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Para apuntalar la interpretación usual del Desarrollo como sinónimo de crecimiento, la OCDE habla de la “modernización ecológica” de las economías industriales, que conecta preocupaciones empresariales y medioambientales, para moderar los excesos ambientales de la actividad económica por medio de determinadas políticas que favorezcan la eficiencia tecnológica y la modificación de valores y hábitos, pero sin cuestionar sustancialmente el modelo de desarrollo.
Se aporta como prueba la constatación de que la riqueza se está haciendo más ligera, al producirse un “desacoplamiento” del consumo de recursos (por ejemplo un descenso en el uso de energía) por unidad monetaria de producto e incluso también una reducción de la contaminación gracias a las inversiones en tecnología. Así pues sería posible un crecimiento (cuya necesidad no se cuestiona) del valor monetario de la producción, sin consecuencias ambientales adversas, al multiplicar la eficiencia del uso de los recursos.
Pero la “desmaterialización”, entendida como la reducción de la cantidad de materiales y energía incorporada a los productos industriales, así como de los residuos generados, gracias a la eficiencia puede resultar engañosa. La introducción de cambios organizativos y tecnológicos en la producción que permiten ahorrar costes no es nueva y en cualquier caso pueden provocar un “efecto rebote” si, gracias a esos ahorros, se reducen los precios finales de los productos y aumenta la demanda.
Hay además una infravaloración de los requerimientos de los sectores emergentes de la información y de los servicios, que se toman como prueba de estos avances, sin que debamos olvidar que los de los viejos sectores no decrecen.
No debe confundirse una menor aportación de las materias primas al producto, medido en términos monetarios, con un descenso en la cantidad total de energía y materiales utilizada en la actividad económica, que está lejos de producirse.
Finalmente la menor intensidad de uso de energía y materiales se puede dar en algunos países ricos gracias a la deslocalización de las industrias más sucias y consumidoras hacia los países pobres. La expansión del consumo, la reducción de la durabilidad de los productos y las características de los residuos, hacen que las escasas mejoras en esta línea queden más que neutralizadas.
En definitiva no hay razones para pensar que se está produciendo una reducción del flujo metabólico en la actividad industrial, ni por tanto una tendencia hacia la sostenibilidad. Habría que moderar un exceso de optimismo en cuanto al alcance de la mejora de la “ecoeficiencia” en el ámbito tecnológico, cuyos ahorros pueden ser más que absorbidos por una creciente ineficiencia de la economía en su conjunto, orientada al crecimiento. Tampoco se ha confirmado empíricamente la hipótesis de la existencia de una “curva de Kuznets” ambiental, en forma de U invertida, que pretendería demostrar que a medida que se incrementa el nivel de renta llega un momento en el que la degradación ambiental tiende a disminuir tras una primera etapa de incremento.