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Cuaderno de campo

Foto: José Antonio Bonilla

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Combatimos contra nuestra sombra al mediodía, o bailamos con ella queriéndola pisar, o la escupimos. Es lo primero de nosotros que logra atravesar el muro de piedra encalado del invierno hacia los días largos que ya se abren allí. Mientras nuestra sombra pasa al otro lado nosotros chocamos, el cuerpo no puede. Es absurdo siquiera intentarlo, como son absurdas la mayoría de las cosas que decimos al cabo de un día para prender la alegría. Somos el boxeador que lucha en la hierba con el aire y las sombras en los primeros días de marzo.

Siendo ella el cuerpo en estos juegos de luz, más que una mancha en la tierra, o un animal sin huesos y sin ojos, y por eso hay escaleras ya apoyadas en los árboles frutales, sombras de escaleras en la tierra como puentes de escalas tendidos sobre una abertura o grieta, pero me digo “nosotros” antes de salir por esta puerta al mundo.

Nos hemos cansado de oír, de hablar, -eso oí- pero no de ver, y a causa de eso cerraba muchos los ojos, y sin causa alguna comencé a caminar con los ojos cerrados por estas dehesas del Campo Arañuelo al ritmo de los convalecientes de su guerra interior. Recordé de pronto, ahora mismo, o más que recordar sentí la repentina aparición de un sembrador con su saco de semillas de cereal colgado en bandolera, esparciendo con la mano el grano.

Somos el boxeador que lucha en la hierba con el aire y las sombras en los primeros días de marzo

Oí que lo hacía con los ojos cerrados. Me había cansado más que otro cualquiera aquí de oír y de hablar, pero no de ver. Cerraba los ojos debido a esto muchas veces al día, y caminaba con ellos cerrados seguro de mí al ritmo del sembrador, con una saquito de tela colgado en bandolera lleno de arena, eso esparcía. De noche los focos te atraen, nos atraen, rápido va el sembrador o el fantasma de los locutores hacia ningún lugar, descalzos vamos, uno se guía por la temperatura de la tierra. Lo guía un tú lejano, ese tú allí tras los matorrales. En el paréntesis de un viaje que me llevó lejos, a una ciudad cualquiera de un país de Europa ¿O era en mi propio país? En el apartamento donde me alojaba, alguien al lado, y que viviría solo, golpea con un palo en las paredes para comunicarse con sus vecinos.

Le costaría un mundo salir de su apartamento y llamar al timbre para decir por ejemplo -Espíritus suaves, el que se queja de todo ama, sobre todo ama a algo que no sabe lo que es- Pero da golpes con un palo en la pared. Ha creado un lenguaje propio, un lenguaje desesperado a base de golpes. Este hombre o mujer ya no sería capaz de hablar con la boca, de decirte con el viejo lenguaje del espíritu lo que ya consigue decir golpeando con un palo en una pared. Cada uno va reduciendo su lenguaje a lo mínimo para inundar detrás de su máscara el mundo de mierda a través de las redes.

Ha creado un lenguaje propio, un lenguaje desesperado a base de golpes

A aquel que escribe en un periódico le dicen: escribe contra algo. Él se resiste y contesta en una breve nota –ya lo hacen todos. ¿Puedo escribir contra mí mismo? bourré de moí-même–. En la rehumanización todo lo que nos acerque a la gravedad de lo verdadero ya no está permitido. Auscultar, oír los golpes del infinito, sumergirse para oír el sol, los chillidos de la nada. Por otro lado las señales de los submarinos atómicos hundidos, metal contra metal, golpes de tuberías, una comunicación de la desesperación, todo lo contrario a pedir ayuda a través de ondas y vibraciones y del pulso de las radiaciones.

Sonidos de golpes puros, metal contra metal, madera contra madera, piedra contra piedra. Dice Simone en muchas ocasiones “aceptar el vacío” entonces me callo e intento verlo, después oírlo como se oye el sol. A veces quiero vendérselo a alguien en un poema negro. Perros de presa, por el olfato tampoco llegan a dios. El oro ya no vale nada, como el alma. Dejo atrás esa ciudad cualquiera y regreso a estás dehesas por unos cuantos días. ¿Quién querrías ser además del que eres? Es fácil prenderse la ropa al paso por estas sendas cegadas de zarzas entre un camino y otro.

Enzarzarse, normalmente zarzas u otras plantas en las que te puedes enganchar o adherirte ¿Pero qué enseñanza encontraríamos en ello? Apenas nada. Nos enganchamos en el lenguaje de los otros, enzarzados acabamos en la nada hablando de lo que carece de importancia. Pero igual que después que tu jersey se ha llenado de ramas y hojas, allí se han quedado enganchados hilos y pelusas de lana de tu ropa. ¿Querrías ser aquel que nunca llegará a ser? Todo lo que podía decir de una naranja iba más allá de la naranja en sí. Ninguna taxonomía o efímera descripción, ni siquiera partiendo de una supuesta amargura o dulzor, como si eso te pudiera llevar rodando por el suelo a los profundos pliegues de una memoria calcinada. Posiblemente se escondía el mundo en ella ¿Pero el color? ¿Por qué ese color y no otro? Se podía llegar a todo a través de la naranja, como este camino que no lleva a lugar alguno te lleva de vuelta al mundo.

Se podía llegar a todo a través de la naranja, como este camino que no lleva a lugar alguno te lleva de vuelta al mundo.

En otro viaje repentino, hace unas semanas, en un hotel de una ciudad cualquiera: representaciones del fuego. Chimenea con lumbre en una pantalla de plasma, entre el naranja y el rojo, los leños nunca se queman. Te sientas junto a la pantalla de plasma y sientes el calor frío de esa lumbre en la chimenea virtual. Estás preso de ella y del calor tecnológico. Tenía la sensación, y llegaba a pensarlo, y de ahí a creerlo, pero desde un escepticismo radical, y además del lenguaje, que permite irse más allá de aquellos matorrales negros donde permanece lo escondido, y cientos de bocas que hablan con el cielo, de que todos los días antes de irse a descansar podía sacarse los ojos y dejarlos descansar en un cofre, y de que también podía hacerse lo mismo con los brazos y las piernas.

Un mecánico de si en vez de un médico. Hilo musical que corto, solo quiero oír lo que debo oír, ser libre ante lo que se oye, ser libre de recibir lo que se merece y se debe recibir por el hecho de ser. Hilo musical, no lo oigo, pero la imagen me lleva al hilo o sedal de pescar. A veces había que cortarlo para seguir pescando, resolver el lio. Amo la imagen que me lleva a otra. En otro hotel, a las afueras de otra ciudad cualquiera, ya de noche y con el ruido de fondo de una autopista escribo en el cuaderno: El buen cazador es como el buen escritor, no podría ser al contrario. Solitario, esquivo, tanto como los animales o el animal de su imaginación. Siempre perdido en ese allí las manos se le enganchan en las raíces del ser, pero junto a las alambres de la valla surgen las zarzas.

Dale su tiempo a los años, todo queda escondido tras las zarzas. También lo vi allí, el buen torero es como el buen poeta, la admonición quiebra el sentido de muchas cosas. Allí, un poco más allá, lo encontré. El pintor G.K. Entre sus últimas obras, las que haría antes de dejar descansar para siempre sus manos, sus ojos y su espíritu –si es que está palabra aún puede utilizarse en nuestro tiempo– de artista imperial, neoyorquino, afincado en la aldea de San Miguel de Acha, en el distrito de Castelo Branco, una serie de grandes paneles a las que ha llamado “Lixo do amor” basura o las basuras “Trash” y como colofón un panel de grandes dimensiones en las que ha escrito la palabra basura en todas las lenguas de la tierra. Tomando un café a la salida del lugar me confiesa que esta palabra “Trash” basura o “Lixo” no existe en todas las lenguas. Las culturas limpias.

En ese caso ha dejado huecos a lo largo del panel. De nuevo en otra época ¿Dos épocas en ti? Sin épica alguna. Lo que dura la efervescencia de la tableta de medicina en el vaso de agua. Mide el tiempo de tu poema así, por efervescencias, tu lenguaje finalmente diluido en tu tiempo. Mídelo así, y no por lo que se quema o se hunde lentamente. En vez de una pesada cruz de madera una escalera de mano. ¿Tú? ahora, pero para siempre, como los árboles a principios de marzo, un poco antes siempre de todo. De los nombres de pila hemos pasado a los innombrados, a los que carecen de nombre, pero para ser más inhumanos o lo que no desea ser nadie.

Mide el tiempo de tu poema así, por efervescencias, tu lenguaje finalmente diluido en tu tiempo

En el aire está todo lo que fue en lo que nunca ya lo fue. No hay historia o narración en ello, una rueda de aire de la que solo ves el polvo que levanta, el agua que se eriza, y golpea con fuerza la nada, en las ramas al final del invierno y en las cañas de un color solar. Aquella ave, ya sin fuerzas en el aire, no se deja caer como una pelota o una piedra, planea para descender tras aquellos matorrales, y es allí, donde ya posada fenece, no muere. Ella mira el mar como la ventana de una casa sin terminar. Los desiertos son cielo, apenas cielo. Tus ojos, mis ojos han visto muchas cosas, pero muchas no son demasiadas, nunca hay demasiadas para los ojos. Hospitales sumergidos bajo el agua, donde se cura la tristeza, el amor y el resto de enfermedades sin cura, y se curan los ojos de los males del mundo.

Entre la vida y la muerte solo hay distancias, largas distancias, en un momento dado desaparece todo y tú en ello. Y ellos, los imbéciles de este tiempo blandiendo su verborrea desde un plasma negro, con el diente picado del tiempo en la mano, listo para ser empastado en las caries de la postmodernidad. Exégesis de la nada, calambres en la lengua, luxar palabras. El poema es quitarle casi todo al poema, dejar el pipo. Ocupa el centro pero en las esquinas. A través de ello hacia allí vamos. El foco deslumbra, no estamos delante del poema, sino detrás. Ahora es el rastro de una odisea y no la odisea misma. Es el silencio después del ruido y la música en la fiesta. Ahora él, el gurú de la vida basura dibuja cuervos o grajos, dos aves en una. Unas líneas muy abiertas, unos trazos.

Entre la vida y la muerte solo hay distancias, largas distancias, en un momento dado desaparece todo y tú en ell

Podrían ser a la vez otras aves, digamos que arrendajos o garzas en el aire. Para él, en este caso, un dibujante de almas basura, las líneas siempre negras se han desatado para que quepa todo en ellas y pase el aire por la hoja. Él dice que son cuervos o grajos. Los zorzales son puntos, los vencejos cruces. No hace falta convencer con palabras, se ve bien a simple vista. El arte se va asimilando mientras su intención desaparece. Ver sin la ayuda de, amar sin la ayuda de, hasta donde lleguen los ojos.

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