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Opinión
Tribuna abierta

Historia de un pinchazo

Bicicletas estacionadas en una imagen de archivo.

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Lo que voy a contar lo he vivido en primera persona en el día de ayer. Hace algunos días [ ... ] compruebo mientras escribo, que fue hace dos días, veo y leo el titular de un periódico de provincias –pues poco más puedes leer sin pagar, cosa que me parece bien–, salvo el mencionado titular, la entradilla y dos o tres líneas; que oh, ¡Alabado Sea el Santísimo!, estas fueron mis palabras cuando leía el tabloide digital. Pues resulta que tras unas interminables obras y parones de faena, y abandonos por tiempo indefinido, parecía que finalmente u tramo, un pequeño tramo, como dice la noticia, de sólo dos kilómetros inconcebiblemente llevase más de una década sin carril bici, que permitiera a los usuarios de la bicicleta, entre los que me encuentro, unir la capital con el pueblo de S. Así reza el gran titular, por lo menos en extensión.

“Más de dos kilómetros de carril bici ya unen [bla bla bla] a falta de rematar varios accesos”.

Voy al asunto. Ayer decidí bajar a la ciudad, entre otras cosas para ver a una amiga que tenía un par de libros que entregarme dedicados y que por hache o por be, no habíamos podido coincidir, de paso, poder asistir al encuentro [qué menos] a favor de Gaza y contra la acción de hambruna y la muerte de inocentes que perpetra el estado genocida de Israel contra el pueblo de Palestina. Estos hechos en su conjunto me animaban a coger mi Olma Roja, pues así es como le puse de nombre a mi bicicleta, y me dije: –anda hijo, vete a ver [como si fuera mi Madre quien me hablara] esos asuntos y de paso pruebas ese flamante tramo de carril bici que tanto añorabas–. Y con las mismas y mi mochila a la espalda, para, como es de suponer, poder así guardar los libros antes mencionados, salí tan contento. Al cruzar el puente vi brevísimamente, sobre el río unas cuantas anátidas felices metiendo sus cabecitas en el agua mientras, alegres, movían sus colitas. Después miré al cielo un instante y vi algunas algodonosas nubes blancas sobre un intenso azul.

Sobre el firme del tramo de S., nada que apuntar. Bueno, quiero decir, nada que no sorprenda. Vamos, lo que viene siendo habitual. Pues sucio de arenas y etcéteras. Si no les parece mal, voy a pormenorizar un poco eso de los etcéteras, no vayan a pensar que hablo por hablar. Es bien sabido, que cuando se abre alguna nueva vía de tránsito del tipo que sea, bien por la habitual prisa por acabar las cosas, bien por el poco celo que hay en la ejecución, normalmente, cuando se trata de que quien paga es el Ente Público, o bien por la dejadez habitual, del siempre omnipresente –parece que ya está–, el caso es que ni por la previsión, planificación y deficiente ejecución; como, prever juntas de dilatación, proximidad de arbolado con sus esenciales raíces o vaya usted a saber, el caso es que la gran mayoría, presentan al poco tiempo, desconchones, roturas, baches, mini fallas de asfalto o saltos de nivel en las losas de cemento u hormigón. Esto es así, se pongan como se pongan. Este es el caso de este tramo de S. que lucía tan bonito en los comienzos, con el asfalto tan liso, su pintura horizontal tan blanquita y sus balizas en su sitio y que ahora, unas faltan –la mayoría–, otras están cruzadas. En algunos pliegues transversales, a los que he llamado mini fallas, más vale que vayas atento y te agarres bien al manillar e incluso te levantes del sillín flexionado un poco las piernas, pues te puedes dar un buen susto si no lo ves a tiempo, y con suerte no caerte de morros al soltarte las manos de manillar. Como poco. Vamos a dejar ya los etcéteras, que esto se está alargando y no he entrado en materia.

Entro en el tramo nuevo y la verdad es que da gloria. Todo lisito, el verde del cemento tiene un color que evoca la esperanza. Entonces pienso: –hay que ver que bien se va por este carril, que maravilla. Vuelvo a llevar mi vista al horizonte de azul y nubes blancas y todo parece armonía. La brisa fruto del movimiento es placentera. De pronto dejo todas esas ensoñaciones y caigo en la cuenta del final del titular, “a falta de rematar varios accesos”. Hum, lo cierto es que tenía la mosca detrás de la oreja, con esa coletilla. De hecho, me había puesto a imaginar la situación fruto de la cual, esa noticia llegó a ver la luz. Pensaba por ejemplo, que, estamos en verano, que digo verano, estamos en agosto, casi todo lo que llena portadas, por desgracia, son incendios [algún día me tocará coger la pluma para esto], las guerras, las confrontaciones políticas y siendo esto, como digo, tristemente así, pues dar una noticia alegre y con tintes verdes entre tanto humo, pues se me antojaba y supongo que al redactor en cuestión también, algo digno de ser publicado. Pero claro, me pregunto: ¿si no está acabada del todo, esto es ‘a falta de rematar varios accesos’, como es que esto pasa a la ligera por la redacción y le dan luz verde? Qué exactamente es eso de –a falta de rematar...–. Esto de alguna manera me iba y venía en mi cabeza tratando de esclarecer la frasecita. Rematar. Como odio esa palabra. Parece como hecho a posta. Siempre chocan las acepciones de la Rae, por lo patriarcales que resultan. Veamos un par de casos y ya. 2.“Poner fin a la vida de una persona o del animal que está en trance de muerte”. O esta otra. 3.“Dicho de un cazador: dejar la pieza enteramente muerta de un tiro”. ¿Qué piensan? No tienen desperdicio.

Yo me pregunto, ¿acaso abren una autovía o vía de alta velocidad y ponen en la noticia, –queda abierto, esto u lo otro a falta de r e m a t a r varios accesos?–. Me cuesta creerlo, aunque vaya usted a saber, cosas más raras se han visto. Imaginémoslo por un momento.

El coche con una familia al completo, incluso con perro, transitando a gran velocidad por esa flamante autovía que une las localidades de A y de B, de pronto se encuentra con uno de esos accesos a falta de rematar. Un pequeño inciso. Que es aquí donde quería llegar. Uno se pregunta, ¿cómo ha de ser el tipo y la forma del remate, pequeño, grande, complejo, peligroso? Si es un pequeño salto de nivel o un leve badén o un buen socavón, va a depender de si la cosa acaba sólo en un susto, un buen golpe en la transmisión y daños en el neumático y llanta con el salto al unísono de los ocupantes, sin excepción el perro o la cosa pasa a mayores en un accidente. No quiero alarmarles, solo recuerden el título que puse a este articulillo.

Hechos todos los prolegómenos más o menos pormenorizados –que siempre me cuesta ir directo al grano–, intentaré dar relato a lo que aconteció a continuación. En ese primer tramo por el que pedaleaba más contento que unas Pascuas, estaba todo nuevecito y las ruedas finas de mi vieja Olma Roja, apenas si hacía el menor ruido, pues como decía estaba lisito. Al fondo veo un cruce, que viene a ser lo que llaman accesos [entrada a las casas o las fincas] y aunque freno un poco, no veo bien si hay rebaje o si, en cambio, hay un corte transversal del pavimento. Pues resultó ser esto último. Salté un poco con la bici intentando evitar el impacto al bajar y al subir. Los siguientes eran parecidos los accesos con unos cortes de cambio de nivel. Algunos de estos cruces, alertado frené más, pero, mi sorpresa fue que les habían asfaltado y la unión era casi perfecta. Eran de unas fincas de grandes casas. Una vez más confiado seguí pedaleando y disfrutando del paisaje. Santo Dios! Frené solo un poco, pues iba con inercia a cierta velocidad y, ¡zas!, me tragué otro de estos cruces que más bien era un socavón por la diferencia de altura del firme y la tierra. El primero al bajar, me di una buena culada aunque intenté amortiguar el salto en flexión de piernas. No podía frenar, pues me podía caer y derrapar, pues el terreno es de tierra y piedras. Así que intenté levantar la rueda delantera un poco tirando del manillar para saltar ese desnivel y conseguí con un buen golpe en las ruedas pasar a la parte lisa felizmente sin incidentes.

Una vez en la ciudad llegaría hasta mi destino justo a tiempo. Pero conforme iba llegando, observé que, parecía que me costaba más dar pedales, vamos que no iba tan fina la bici como antes. Qué raro, pensé. Al poco caí en la cuenta que la rueda delantera iba un poco baja. Sin duda algo ocurría. Me bajé y toqué el neumático con los dedos y efectivamente tenía un pinchazo. Qué mala suerte pensé.

Hasta que caí en la cuenta que el pinchazo, realmente fue un mordisquito de algún borde afilado. Lo que viene a ser, los ya conocidos: a falta de rematar de varios accesos. Llevé mi bici en ristra un buen rato y al llegar al encuentro con mi amiga, la até a una farola junto a la Casa del S. La bella plazoleta que pone fin al pasaje peatonal con más metros de talla en piedra de toda la ciudad, estaba poco transitada y las terrazas que coloreaban la piedra caliza del suelo, tenían cierta concurrencia, pero en lo tocante al ruido, parecía tranquila.

En ese preciso momento veo abrirse la puerta de un garaje y salir un vehículo, al irse a cerrar la puerta, veo con emoción y sorpresa que faltando unos escasos centímetros para sellar nuevamente esa abertura, sale corriendo como si fuera una galga en miniatura, un pequeñísimo gatito negro. Va corriendo y corriendo calle abajo y yo le sigo con la vista. Sin llegar a pararse, su inteligente instinto le dice que no va bien encaminado seguir de esa guisa y comienza sin parar de correr a dar la vuelta bordeando la calle y entrando en la plazuela.

A pocos metros de mí, una joven está atenta e intenta acercarse al gatito. Me dirijo a ella amablemente con el ánimo de disuadirla. –No la sigas a esa criatura, la vas a asustar–. Le digo. Ella me dice con carita de pena, –es que la quiero–. Mirándome un instante volviendo su mirada a la veloz y asustada criatura. –Es que, entiendo, que, ¿quieres quedártela para adoptarla? – Sí!– Me responde. –Vale, pero vete poco a poco para que no se asuste. Dejé a la joven y vi a la gatita por última vez intentando saltar hasta una ventana. Cosa esta que parecía imposible. Cuando regresé del encuentro con mi amiga G. voy a coger mi bici pinchada y veo sentada en una terraza a la joven en compañía de lo que parecía ser, luego se confirmó, su madre. Parecían tan tranquilas tomándose cualquier cosa, ni me fijé. Me acerco y le digo a la joven, –¿qué pasó al final con la gatita? –La cogieron! –Cómo que la cogieron?– Le insistí yo. –La tienen los del bar, parece que tienen contacto con una protectora. Además, la tiene ella y no la suelta–. Yo me quedé perplejo, no entendía. Nada. Me lo explicó un poco. Que al parecer ella y esa chica iban tras la gatita, y quien pareció llevarse –perdón–, el gato al agua, [nunca me han gustado este tipo de expresiones populares] fue esa otra chica que parecía estar dentro del bar con la minúscula y asustada gatita. –Pero tú la quieres, me dijiste, entonces por qué no vas, o mejor, por qué no va tu madre y les habla. Creo que si le van a llevar a una protectora, que siempre están hasta arriba de animales, deseosos de que aparezcan gente sensible y buena para adoptar, mejor será que te le quedes tú y así le evitas a la pobre gatita más estrés.– La joven me miraba como con una expresión que no sabría definirla, pero más bien parecía triste y con pena. Su madre tomó la palabra y mirándome con cierta complicidad, me dijo, –Sí, ahora me acerco yo–. Fue decir estas palabras y sin haberme despedido, veo a un joven con un pañuelo algo manchado de sangre en la mano, debía de ser el del bar, y junto aéll, una mujer joven llevaba en sus manos como si fueran un nido a la gatita negra.

Di un par de zancadas para ponerme a su altura y les espeté, –esa chica, –señalando a la mesa con la joven y su madre–, quiere adoptarla–. Y dicho y hecho. Se acercaron con la gatita a la mesa y se pasaron la gatita de unas manos a las que serían a partir de ese momento las de su mamita. Está bien que acaben así las cosas. ¿No creen? Así que seguí caminando con mi rueda pinchada, pero iba caminando feliz. Continué andando por esa hermosa calle y luego por otras no tan hermosas, hasta que encontré un taller de bicis, que tuvieron a bien dejarme un par de artilugios para desmontar la rueda y una bomba para hincharla.

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