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El chabolismo se enquista en el 'Silicon Valley' de Barcelona

Un barraquista del barrio del Poblenou de Barcelona apura una cerveza

Edgar Sapiña

El asentamiento de chabolas de la calle Zamora con Pallars, en el distrito 22@, se encuentra en el corazón de la principal área tecnológica de la ciudad y que concentra empresas como Facebook, Amazon, Indra o Mediapro, entre otras. Omar vive ahí, en pleno barrio del Poblenou de Barcelona, en un solar de titularidad pública. Es de Túnez, donde estudió Filología francesa, aunque tuvo que escapar de su hogar en 2010 cuando estalló la Primavera Árabe. No ha vuelto a casa porque dice que en su país aún hay mucha corrupción y pobreza. Desde entonces sobrevive en Barcelona, gracias a la chatarra que recoge cada noche y que vende al día siguiente. Es un nómada del siglo XXI.

Omar ya ha estado en tres asentamientos de infraviviendas. Y seguramente este no será el último porque no quiere ir a los albergues o los centros de acogida para personas sin techo que ofrece el Ayuntamiento de Barcelona, donde tiene una cama y comida. Renuncia a los servicios sociales porque consigue techo y plato cada día por sí mismo. Además, no quiere recibir órdenes. Si va a un albergue, tiene que fichar antes de la medianoche si quiere pasar la noche allí.

Solo en Barcelona, 481 personas viven en 79 asentamientos, según los últimos datos de los que dispone el consistorio. Hace un año se alcanzó la cifra de 536 chabolistas en 77 asentamientos. Fuentes del Ayuntamiento sostienen que la Oficina del Plan de Asentamientos Irregulares (OPAI) ha incrementado su actividad y los recursos de asesoramiento jurídico para ofrecer apoyo social a más personas en situación de exclusión social. En esta oficina atendieron en 2016 a 40 personas, mientras que en 2018 fueron 199. De todos modos, a pesar de la labor de los servicios sociales, los asentamientos no van a desaparecer, reconocen en el consistorio.

En el mismo asentamiento de la calle Zamora, situado al lado del modernísimo Disseny Hub Barcelona, del Auditori de Barcelona y del Teatre Nacional de Catalunya, también vive Adil, un hombre de 40 años que nació en Marruecos. Llegó hace tres años a la capital catalana. Antes pasó por Bilbao, una ciudad que ama “a pesar del frío”, asegura sonriente. También ha vivido en Vitoria, Madrid y Valencia. En este tiempo ha hecho de todo, desde pintar a lavar coches, repartir pizzas o trabajar de peón en una obra. Ahora intenta ganarse la vida vendiendo chatarra, como Omar. Aunque la familia de Adil está repartida entre Marruecos, Francia y España, en Barcelona tiene un amigo catalán que le contrata de vez en cuando para pintar casas. “En dos días pinté una casa entera”, asegura.

El asesor de la tenencia de alcaldía de Derechos Sociales y coordinador del Plan de Lucha contra el Sinhogarismo del Ayuntamiento de Barcelona, Albert Sales, asegura que hay un problema de acogida migratoria, con independencia de los ciclos económicos. “La miseria y la pobreza no tiene solución”, sentencia Sales. Sin embargo, este asesor del Ayuntamiento de Barcelona apunta a tres factores que dificultan la búsqueda de soluciones: la Ley de Extranjería, el mercado de la vivienda y el mercado laboral.

Sales explica que la legislación no pone nada fáciles las cosas a los extranjeros. “Nos estamos blindando contra la movilidad internacional”, señala. Eso, en consecuencia, genera un “factor de exclusión” que imposibilita la regularización y la adquisición de los derechos plenos de ciudadanía en España por parte de los extranjeros, sostiene este técnico municipal.

La vivienda, el factor clave

Según un informe de Fotocasa e Infojobs del pasado julio, los catalanes destinan la mitad del sueldo a pagar el alquiler. De acuerdo con este documento, el salario medio en 2017 de los catalanes se sitúa en los 1.963 euros brutos mensuales. Teniendo en cuenta estas cifras, es fácil aventurar que para alguien que sobrevive en un asentamiento no es nada fácil acceder a una vivienda digna.

El Plan para el Derecho a la Vivienda 2016-2025 del Ayuntamiento de Barcelona, publicado en abril de 2018, sostiene que en 2016 el 84% de los de los desahucios estuvieron relacionados con las dificultades para pagar el alquiler. Una medida para frenar el incremento desmesurado del precio de la vivienda es el acceso al parque público de alquiler, que dispone de precios por debajo del nivel de mercado. Sin embargo, este es tan solo del 1,6% en la capital catalana. En Berlín el 30% de viviendas son de titularidad pública, en París son el 17,2%, según las cifras que maneja el consistorio barcelonés.

A todas estas dificultades se le añade el comportamiento de muchos propietarios de viviendas en alquiler. “Los hay que nunca escogerán a una persona que sale de un asentamiento o que sale de un recurso para personas sin hogar, teniendo una legión de profesionales y estudiantes que vienen de todo el mundo para estar una temporada”, subraya Sales.

Si acceder a una vivienda es más que costoso, conseguir un trabajo en condiciones no lo es menos. Según el Informe de Coyuntura Económica de Barcelona, publicado este febrero, dos de cada cinco (42,9%) contratos firmados a lo largo de 2018 tuvieron una duración máxima de un mes. Para tratar de encontrar una salida laboral para los barraquistas, el consistorio trabaja con ellos in situ, es decir, en los asentamientos. El objetivo es regularizar la situación de personas que no disponen de permiso ni de residencia ni de trabajo y plantear itinerarios de inserción laboral personalizados.

En el caso de las familias con menores, las prioridades se amplían. “Se trata de asegurarse que las criaturas estén escolarizadas, que se cumplan unos mínimos de seguridad, salubridad e higiene en el entorno donde viven y que dispongan de tarjeta sanitaria”, explican los técnicos municipales.

El coordinador de la Xarxa de Suport als Assentaments, Quim Estivill, sostiene que “no hay ninguna solución factible en las circunstancias actuales” y cree que, en todo caso, serán las segundas generaciones de estos migrantes empobrecidos las que tendrán opciones de reunir unas condiciones de vida dignas.

En otro asentamiento, apenas a unos 100 metros del que se encuentran Omar y Adil, una joven acurruca a un bebé. Al lado, sobre la mesa, un grueso libro en inglés, History of chocolate, dos muñecas, unas zapatillas de deporte y un pequeño cofre de madera. La ropa tendida al sol y el carro de la compra completan el cuadro. Más allá de lo obvio, nada más, porque no quieren contar su historia.

Chakibe es de Marruecos y vive dentro de su coche. Asegura que tiene permiso de residencia. Está por la zona industrial de Poblenou, pero quizás la semana que viene está en Can Batlló, un antiguo polígono industrial del barrio de La Bordeta de Barcelona, donde también hay chabolistas. Chakibe es padre de dos hijos que están en su país natal y que visita regularmente, cuando reúne suficiente dinero vendiendo la chatarra que recoge. Ahora tiene una televisión de plasma de muchas pulgadas en la parte trasera de su coche, que llevará hasta Marruecos y venderá a buen precio. Cuando se quede sin dinero, de vuelta a Barcelona.

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