Vuelve la estafa del Santo Cáliz
Tendrán razón (o no) los que dicen que Lux, la última maravilla de Rosalía, o el estreno de Los domingos, de Alauda Ruiz de Azúa, reflejan las ganas de un mundo más espiritual. También Mel Gibson lleva años intentando hacer una segunda parte de La pasión de Cristo en la que, supongo, el nazareno vuelva para ajustar cuentas con los romanos. Lo dudo, pero todo podría ser. Lo que no me esperaba era la paletada del MuVIM de dedicarle una exposición al Santo Cáliz. No porque no la merezca —sin problema, si se hiciera con criterio crítico, algo que no va a ocurrir nunca mientras PP, PSOE y Vox puedan impedirlo—, sino porque no es el sitio. Si la muestra hubiera sido en el San Pío V, no habría ‘pero’ que objetarle; en cambio, como es en el MuVIM, no cabe perdonar ni media. Lo mismo podría decirse de la exposición de Jaume I, el Just, que puede verse allí desde octubre. No encaja ni con cola en la institución, pero al menos esa tiene rigor histórico.
Estudiar los mitos es interesante siempre. Ítem otro es lo de meterlos con calzador en un museo, en teoría, dedicado a la ilustración y la modernidad. Esto último parece no tener más sentido que las ansias de Rafael Company (que encima es uno de los comisarios) de ponerse la medallita ante el arzobispado. De hecho, no es la primera vez que enseña la patita. En 2019 ya nos obsequió con la muestra Mare dels Desemparats, secularització i pervivencia de les formes populars del culte religiós, con la que sació el hambre de fe de los nuevos ilustrados y modernos. El objetivo de la institución, nos mintieron en su día, era hacer una aproximación crítica al fenómeno de la patrona del cap i casal. Tanto que a Antonio Cañizares —que no era crítico ni con los abusos sexuales en el seno de la Iglesia—, casi le da un síndrome de Stendhal. E, insisto, que le dediquen todas las exposiciones que quieran a nuestra nancy de madera, pero no en el MuVIM. No por nada, solo que no tiene sentido. Como no lo tendría otra sobre la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 en el Museo Arqueológico Diocesano, porque al Vaticano aún no le ha dado tiempo a adherirse. Las cosas de palacio van despacio, ya se sabe.
El problema no es que el MuVIM consagre una exposición a una copa de Nocilla de cuando Cristo perdió el gorro (literalmente), sino hacerlo de manera absolutamente acrítica. Si vamos a hablar del mito, hablemos del mito; pero si vamos a ponernos de perfil, a llenar el texto de condicionantes, y a dejarlo todo al albur de que cada uno crea lo que quiera sin meternos en camisa de once varas, nos vamos al bar. Y más si la exposición es la cutrez que ha permitido Company. La prueba de que la reliquia no da para mucho es que lo que se tiene preparado en el Museo del Reloj para 2027, y que no es más que un ‘centro de interpretación’. Esta es una figura creada en la Unión Europea, el hijo tonto de los museos, para reivindicar tradiciones locales y atraer algún turista. El rigor es optativo. Así, en su nueva casa, el Santo Cáliz entrará en la misma categoría que el cojo de Calanda, Las Caras de Bélmez o el santo Custodio, que ya cuentan con su propia institución.
Las pruebas de que lo que se conoce como el Santo Cáliz pudo ser la copa con la que brindó Cristo en la Última Cena no solo son inexistentes, sino que ya hay que tener tragaderas para creerse la simple existencia del ágape. Hasta ahora, los únicos que le dan credibilidad a la reliquia son una colla de expertos locales que tienen en común ser de la terreta (fuera de aquí, el interés académico es prácticamente nulo), la cara dura de darse pisto y esconderse detrás de sus credenciales académicas, y no haber publicado ni una puta línea sobre el tema en alguna revista científica digna de tal nombre. Mención aparte el apoyo del incombustible Centro Español de Sindonología, una especie de aldea gala de las pseudociencias que se resiste a admitir que la Sábana Santa es una falsificación medieval.
Si algunos cristianos quieren seguir los pasos del arzobispo Enrique Benavent y cometer el pecado de idolatría pagana, allá ellos. Y no es que haya dudas sobre la copa —no tiene más valor que el de ser un vulgar objeto de hace 2000 años—, es que no hay absolutamente nada que haga pensar que la Última Cena sea un acontecimiento histórico. Lo único que hay es el testimonio de un tal Marcos (que no se llamaba así), que narró los hechos varias décadas después de, presuntamente, suceder y a cientos de kilómetros de donde, presuntamente otra vez, sucedieron. Cualquiera que haya leído a Marcos (o a los evangelistas que le copiaron) se da cuenta de que el relato es demasiado bueno para ser verdad. Jesús no era el hijo de Dios —que no existe, ya lo aviso— y, por lo tanto, no pudo adivinar que lo fueran a detener (salvo que alguien tan humano como él le avisara). La Última Kedada tiene valor simbólico y narrativo, no histórico. Solo hay que conocer qué fueron los Misterios Eleusinos o de Mitra, o las Bacanales en honor de Baco, para entender el origen del texto y comprender de dónde sacó el tal Marcos su relato, de igual forma que leyendo a Danielle Steel entendemos qué inspiró a Ana Rosa Quintana al escribir Sabor a hiel.
La exposición El Santo Cáliz de Valencia (sin tilde, como el es-alert) solo se entiende porque la reliquia cotiza al alza. Es cuestión de dinero, público por supuesto. Que se lo digan a Francesc Colomer quien fue secretario autonómico de Turismo y entendió que ordeñar el Santo Cáliz —con ruta y todo, pero sin bakalao— sería de lo más rentable.
Y ya que estamos, una cosa más. Si en algún momento alguien —aunque sea solo uno— en el arzobispado cree que el Santo Cáliz podría tener algo de auténtico, que actúe en consecuencia. Lo que se exhibe ahora es la famosa taza (de ágata), que es lo que se pretende usó Jesús en su famoso brindis. El resto (las asas de oro y las joyas que adornan la base) es de la Edad Media, la mía, algo que nadie discute, pero son lo que más aprecia el público, que es de gustos caros. La reliquia hoy no es otra cosa que un símbolo de cómo la iglesia se vendió a Constantino en el siglo IV, y de cómo el poder político y religioso ha pervertido el (supuesto) mensaje del nazareno. Jesús echó a los mercaderes del templo y la iglesia los puso al frente del negocio. Yo propongo que lo guarden o lo metan en otra vitrina. A ver a cuántos engañan con una simple taza de talla en la Palestina de principios de nuestra era, que es exactamente igual a las varias docenas que hay repartidas por distintos museos del mundo y que no interesan a nadie. Pero como lo hagan, se acabó el hacer caja.
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