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Las diez claves del trágico dilema del PSC

El alcalde de Lleida, Àngel Ros, dejará su escaño en el Parlament para evitar votar 'no' y enfrentarse a su propio partido.

Josep Carles Rius

Barcelona —

El Parlament ha dado hoy un paso más hacia la independencia de Catalunya. Era una votación trascendente, pero el pleno pasará a la historia por ser el escenario de la fractura del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC). Una mayoría muy cualificada de diputados (CiU, ERC, ICV) ha votado a favor de solicitar al Congreso el traspaso de competencias para convocar el referéndum, al amparo del artículo 150.2 de la Constitución. Era un trámite imprescindible para preservar la legalidad del proceso hacia una consulta acordada con el Estado. Y llega después del acuerdo sobre la pregunta, aquella doble cuestión que permitía el voto por la independencia (el doble Sí), el estatus quo (el No) o la llamada tercera vía federal o confederal (el Sí al Estado propio y el No a la independencia).

Así las cosas, el PSC podría haber votado hoy a favor del ‘derecho a decidir’ sin traicionar su proyecto federalista. Y, a la vez, evitar la ruptura del grupo parlamentario y conectar con buena parte de su electorado (más del 50%) favorable a la consulta. Pero la dirección del PSC también tenía argumentos para interpretar que la votación de hoy es sólo un capítulo más de un guión ya escrito y que tiene como único desenlace la independencia. El dilema ha sido trágico para el PSC. O se sumaba a una estrategia soberanista o aparecía votando junto al unionismo del Partido Popular y Ciutadans, que es lo que ha sucedido finalmente. El trance al que se enfrenta el PSC es de una relevancia que va mucho más allá de las fronteras del partido y que tiene las siguientes claves:

1. La pieza más cotizada. El PSC, junto a CiU, ha ocupado desde la Transición la centralidad del país. Por eso la voluntad del partido está tan disputada por los dos bloques. La decisión del PSC significa un trofeo para unos y una pérdida para otros. De aquí que las presiones que sufre el PSC sean brutales desde hace ya muchos meses. Es el partido ‘a batir’ o a ‘conquistar’. Incluso alguna prensa que durante diez años jugó a destruir al PSC ahora elogia su ‘moderación’.

2. El coste de la ambigüedad. Mientras fue posible, el PSC, como hacia tradicionalmente CiU, se refugió en la ambigüedad. Pero a medida que avanza el proceso soberanista y el blanco y negro se impone sobre los grises, la equidistancia resulta cada vez más complicada. La dirección del PSC ha llegado a la conclusión que la ambigüedad tiene un coste electoral insoportable y que tensa en demasía su relación con el PSOE. Pero el PSC sabe que ‘tomar partido’ en el debate que vive Catalunya también tiene un alto coste. Volvemos al drama.

3. La fractura de la izquierda. Pere Navarro controla el partido (sus tesis recibieron el aval del 87% de los votos en el Consell Nacional) pero tiene a su base electoral dividida. La cantera política, social e intelectual del PSC es hoy terreno abonado de plataformas críticas o fugas hacia otros partidos. Cuando se cumplen diez años del Pacte del Tinell que dio la presidencia de la Generalitat a Pasqual Maragall con un Gobierno tripartito, el PSC escenificará hoy en el Parlament la fractura de aquella izquierda que logró la alternancia tras 23 años de Jordi Pujol.

4. La cohesión social. El PSC simboliza mejor que nadie la voluntad de construir una única comunidad en Catalunya. El PSC ha compartido esta labor con amplios sectores de CiU o ERC y, especialmente, con el PSUC antes e ICV-EUA después. Pero, sin duda, el PSC ha sido determinante para configurar la Catalunya que hoy conocemos. No sólo lideró la transformación física de las ciudades catalanas, si no que contribuyó a la cohesión de la sociedad, a su unidad civil. La quiebra del PSC también representaría, en este sentido, una grave fractura social.

5. El factor territorio. Los diputados que han discrepado públicamente de la dirección proceden de Girona (Marina Geli), Lleida (Àngel Ros), Vilanova (Joan Ignasi Elena) o Terres de l’Ebre (Núria Ventura). Es decir, de ciudades y territorios con amplias mayorías sociales a favor de la consulta. De esta forma, la crisis del PSC indica, más allá de estrategias e intereses personales, que resulta muy distinto defender unas u otras ideas en función del lugar donde se ejerce la política. Este es un escenario que Catalunya había logrado conjurar hasta ahora.

6. La nueva hegemonía. Las encuestas y las movilizaciones indicaban un cambio de hegemonía en Catalunya. La Convergència de Artur Mas intuyó los nuevos tiempos e intentó ampliar su mayoría. El PSC, después de largas dudas, se ha reafirmado en su apuesta federal. CiU y PSC, que compartieron el catalanismo, hoy juegan en ligas distintas. Y nadie sabe si serán vencedores al final de la competición; o si ambos serán derrotados y se consolidarán nuevas hegemonías tanto en el ámbito conservador como en la izquierda. O si Catalunya se enfrenta a un largo periodo de empates y fragmentaciones. El PSC está en el centro de todas las dudas.

7. La apuesta federal. PSOE y PSC no han logrado hacer creíble su proyecto federal ante los ciudadanos de Catalunya, que intuyen una reedición actualizada del ‘café para todos’. Después del fracaso del Estatut, sólo tendría futuro una apuesta que pasara por la relación bilateral entre Catalunya y España a partir del reconocimiento pleno de un Estado plurinacional. En Catalunya existe una mayoría que se siente tan catalana como española; y también un amplio rechazo al actual ‘status quo’. Son buenas bases para una posible ‘tercera vía’, pero en estos momentos parece inalcanzable.

8. El vínculo con España. Los socialistas han ‘administrado’ el vínculo emocional entre Catalunya y España desde la caída del franquismo. Mientras los nacionalismos, aquí y allí, se retroalimentaban, el PSC significaba un puente entre el catalanismo y los sectores progresistas de la sociedad española. Zapatero y su ‘España plural’ significaron en este sentido la mayor esperanza y, también, una gran frustración. El PSC se desangró con el Estatut y ve, desconcertado, como en Catalunya y España se destinan ahora más energías a hundir puentes que a tender lazos de diálogo y entendimiento.

9. La esperanza de las primarias. Nadie diría que hace poco más de tres años el PSC acumulaba tanto poder como ningún otro partido había logrado en democracia. Participaba del Gobierno de España, presidía la Generalitat y dirigía las principales ciudades del país. Tenía tanto poder que se alejó de la sociedad, acumuló errores y se convirtió en un partido de cargos. Ahora ve en las primarias abiertas un laboratorio para recuperar las raíces perdidas. Es su gran esperanza de regeneración. Aunque nadie sabe hasta qué punto esta expresión pública de pluralidad será percibida por el electorado como un signo de renovación democrática.

10. A contracorriente. El proceso que vive Catalunya es la suma de un profundo movimiento popular y de una estrategia política del partido de Gobierno que ve en el independentismo un formidable instrumento de permanencia en el poder. Juntos constituyen una tenaza para el PSC, a merced de los resortes políticos y mediáticos de la coalición de Gobierno (CiU-ERC) y presionado por la movilización ciudadana en favor de la independencia. Y, como toda la izquierda, sin una agenda social en un marco político monopolizado por el debate soberanista. El PSC, como nunca en su historia, deberá remar a contracorriente. De su acierto depende el futuro del partido y, también, la cohesión social de Catalunya.

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