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Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.

Trabajadora Social en el Servicio de Vigilancia Epidemiológica del Área Integrada de Tomelloso

Vigilancia epidemiológica

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El pasado 31 de julio de 2020 el Consejo General del Trabajo Social emitió un comunicado e inició distintas reuniones con las Administraciones implicadas para reivindicar la figura del trabajador/a social como perfil profesional idóneo en labores de rastreo del COVID-19. Por esas fechas, la pandemia, así calificada por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo de 2020, se asentaba en nuestro país y se comenzaba a poner de manifiesto la relevancia del rastreo en el acotamiento de las cadenas de contagio del virus y la detención de la transmisión comunitaria.

Algunas Comunidades Autónomas como País Vasco, Canarias, Asturias, Aragón, La Rioja y Castilla-La Mancha apostaron entonces por el refuerzo de sus equipos de rastreadores y aceptaron la petición del Consejo General del Trabajo Social incorporando trabajadores/as sociales a estas labores hasta la fecha realizadas casi en su totalidad por enfermeros/as. 

La idoneidad de la profesión en estas tareas no es algo oportunista o azaroso, el trabajo social en salud no es nuevo. Ya en 1905 el médico Richard C. Cabot y la trabajadora social Ida M. Cannon instauraron en el Hospital de Massachussets el primer servicio de Trabajo Social. En nuestro país este hecho tardaría unas décadas más en producirse ya que encontramos registros de los años 50 como fecha en la que se acontecen las primeras inclusiones de trabajadores/as sociales en el ámbito sanitario.

Existe un hecho que sin duda podemos calificar como el hito más notable que acercó nuestra profesión al ámbito sanitario. En 1978 tras la Convención ALMA ATA organizada por la Organización Mundial de la Salud, el concepto de enfermedad dejó de ser el de ausencia de enfermedad para definirse como “el bienestar físico, psíquico y social”, premisa ineludible para la incorporación total del trabajo social en el sistema sanitario.

En septiembre de 2020 dos trabajadoras sociales pasamos a formar parte del Servicio de Vigilancia Epidemiológica (rastreo COVID-19) de la Gerencia de Atención Integrada del Hospital de Tomelloso, con atención a la población adscrita a las localidades de Pedro Muñoz, Socuéllamos, Argamasilla de Alba, Cinco Casas y Tomelloso.

Nos unimos a un equipo formado por 20 enfermeros/as, coordinados por una líder inmejorable, que ya habían realizado la tarea más complicada los meses previos: poner en marcha el servicio en mitad del desconcierto. Se origina así un equipo interdisciplinar enfocado en la tendencia actual de crear grupos de trabajo con distintas disciplinas profesionales combinadas, como pilar para conseguir mayor éxito, rendimiento y creatividad.

La función del rastreador

Nuestras funciones, las propias de esta nueva labor profesional parida de la pandemia, las de rastreador/a: el manejo e interpretación de los protocolos vigentes del Ministerio de Sanidad, la detección y declaración de casos confirmados, captación de contactos estrechos de dichos casos confirmados marcando su correspondiente cuarentena, petición de pruebas diagnósticas, seguimiento de los contactos y control de su evolución sintomatológica, manejo de pacientes sospechosos, recomendaciones y educación sanitaria, y coordinación con Atención Primaria y otros sistemas públicos como pudiera ser el de Servicios Sociales al que en ocasiones hemos debido recurrir por situaciones complicadas para la realización de una correcta cuarentena ante dificultades económicas o habitacionales.

Muchas de estas competencias no son desconocidas para nuestra profesión, como el acompañamiento de las personas en procesos de cambio, la propuesta de soluciones y mejoras, el trabajo en equipo, la coordinación con otros sistemas públicos, el manejo de protocolos y legislación vigente, etc. Para otras el apoyo brindado por el grupo de compañeros/as sanitarios ha sido esencial. 

El equipo realiza todas estas funciones partiendo de una escucha activa y empática, de la sensibilidad y la agilidad, pues no es tarea fácil, en ocasiones, convencer en una llamada telefónica de la necesidad de interrumpir la rutina del paciente, de la obligatoriedad de realizar una cuarenta. A menudo es necesario desplegar todas las habilidades comunicativas a nuestro alcance para llegar a nuestro objetivo: que el paciente se sienta acompañado, motivado, comprendido, seguro y convencido de la efectividad de las medidas que leplanteamos, siendo la finalidad de ello que las cadenas de contagio queden controladas de forma precoz y efectiva.

Procuramos realizar un acercamiento colaborativo proponiendo soluciones, ofreciéndonos como un servicio con el que pueden contar durante todo el proceso, haciéndoles comprender que no están solos.

Tras un año de pandemia queda comprobado que la aplicación de medidas restrictivas, la detección precoz de casos confirmados y la localización efectiva del mayor número de contactos estrechos resultan clave en la lucha contra el virus, siendo ésta última una medida muy a tener en cuenta.

Para terminar, permítanme invitarles a una pequeña reflexión en tiempos de pensamiento crítico a todo lo que se nos presenta y a lo que no: ¿qué puedo hacer YO para mejorar la situación? Apelemos a la responsabilidad social individual, seamos conscientes de cómo nuestras acciones acarrean consecuencias y cómo podemos participar en el control del virus. Pongámonos en marcha, colaboremos en la medida que cada uno de nosotros podamos, seamos conscientes de nuestra capacidad individual para cambiar la situación a mejor con pequeñas acciones que nos acercarán a conseguir nuestra tan soñada “normalidad”.

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