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Mensaje en una jarra de barro

La Jarra de Santa Caterina, en su estantería del centro de conservación del Museo de Historia de Barcelona / Foto: Carmen Secanella

J. J. Caballero / Carmen Secanella (fotos)

Barcelona —

Ficha:

Nombre: Jarra de Santa Caterina

Fecha del hallazgo: 2001

Número de inventario: MHCB 36805

Centre de Conservació i Restauració del MUHBA

Sala de reserva de material cerámico

Estantería 3

Al principio eran apenas tres fragmentos cerámicos. Tres más entre los más de 40.000 objetos que guarda el Museu d’Història de Barcelona (MUHBA) en su discreto (deliberada y afortunadamente discreto) almacén de la Zona Franca. Los trozos de barro estaban inventariados por separado. Se trataba de un asa, el borde de una vasija, una base... Habían sido encontrados en unas excavaciones en el Mercat de Santa Caterina en el año 2001. Nadie imaginaba que pertenecían a la misma pieza. Hasta que un estudio de los doctores Miquel Molist i Montaña y Anna Gómez Bach, de la Universitat Autònoma de Barcelona, determinó que formaban parte del mismo objeto. Era una vasija y podía considerarse una pieza excepcional.

Hoy, esos fragmentos han sido unidos y la jarra ha cobrado forma. De apenas un palmo de altura, se guarda en una estantería baja en el almacén de la Zona Franca, en condiciones de conservación (humedad, temperatura, iluminación...) que para sí quisieran algunos seres vivos. Y cuando hay que moverla, se sitúa en un carrito con ruedas. Las manos son un apéndice demasiado inestable como para transportar una pieza de esa categoría.

Una pieza muy innovadora

¿Qué nos cuenta la Jarra de Santa Caterina? Se sabe muy poco de ella, pero en cuestiones arqueológicas, lo que no se sabe también puede tener su importancia. No se sabe con certeza si es una producción local. Eso significa que no se ha hallado nada similar en la ciudad. Podría tratarse de una pieza foránea, creada incluso fuera de la Península. Por tanto, alguien tuvo que traerla hasta aquí. Y en consecuencia eso significaría que en aquel momento había intercambios –movimiento de personas y objetos- a través del Mediterráneo. ‘Aquel momento’ quiere decir 1.800 años antes de nuestra era, a finales del Calcolítico e inicios del bronce inicial. El informe de los doctores Molist y Gómez la describe con estas palabras: “Forma alta, boca estrecha y cerrada y fondo plano. Contrariamente a la mayoría, no presenta decoración. Es una pieza que, estilística y tecnológicamente, es muy innovadora y tenemos muy pocos paralelismos en los asentamientos contemporáneos”.

“Es una pieza extraña en el contexto cronológico en que aparece. Una pieza de la prehistoria de Barcelona”, explican Josep Bracons, jefe del Departament de Col.leccions i Centres Patrimonials; Emili Revilla, responsable de l’Arxiu Arqueològic, y Aitor Parra, responsable de la Col.lecció del MUHBA.

Veinte mil cajas con restos arqueológicos

Barcelona tiene un subsuelo arqueológicamente muy rico. El MUHBA ha realizado unas 750 excavaciones y el resultado de esos trabajos está convenientemente inventariado (siglado, en léxico profesional) y depositado en 20.000 cajas. Lo que más abunda es la cerámica, seguida de vidrio, huesos, metales, cueros y madera. Los basureros son una fuente inagotable de información. Sus restos dan pistas sobre cómo era la vida en las distintas épocas. En este sentido, las ‘basuras’ del monasterio de Pedralbes son una de las más apreciadas. También observan restos de animales y el aprovechamiento de los huesos para construir objetos, como los botones, por ejemplo.

Los restos más antiguos encontrados hasta ahora en Barcelona estaban en el Morrot y pertenecen al Epipaliolítico (9.000 a 5.000 años antes de Cristo). Son fragmentos de piedra tallada, de jaspe. Pero la prehistoria de Barcelona también puede ‘verse’ en otros puntos: bajo el mercado de Santa Caterina, en la zona de la Iglesia de Sant Pau del Camp-Santa Amalia, junto al Liceu, en el mercado de la Garduña o en la calle del Pi. Sin olvidar la Sagrera, donde se ha hallado una fosa común del neolítico con más de doscientos enterramientos y donde más recientemente, a propósito de las obras del Ave, se han encontrado importantes frisos romanos que están siendo restaurados en el centro de conservación de la zona Franca.

Último destino: el Born

Los rincones de estos almacenes harían salivar a más de un anticuario, a la vista de los objetos aquí depositados, desde tallas de santos hasta relojes pasando por pupitres escolares de la posguerra, sin olvidar banderas centenarias que han resistido dignamente el paso del tiempo y probablemente alguna que otra batalla. ¿Y a quién pertenecen todos estos objetos? Depende. Si se han hallado en el subsuelo, son propiedad de la Generalitat (aviso a los buscadores de “tesoros”: cualquier objeto encontrado bajo tierra es propiedad de la institución autonómica), aunque en el caso de Barcelona hay un acuerdo para que el depositario sea el MUHBA.

Todos los hallazgos son estudiados en el laboratorio que el Museu posee en el almacén de Zona Franca. Una parte pasará a exhibirse en el Museu d’Història de la Ciutat, y el resto, se quedará aquí, en el depósito de obras singulares, hasta que un nuevo espacio expositivo permita que salgan a la luz pública. Como ocurrió con la conversión del Born en centro de interpretación de la historia de Barcelona en torno a 1714: unas 2.600 piezas cambiaron su discreto ‘hábitat’ de la Zona Franca por el luminoso espacio del Born.

Hay una sala donde las mesas están cubiertas de pequeños fragmentos, algunos realmente diminutos, y donde una docena de personas se afanan en su cuidado y catalogación. En ocasiones, un pasador de cabello o un simple botón puede contener mucha más información que un fragmento de columna. De hecho, hay tantos basamentos, capiteles y fragmentos de fuste de época romana y medieval que ya no saben dónde guardarlas.

La República convertida en Victoria

A veces es complicado encontrar un lugar para colocar objetos de gran tamaño como la estatua de bronce dedicada a la Victoria que fue retirada hace tres años de su emplazamiento en la Diagonal, al pie del obelisco conocido popularmente como “el llapis”.

Debe de ser una de las estatuas con más vicisitudes de la historia. Fue diseñada por Frederic Marés con la intención de que se convirtiera en el homenaje al primer presidente de la República, Pi i Margall. Pero le ganó la partida Josep Viladomat con una obra mucho más directa: el gorro frigio de la dama de Viladomat era la incontestable representación de la República.

Cuando las tropas franquistas entraron en Barcelona en enero de 1939 se apresuraron a retirar la obra de Viladomat y para sustituirla recurrieron a lo que tenían más a mano, la escultura de Marés, a la que rebautizaron como Victoria. Sin embargo, las prisas hicieron inevitable que fuera colocada tal y como estaba en aquellos momentos, esto es, con el torso desnudo. Se produjo así una escena bien curiosa: la de ver a militares de alta graduación, falangistas y destacados miembros del clero realizar el saludo fascista ante una estatua que en realidad representaba a la República. ¡Y medio desnuda!

La situación fue corregida poco después y Frederic Marés tuvo que tapar con un pudoroso velo el busto de aquella mujer transmutada de República en Victoria. Y así es como aparece hoy, con sus cuatro metros de altura, junto a una de las puertas de acceso a los almacenes, en el exterior, pero oculta a las miradas indiscretas de la calle. Porque la discreción es una de las señas de identidad de este lugar tan especial que pasa completamente inadvertido pero que atesora tanta historia.

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