesía; fueron tres años en los que escribí cientos y cientos de poemas“. Un aprendizaje necesario o dicho de manera: ”La memoria recuerda / mi entrega en los inicios, / cuando escribir poemas no era menos / que una forma de arder en las palabras“. 

'Lírica industrial'

Estos versos aparecen en 'Lírica Industrial', un libro donde el poeta explora en nuevas imágenes y en un nuevo tono. Y, como decimos, solo es el último libro de un autor que antes también ha mostrado al mundo los libros “Contemplación”, “El mirador de piedra”, “Arquitectura o sueño”, “Fracturas” y “Un tigre se aleja”. Una obra poética que le ha convertido en una referencia. Para el poeta y crítico Arturo Tendero, Rubén es uno de los cinco poetas de peso en Albacete y no es fácil dada la cantidad y calidad de autores en esta provincia. En este sentido, Martín Diaz esta presente en no pocas antologías de los últimos años, alguna de ellas coordinada por otro genio albaceteño, Andrés García Cerdán, quien define a nuestro entrevistado como “gran lector, muy cuidadoso con el lenguaje y abierto al asombro de una belleza convulsa e inteligente”. 

Habla su poesía. Siempre atenta a la contemplación de la naturaleza, a la vida cotidiana, a los momentos familiares. Y hablan sus amigos. Buen poeta como él, Matías. M. Clemente nos da una pista sobre su persona: “Rubén es fijeza en varios sentidos, por un lado, anclaje férreo en el mundo, en su mundo, como una atalaya romana desde la que observa, por otro lado, fijeza como constancia, la misma que tiene un pájaro que emigra todos los años y busca su lugar sin descanso. Y así, como todo ser constante, Rubén es apasionado (al veleidoso no le da tiempo), con pasión escribe, lee y defiende sus ideas. Tiene la mala hostia necesaria para ser creador y la valentía requerida para agradecer y abrazar.

Sabe determinar cuáles son las prioridades que lo mantienen, y es en ese sentido “demostrativo”: esto, primero, eso y aquello, después. La escritura, para él, es una granada que guarda con el arrojo del que sabe que puede explotarle dentro, y por eso corre, para calmar la pólvora ¡Caray! Estoy describiendo al gentiluomo renacentista de Castiglione, y es que quizá lo sea“. Horas y horas han pasado conversando. Sin amistad, la poesía sería un triste refugio. O como sintetiza Clemente: ”La palabra, sin duda, es el mejor cimiento, el adobe más duradero para recrear los muros de una patria necesaria como es la amistad“. Qué certeza más bien dicha. 

“Sin lo que nos ha antecedido, no somos nada”, sugiere Rubén. Sin las lecturas de Eugenio de Andrade, Claudio Rodríguez, Guillermo Carnero, Pere Gimferrer, Juan Luis Panero, Miguel Ángel Velasco, Antonio Cabrera, Vicente Gallego o Ángel Aguilar, Rubén no sería el poeta que es. Y es, ante todo, un deudor de José Ángel Valente. “Es esencial, me da algo que no me dan otros autores; Valente ha ido creciendo según yo he ido creciendo como lector, cada vez que lo releo, lo voy redescubriendo, es mi poeta preferido”, confiesa el albaceteño y describe que en Valente hay capas ocultas, esa profundidad, ese desierto simbólico y real, ese tratamiento de la luz que siente tan cerca. Sin quererlo, conecta. 

Para Rubén Martín Díaz la poesía debe tener ese “pellizco”. Si no lo siente, le cuesta escribir. Hasta llegar a esta 'Lírica industrial' pasaron años. “No me vale escribir sobre la fábrica que es muy llamativo, pero que no haya todos estos elementos, como el ritmo o la emoción; lo importante era unificar esto”, reflexiona sobre la redacción del poemario. Cambió el chip, se forjó de humildad, buscó el tono preciso y así fue como encontró la trascendencia en las máquinas y en el rugir diario de la tecnología. Rubén se gana la vida como técnico de mantenimiento industrial. Un obrero que escribe poemas. Aprieta la tuerca y nos comparte: “Amaneció con lluvia en el polígono; / la luz de la farolas descolgándose / en hilos infinitos, / como hojas de palmera / bajo el sol vertical del mes de agosto”. 

Es una poesía capaz de contener el mundo

Rubén, un chico normal del barrio del Pilar en Albacete, se crió jugando en la calle, dándole patadas al bote y escondiéndose. De padres currantes, aprendió de ellos el amor por los libros y el valor del esfuerzo. Quizá no estaba predestinado a ser uno de los grandes poetas de su generación, pero lo es. El novelista Eloy. M. Cebrián nos ofrece algún detalle más que completan este perfil: “Rubén desmiente todos los prejuicios que se puedan tener sobre la figura del poeta y del intelectual en general. En lugar de pedante y engolado, es un tipo sencillo y natural”. Un tipo serio que practica deporte y que, prosigue Cebrián, “no debe confundirse la sencillez con la superficialidad. Él posee un inmenso y complejo mundo interior, una gran capacidad de observación más allá de las apariencias y un maravilloso don para la reflexión poética. De hecho, su poesía se le parece. En apariencia es sencilla, diáfana, luminosa. Sin embargo, sucesivas lecturas nos muestran nuevas y ricas capas de significados. Es una poesía capaz de contener el mundo”. 

“Entiendo la poesía como pura intuición”

Afirma el poeta: “Entiendo la poesía como pura intuición”. Pálpito siempre acompañado de oficio. Entramos en terrenos por los que a Rubén le gusta mucho caminar. El propio trabajo poético es materia de reflexión recurrente y conversación con, entre otros, Javier García Serrano, filólogo formado en Castilla-La Mancha y autor de una tesis sobre la obra de Martín Díaz. Sobre el territorio del poema, titula el poeta: “La métrica funciona como molde para orientar el cauce poético en la sonoridad natural del idioma que estamos utilizando y ahí es primordial”.

A Martín Díaz la rima le parece totalmente prescindible porque “mata la improvisación y sorpresa en el lector”. Lo que importa en el poema es la sonoridad interna de cada palabra, la música, el tono, el ritmo y la cadencia, “sin esto no hay poesía”. Aún más, Rubén sube el volumen de la voz Rubén y exclama que “en la verdadera poesía uno se purga para vaciarse de la mochila que llevamos todo humano”. Lo vocea no desde un púlpito sino desde su propia experiencia y la maestría que acarrea sin ostentación. 

Siempre se ha enseñado mejor con el ejemplo. Por eso, leemos: “Y entonces la palabra / que, temblando, como ave / que escapa de su jaula, / alzó su vuelo libre e inmortal / sobre la cima oscura del silencio: / y se hizo canto”. El proceso creador “es brutal”, afina Rubén y añade que “es un ejercicio de autoconocimiento; cuando un lector lee un poema de verdad, no es del todo el mismo que el que entró a leer ese poema; para mi el poema no es una estampa, no es un juego, ni un ejercicio de habilidad u originalidad, es, sobre todo, conocimiento”. Nos deja un penúltimo titular: “El poema es una maquinaria de hacerte madurar” y una última reflexión que queda suspendida en la conversación: “La poesía está en muchos ámbitos, no solo está en el poema”. 

La poesía está en muchos ámbitos, no solo está en el poema

'Lírica industrial' vuelve a ser un libro breve pero intenso. No más de una treintena de poemas en los que se reinventa sin abandonar su voz. La voz de un poeta en su madurez que ha sabido conjugar lo familiar con lo rutinario, las bujías metálicas con el vuelo de los pájaros, el territorio áspero del viento y la suavidad de las poleas. Consiguió asimilar la fábrica y ha sabido escribirla desde la entraña. Y el periodismo de la prisa termina devorando la calma de la poesía. Hasta aquí la entrevista a un padre, poeta y obrero, Rubén Martín Díaz. Para acabar, que se expresen sus versos: “Escribir poemas sin palabras, / uno que esté a la altura del silencio”. 

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