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Sobre este blog

Este blog es un espacio de colaboración entre elDiario.es de Castilla-La Mancha (elDiarioclm.es) y el Colegio de Ciencias Políticas y Sociología de Castilla-La Mancha para abordar diversas cuestiones sociales desde la reflexión, el entendimiento y el análisis.

La esencia de la política

Congreso de los Diputados

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En la Grecia clásica se definía a la política como “el arte de servir desinteresada y generosamente a los demás”. Para Sócrates el auténtico político es aquel que, allende cualquier mejora social, actúa sobre el alma misma de sus conciudadanos para producir una revolución moral. El objetivo que tiene la política está justamente ligado al orden social, teniendo en sus orígenes una estrecha afinidad con la moral y voluntad, ya que lo que apunta es justamente el bienestar social, la realización de actividades que apunten hacia la finalidad del bien común, donde los políticos son los encargados de oficiar como mediadores entre los distintos problemas de convivencia que surjan entre los individuos de una sociedad determinada.

La política condiciona el bien o el mal vivir de muchas personas, es un instrumento para implantar justicia social y mira al futuro más que al pasado. Por eso siempre me interesó la política como herramienta generadora de oportunidades y bienestar para los ciudadanos.

Venimos escuchando en cualquier tertulia de calle estos mensajes: “Yo no quiero saber nada de la política”, “todos los políticos son iguales”… Esta falta de interés se ve reflejada en los últimos estudios demoscópicos donde el 61% de los ciudadanos decía que la política le interesaba poco o nada o el 75% de los entrevistados calificaba la situación política como mala o muy mala. En concreto, los políticos, los partidos y la política en general figuran identificados como un problema en el 49,5% de las encuestas realizadas (Barómetro de diciembre de 2019 - Postelectoral de las elecciones generales de 2019 del CIS).

Si estos datos son preocupantes, aún lo es más el que nos indica que el 57% de los ciudadanos de 154 países, entre ellos España, afirman ya que están “insatisfechos” con la democracia y esta es la tasa más alta desde que la Universidad de Cambridge empezó a realizar este informe hace 40 años (Centro para el Futuro de la Democracia, Departamento de Política y Estudios Internacionales, Universidad de Cambridge).

En nuestro país esa desazón ante el clima político no solo ha llegado a los jóvenes, sino que se ha instalado en la franja de edad de 40 a 65 años, algo muy sobrevenido por la situación económica derivada de la pandemia. El descrédito de las instituciones se acentuó en 2008 con la crisis sufrida y la percepción de que los políticos no eran receptivos a las demandas sociales. A esto hay que añadirle esa polarización política tan rápida que ha sufrido nuestro país y que ha alimentado en exceso la crispación. Mientras en muchos otros países la confianza hacia su gobierno ha crecido tras la crisis del COVID-19, en España la situación de polarización que vivimos se ha acentuado con la pandemia.

Busquemos una política constructiva y no únicamente de fiscalización pura. Rebajemos ese nivel de tensión y repensemos nuestro Estado teniendo en cuenta las diferencias de unos y otros

¿Por qué esa desafección de la sociedad española hacia la política? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Por un lado, los casos concretos de mala praxis política que se han venido sucediendo desde hace tiempo en todos los actores políticos y en aquellos que han sacado provecho ilícito de dichos actores. Por otro lado el discurso del “nosotros somos los únicos que hacemos bien las cosas, todos los demás las hacen mal” sin razonamiento, modestia, ni realismo, sin ser capaces de reconocer aciertos del adversario y mucho menos errores propios. Todo esto lleva implícito la falta de diálogo y por ende de consenso, sobre todo en aquellos temas que son vitales para el desarrollo de nuestra sociedad.

¿Cómo revertir esta situación? Busquemos una política constructiva y no únicamente de fiscalización pura. Rebajemos ese nivel de tensión y repensemos nuestro Estado teniendo en cuenta las diferencias de unos y otros. Analicemos en qué tenemos que ponernos de acuerdo y cómo. Pensemos en la necesidad del entendimiento pero a largo plazo, fomentando aquello que llamamos muchas veces como Pactos de Estado y que tan necesarios y productivos fueron en 1977 para la transición democrática. No abusemos del 'framing' o lo que es lo mismo, de los ‘significantes vacíos’ simplemente para campañas y posibles réditos electorales, sino que dotémosles de contenido y relevancia para generar credibilidad social.

Debemos avanzar en esa ética del gobernante para dotar de eficacia a la política y al gobierno. El mejor régimen y el mejor gobierno se posibilita sólo desde la ética. El gobernante mentiroso y manipulador de la verdad puede ser exitoso pero es una rémora y un fracaso para su sociedad. El futuro depende de la gestión adecuada de los recursos, teniendo como único objetivo el bienestar de la población. Hay mucha gente con la formación y la capacidad de trabajo necesarios para cambiar las cosas. Un mejor país se construye con buenas acciones, no con indiferencia. Aprender de los errores del pasado y corregirlos es señal de sabiduría; hay situaciones que no se pueden repetir, son inadmisibles. La democracia es el único camino posible, pero hay que rescatar su esencia para garantizar el futuro y sentir el orgullo de ser un pueblo ejemplar, sin fisuras. Los gobernantes pasarán a la historia por el papel que desempeñen.

El diálogo y el pacto es la esencia del entendimiento y sin este, los pueblos están destinados a pelearse. Si dejamos la razón de lado y nos dejamos llevar solo por los sentimientos demostraremos una vez más que el ser humano es capaz de todo para conseguir sus objetivos. Por tanto, hay que pedir a los políticos que ejerzan su profesión de manera responsable, que se sienten, que dialoguen y que pacten, que hagan política, y así podremos seguir evolucionando como personas, como sociedad y como país.  

La esencia de la política no está en la forma, radica en la decisión de preservar o revolucionar el poder en una sociedad. 

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