El botijo, un emblema de la artesanía española. En la oronda figura de barro se esconden siglos de perfección para alcanzar un sistema de refrigeración que permite mantener el agua fresca en su interior.
Su origen se remonta a la prehistoria, un mudo testigo de la humanidad y su necesidad de refrescarse. Desde el río Tigris hasta Murcia, se han recogido restos de botijos con siglos de antiguedad. Su origen está, como tantos otros, en entredicho, pero sí se tiene constancia de que ha sido adoptado durante varias culturas a lo largo de la historia. El botijo, un símbolo de la creatividad humana para encontrar soluciones que mejoren su vida.
En el mundo actual, el botijo casi ha desaparecido. Es más bien un objeto que transmite nostalgia, la de otros tiempos. Es un vínculo con las tradiciones de nuestros abuelos en el pueblo. Pero hay excepciones, como la costumbre centenaria que se celebra todos los 15 de agosto en la Catedral de Toledo, una querida tradición local en la que vecinos y vecinas de la ciudad entran al patio del edificio para beber agua de los botijos dispuestos en el claustro catedralicio que ofrecen un refugio climático por el frescor, tanto del edificio como de los recipientes.
La tradición se remonta, al menos, a hace unos cuatro siglos, explica el historiador Felipe Vidales, responsable de la iniciativa Tula y Tula en la capital autonómica. Dice que se relaciona con una de las últimas grandes obras del templo toledano, allá por el siglo XVII, cuando se rehabilitaba la capilla de la Virgen del Sagrario, patrona de la ciudad. Los antecedentes históricos señalan que, entonces, el Cabildo de la catedral debió poner a disposición de los feligreses agua potable para saciar la sed de quienes acudían a celebrarla en una jornada calurosa, similar a la que se ha vivido estas últimas semanas en Toledo.
El agua se retiraba de los aljibes que se encuentran bajo el claustro de la catedral de Toledo, que fue también una mezquita. Y mientras fue un templo islámico contaba con un corredor de aljibes conectados que recogían el agua de lluvia para sus fuentes, propias de una cultura que históricamente ha reverenciado el agua y la ha mantenido cerca de sus edificios más importantes.
Los 'graffiti' árabes de la catedral que fue mezquita
Vidales señala incluso que hay 'graffiti' en árabe que han permitido fechar los aljibes a mediados del siglo XI, y que demuestran que eran parte de todo un complejo hidráulico que se situaba en lo que hoy es el claustro de la catedral toledana. Los mismos aljibes que han ofrecido el agua a la población para celebrar a la patrona cristiana de la ciudad. La historia que se cruza en las tradiciones más queridas de la ciudad.
La celebración de la patrona ha sido la oportunidad que ha elegido el escultor local, Julio Pinillos, de proponer una nueva visión del botijo desde un punto de vista artístico y también reivindicativo. En su muestra '15 botijos más o menos sostenibles', el artista propone un homenaje al río Tajo a través de estas herramientas y también una reflexión acerca de cómo, seguramente, no se pueda beber nunca más agua de un río cuyo baño está prohibido desde hace más de medio siglo en la ciudad. Es un homenaje a un río y una esperanza sobre un futuro utópico en el que el Tajo gozara de una salud tal que fuese posible beber de sus aguas, bañarse en ellas y que fuese algo más que lo que se considera actualmente un río “muerto”.
Pinillos juega de forma irónica con el concepto sostenible y sus botijos no son el ejemplo típico del recipiente redondo con dos picos, uno para que salga el agua y otro para regular el caudal. Son objetos difíciles de agarrar para beber, y de ahí la sátira del 'más o menos sostenible'. Tienen nombres que para los toledanos son muy conocidos: 'Agua de Azucaica', 'Agua de la Cava', 'Agua del Diamantista'. “Hoy en día todo tiene que ser sostenible. ¿Pero es todo así?”, reflexiona el artista.
Por supuesto que desea que sus botijos sean sostenibles. “Cómo voy a qurerer que perjudiquen al mundo, más de lo que ya está”, recalca. Pero la sostenibilidad es más un juego de palabras. La intención artística prevalece en este caso por encima de la utilidad: si estuvieran llenos de agua, sería casi imposible beber de ellos. O no.
“No quiero enfrentarme a la tradición toledana”, asevera Pinillos, sino reivindicar que hay otras tradiciones que se han perdido. “Los botijos están vacíos porque ya no es posible llenarlos con el agua del río”, explica. La muestra se puede visitar en el taller Alhaja Cerámica (calle Sixto Ramón Parro, 9) hasta el 31 de agosto y luego también en una 'galería clandestina' en la calle de la Granada de la capital autonómica.
“Los botijos estarán muy cerca de la catedral, los que se acerquen a beber del agua pueden acercarse también a verlos”, zanja el artista. ¿Él irá a beber de ellos? “Toda la vida se ha hecho, porque siempre ha sido tradición familiar”, remata.