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En el calor refractario de T. durante el insomnio nocturno escribo una larga carta. En realidad se trata de un largo informe sobre el calor, y su destinatario es un viejo amigo que gobernó durante ocho años una pequeña ciudad del tamaño de T. : querido amigo Albert Kohlberg, gracias a que eres poeta pudiste gobernar tu ciudad ayudado por árboles. Ordenaste a los jardineros plantar al menos cinco árboles por habitante, siendo conditio sine qua non que uno de cada cuatro fuera un frutal. Como gobernante de tu ciudad permaneciste lo estrictamente necesario y después te fuiste a viajar por el mundo.
Querido A.K. desde la ventana veo el río; es un flujo catatónico y lúgubre oculto entre carrizales y tarayales, la isla donde aprendí a fumar y a hacer círculos de humo entre los puentes de Santa Catalina y el de hierro es ahora un denso bosque de álamos blancos, fresnos de hoja ancha y alguna Robina pseudoacacia entre tarays. Igual que a ti te salieron pústulas de amor durante aquel viaje extraño a Sofía, al río le han salido este verano algas pestilentes y las columnas de mosquitos que salen del agua dibujan figuras en la luz similares a las que trazaba en sus cuadernos del aire Charles Lanusse al intentar dibujar el polvo de las almas.
Cuando el calor de la noche no me deja dormir salgo a las calles a contar los árboles. T. tiene fiebre. Hasta ahora sólo he contado quinientos sesenta y dos árboles, muchos de ellos son palmeras que apenas dan sombra, otros simplemente ornamentales y apenas ayudan a resguardar del sol tanto cemento y alquitrán. La ciudad lleva gobernada por patanes muchos años igual que Salzburgo lo estuvo por neuróticos y personajes de gran estulticia durante los años en los que Thomas Bernhard escribió 'El sótano'; yo personalmente habría preferido un gobierno local de estetas florentinos escribiendo bellos discursos retóricos en una plaza con grandes negrillos, la sombra del negrillo es más poderosa que la de una palmera, y un hombre no puede abarcar con los brazos su poderoso tronco.
Querido A.K., hasta la mentira es verdad, es la negatividad a la que se referían tus poemas cuando te los dictaba un grillo azul. Recuerdo como en aquel viaje a pie por el país de los cien ríos no dejabas de hablarme de Merleau-Ponty y de la elaboración de una ontología de la naturaleza que debería circunscribirse en un intento de elaborar un pensamiento del ser que no hiciera de éste un elemento del pensamiento abstracto, sino que diera cuenta de la experiencia concreta del ser en el mundo. Cuando te emborrachabas de paisaje y de vino sólo hablabas de intercorporalidad en la negatividad dialéctica. ¿Te imaginas una mentira que dice la verdad? Eso es lo que hacen los árboles de noche respecto al día, purifican y dan frescor a la imbecilidad de las ciudades de ladrillo, cemento y alquitrán. Los árboles son un ejemplo práctico de esa negatividad dialéctica en la intercorporalidad. Hacíamos fotosíntesis mirando los árboles y los pequeños ríos donde nos bañábamos.
Querido A.K., hace ya unos años en Blida un día de julio me encontré con Safia Ketou. El calor paralizante a las afueras de la ciudad, el sol echaba fuego, de las manos salía humo. Debajo de una higuera ahorquillada había cabras negras mirando el infinito; para refrescarme leía bajo un olivo con los pies metidos en un barreño con agua la poesía fría de Alfred Kollerischt, que es como abrir un frigorífico de lenguaje y meter la cabeza dentro. En ese calor de Blida sentí la fiebre del mundo, como ahora la siento en T.; la señora Ketou me regaló estas gafas de sol que ahora llevo puestas.
Mientras todo se derretía alrededor, en los espejismos y en la ilusión óptica veía olas de luz negras romper a media altura. Allí aprendí que en el calor los perros sueñan; los sueños de los perros son en blanco y negro, alguien les habla para decirles –sois perros– Allí me dio un golpe de calor y me desperté dos días después en hospital Faubourg y a mi lado estaba la señora Ketou; me volvió a dar las gafas de sol y me dijo –sois perros, ellos oyen eso pero no entienden– Querido A.K., poco tiempo gobernaste tu pequeña ciudad. Sólo te dio tiempo a plantar los árboles que hablan, árboles que caminan, árboles con nombre de hombres y de mujeres. Un olmo podía llamarse Clara y una acacia Esteban; sólo prohibiste un nombre [Adolf] Los árboles desnazifican. Los bautizabais con humo. Encargaste la construcción de un vivero y levantaste una escuela superior de jardinería que ahora es un edificio vacío enteramente grafiteado. Una vez, cuando ya no estabas en tu pequeña ciudad visité el vivero de árboles al otro lado del cementerio de Mariannenstrasse, donde además de olivos e higueras, un amigo tuyo había conseguido hacer vivir en ese clima expresionista unos cuántos ejemplares del árbol de argan; un poco más allá me encontré con una colonia arbórea con ejemplares de la familia de las sapotaceae; la argama espinosa, y siendo endémica de los semidesiertos calcáreos del Suroeste de Marruecos, además del manilkara zapotea y el manilkara chicle vi tres ejemplares de la manzana estelar, Chrysophilum cainito. Pero del Eden fuiste expulsado por un edicto de Platón.
Querido A.K. de noche aquí no se pude dormir por culpa del calor, se trata de un calor inhumano. Escribo, pero no sé cuántas veces taché la misma frase; las escribía durante el día y las tachaba por la noche, después salía por la calle a contar árboles. La intención de estas frases sin sentido era hacer un bosque de frescor. Si movía la hoja podía ver las líneas de escritura de abajo a arriba en vez de izquierda a derecha como lianas que caen del cielo, otras veces la movía para ver las líneas de arriba abajo, y entonces veía raíces.
Para aliviarme la fiebre en el holocausto solar he llenado todos los días la bañera de agua fría y he pasado la mayor parte del tiempo dentro de ella, literalmente avec de l'eau jusqu'au cou. Dentro de la bañera he tomado notas y he leído con el transistor encendido al lado. Una de las frases que escribía y tachaba era la siguiente: la diferencia entre un buen gobernante y un mal gobernante de una pequeña ciudad son los árboles. En el lavabo dejaba los libros, entre ellos 'El arte simple de los jardines' de Pietro Parisi. Ayer, durante un ángelus de fuego, hice una lista de buenos y malos gobernantes, dos grandes columnas de nombres, a la izquierda los buenos gobernantes y a la derecha los malos. En el calor soy maniqueo. Al escribir estos nombres noté que algunos me daban placer y otros me procuraban asco; una lista estaba encabezada por Marco Aurelio y la otra por el papa Juan XII.
Te decía querido A.K. que la intención del artículo era dar fresco, verdor, frondosidad y aire azul a los que han dejado sus pensamientos hundidos en el insomnio. Leí también unos versos de André de Bouchet del 'En el calor vacante' -L´ariditè que découve le lour sur une voi qui demeure séche- También abría el frigorífico y metía la cabeza. El calor sólo me deja pensar en el calor.
Querido A.K. esta ciudad es fea, T. es fea. Con esto he descubierto un filón. Hace una semana escribí un mail a Frederick F. fotógrafo del feísmo y le expuse la situación, advirtiéndole de que en su trabajo de catalogación sobre el feísmo en T. obviara la zona del río, pues la considero de una belleza natural digna de ser olvidada en su futuro trabajo, pues la revelación de esos paisajes fluviales ayudaría a esconder la miseria y el urbanismo desordenado que hay en la ciudad.
El filón al que me refería no era otro que una llamada desde la negatividad a un futuro turismo de masas. T. un destino singular. Otra de las frases que escribí y taché fue: “Tres mil trescientos carpinus betulos para la calle del agua, o una calle que no existe”. Estaba escrita con tinta azul y tachada en verde. El texto siempre se convierte en bosque. Entonces comencé a hablar con los árboles que es como hablar con los muertos; todo lo que les digas será devuelto en una noche de calor en el que el llanto es el sudor humano. La última frase decía: “El ojaranzo de la plaza que he tocado para apoyarme, y he sentido en el tacto de la corteza el bastón de mi ser”. Sólo entraba en esas palabras para sentir frescor. Desde luego que debería haber en esta ciudad más árboles.
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