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El pasaporte COVID dispara la vacunación de descreídos en Catalunya: “Si no, no podemos entrar en ningún sitio”

Repunte de la vacunación en la Fira de Barcelona tras anunciarse la aprobación del pasaporte covid.

Germán Aranda Millán

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“¿Que por qué? ¡Ja, ja, ja!”, respondía con carcajada de película Núria, auxiliar administrativa de 51 años, con la complicidad de su pareja y compañero de trabajo, Javier, de 54, ante la pregunta sobre los motivos por los que acababan de vacunarse en la Fira de Barcelona. “Por coacción, porque si no, no puedes ir a ningún sitio”, argumentaba, y aseguraba que “si tienes fuerte el sistema inmunológico” la vacuna no es necesaria, aunque no conseguía explicar en qué se basaba. “Y si ahora viene la nueva variante, ¿habrá que venir a ponerse otra vacuna?”, preguntaba Javier, mientras Núria aseguraba que no había que confundir el negacionismo con su postura. “Yo creo que el virus existe, pero creo que nos lo han inoculado”. 

Por mucho que el conseller de Salut de la Generalitat, Josep Maria Argimon, asegurase el lunes que el objetivo de implantar el pasaporte COVID para entrar en bares y restaurantes no es incentivar la vacuna, el punto de vacunación masiva de la Fira de Barcelona, en la plaza España, dio un buen subidón de gente estos días y la mayoría acuden resignados desde posturas como mínimo desconfiadas. El propio Argimon reconocía que 20.000 personas habían acudido hasta el lunes a vacunarse desde que se anunció la implantación del pasaporte. El crecimiento del ritmo de segundas dosis fue de un 80% y tan solo el lunes 5.306 personas recibieron el primer pinchazo y 3.337 el segundo.



La incertidumbre y la preocupación sobre la resistencia de una nueva variante a los anticuerpos y sobre cómo impactará a la sociedad se mezcla con el miedo a las agujas o a los efectos a largo plazo, la desidia o falta de tiempo, la desconfianza ante las informaciones oficiales y la conspiranoia alimentada por bulos en internet. Son los principales motivos –o excusas– de los vacunados tardíos. 

Entre los descreídos, abundan jóvenes de entre 20 y 30 años, que reconocen sentirse más fuertes ante las pocas posibilidades de que la vacuna tenga síntomas graves en gente de su edad y que por algún motivo no entienden o no les acaba de interpelar la necesidad de inmunizar al máximo de gente para cortar la cadena de contagios. John Eric Silva, de 21 años, explica detrás de su mascarilla de tela negra con un sonrisa de grandes dientes dibujada, un batiburrillo de motivos que apuntan más a la dejadez que a la convicción. “Estaba trabajando en negro, de camarero y de albañil, no tenía tiempo y también me daba un poco igual la vacuna, pero tampoco me fío en general del sistema, siempre van contra la gente. Sinceramente, yo no sé mucho del tema, pero no me fío, unos dicen una cosa, otros dicen otra, aunque es verdad que son bulos…”, comentaba después de vacunarse. 

Más convencidos estaban Pau, de 20 años, y su amiga de 18 que prefería no dar su nombre. “Nos informamos de cosas que no salen en la tele, por internet o por Telegram y conocemos a gente a quien no le ha sentado bien la vacuna. Dicen que eso es lo normal, pero a mí no me lo parece”, defendía Pau, que recordaba que siguen enfermando personas con las dos dosis, pero se quedaba sin respuesta sobre el hecho de que se hayan reducido considerablemente y los síntomas de la enfermedad sean en general menos severos. Finalmente, se vacunaban por “presión social” y consideraban “una falta de libertad” la implantación del pasaporte COVID. “Solo falta que lo pidan en los supermercados”, remataba este estudiante de marketing de Premià. 

Albert, historiador de 23 años, basaba su desconfianza en la comparación de la pandemia con las anteriores olas, a pesar de que su pareja, Ana, de 21, que le acompañaba, se hubiera vacunado hace tiempo en parte porque su madre es sanitaria. “Es que hay datos muy claros: ahora hay menos gente en los hospitales, menos contagios y los que llegan son más leves, eso no son opiniones, es lo que cuentan los médicos de todos los hospitales”, defendía Ana, que pese a la diferencia de pareceres no había discutido con su novio. “No es que sea antivacunas ni negacionista, es que todo lo que tiene que ver con esta pandemia me huele mal, no acabo de comprender ni cómo ha ido todo ni tampoco la vacunación”, replicaba Albert, algo preocupado también por los efectos que pueda tener la vacuna a medio plazo, aunque desde la ciencia se ha explicado en numerosas ocasiones que los efectos secundarios de las vacunas tienden a aparecer siempre a corto plazo. “No me fío de nada de lo que leo y la historia me demuestra que los medios suelen decir lo que les interesa”, abundaba Albert, a pesar de que el periodista le relatara conversaciones con epidemiólogos y sanitarios de diversos grados. 

“El premio Nobel que dijo que las variantes las creaba la vacuna”, en referencia a Luc Montagnier, que ganó el Nobel en 2008 por el descubrimiento del VIH en 1983, era otro de los argumentos utilizados por algunos de los descreídos, si bien la comunidad científica ha desmentido a Montagnier, que también defendió la eficacia de la homeopatía. La falta de tiempo por trabajo era el motivo aducido por Diego y Marcela, una pareja que salía del recinto a las prisas, y también por Ana, que, como encargada de limpieza, aseguraba que no se había podido coger un día libre para vacunarse. “Pensaba que la pandemia acabaría antes”, remataba. 

El contraste

“Esta última semana se ha notado el aumento de gente que viene a vacunarse, pero ya no vienen encantados como al principio y eso nos da algo de trabajo, tenemos que calmar ánimos o convencerles, de momento nada grave. Sobre todo tienen miedo a los efectos secundarios”, explicaba Cristina, enfermera, mientras que Helena, compañera suya, se sorprendía de la cantidad de gente joven que había. La más joven de las entrevistadas, Irene, de 17 años, simplemente reconocía tener “mucho miedo a las agujas” y ninguna desconfianza en la vacuna. “Yo no tenía prisa, aunque mis amigas me insistían en que me vacunara ya”, explicaba. 

El mayor contraste a los descreídos estaba en el mismo punto de vacunación entre los que ya iban a por la tercera dosis. Era el caso de Raquel y Francesc, una pareja de más de 70 años que coincidía en que “es triste que haya que coaccionar a la gente para que se vacune, pero es la única manera”. Su percepción de la libertad era diametralmente opuesta a quienes cuestionaban el pasaporte COVID. “Si no quieres vacunarte, no te vacunes, pero yo tampoco estoy obligada a juntarme contigo y que me pongas en riesgo”, resumía Raquel.

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