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Briançon, el pequeño pueblo de los Alpes que acoge a migrantes para que no mueran congelados

Imagen del documental

Germán Aranda Millán

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Cuando Mamadou, maliense de 26 años, perdió las piernas en la nieve de los Alpes y Marianne Chaud vio su foto, algo se movió dentro de ella. Criada en el municipio alpino de Briançon, y después de pasar 12 años alternando París con el Himalaya, esta etnóloga había decidido poco antes regresar a su pueblo natal, uno de los más altos de Europa, a 1.300 de altitud, para criar a su hijo. Y se reencontró con su tierra a través de la casa ‘Refugio Solidaridad’, de acogida de migrantes, ubicada en el mismo pueblo, y que protagoniza su documental La aventura. Esta película da inicio al festival de cine y derechos humanos Impacte, que celebra su primera edición entre el jueves 8 de abril y el domingo 11, con programación simultánea en Barcelona, Girona, Lleida y Sant Feliu de Llobregat y posteriormente en la plataforma Filmin. 

En el documental, Marianne da voz a los migrantes que pasan por esa casa de acogida, retratándolos más allá de su travesía migratoria. Después de ser víctimas del tráfico de esclavos en Libia, en ocasiones de haber pasado meses o incluso años cruzando el continente africano, afrontan un último escollo, no menos duro, en su paso de Italia hacia Francia: cruzar la frontera atravesando los Alpes. Allí, según denuncia el documental y reitera en conversación telefónica la directora, “la persecución policial les lleva a situaciones más peligrosas”. Los controles fronterizos se han endurecido y en la huída algunos migrantes han llegado a perder la vida. 

Con todo, personajes como Ossoule, que cuenta su vida con poesías, o el propio Mamadou, no aparecen en la película tan solo como migrantes, sino como personas con miedos, sí, pero también con sueños y objetivos que en la casa de acogida viven un punto de partida. Y, en ocasiones, pese a todo, sus vidas se encauzan, realidad que el documental retrata con mimo para no caer en el fatalismo y para dar sentido a esa solidaridad que, en Briançon, es indispensable para que los migrantes no mueran de frío. 

Después del documental, no obstante, la realidad de Briançon ha cambiado y “el alcalde ha decidido que se cierre el refugio”, cuenta Marianne. Los voluntarios han conseguido que entidades de mecenazgo sufraguen un nuevo edificio de acogida, pero “una vez más las instituciones no cumplen su papel”, denuncia la etnóloga y cineasta, que además añade otra problemática: grupos de extrema derecha que se han presentado en el pueblo para asediar a los migrantes por no tener papeles, con la permisividad de la policía.

“Hay otra cosa que ha cambiado -añade Marianne-: si antes teníamos a jóvenes migrantes africanos, en los últimos tiempos nos encontramos familias enteras que vienen de Afganistán o de Irán y muchos de ellos llevan años de travesía, vienen con hijos de pocos días o semanas que han nacido por el camino”, apunta.

Un festival nacido en plena pandemia

El audio de una ejecución de la pena de muerte en 1984 en La ejecución, la lucha por la subsistencia con la recogida de arena en Mujeres de arena, el encubrimiento de crímenes de estado en Chile del cotrometraje de ficción Sanguinetti o la memoria histórica de la migración española en Nueva York que retrata Había una vez una casa son otras de las historias que se podrán ver en este festival que nace en plena pandemia a pesar de las limitaciones de aforo y con el impulso del cine online, que en el caso de Filmin se ha volcado en la difusión de festivales desde que el covid limitó nuestra movilidad y las aglomeraciones. El director del festival, Oriol Porta, lo ha impulsado para subsanar las limitaciones de otros festivales de estas características en los que ha trabajado y lo hace compaginando humildad con ambición: “Es un festival con muy poco presupuesto, menos de 50.000 euros, pero hacemos de la necesidad virtud: así arriesgamos poco capital y lo que invertimos sobre todo es nuestro tiempo con la intención de crecer”. 

Entre las soluciones creativas que ha encontrado para intentar expandirse es la de hacer un festival con varios escenarios, que no alimente tan solo la escena de Barcelona. “¿Por qué hacer el festival solo en Barcelona? En toda Catalunya se puede ver cine y hablar sobre derechos humanos y creo que en ciudades como Lleida hacen mucha falta iniciativas de este tipo”, abunda Porta, que aspira en un futuro a poder crear “una filmoteca propia con películas propias” que se puedan ver en “una plataforma propia de streaming” que no dependa de Filmin u otras empresas. “Es un trabajazo y nos hemos juntado 30 personas que prácticamente no cobramos nada invirtiendo nuestro tiempo, en mi caso durmiendo unas cinco horas porque son muchas cosas por gestionar. Pero el objetivo vale la pena y creo que hay un nicho de gente a la que le interesan los derechos humanos y el cine y a quien puede llegar nuestro festival”, añade Porta, que seguirá alternando la dirección del festival con su trabajo como cineasta.

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