Los próximos días 6 y 13 de diciembre se celebraran elecciones regionales en Francia en medio de un clima político excepcional: pánico social provocado por los atentados del pasado 13 de noviembre, estado de emergencia, intensificación de la acción militar francesa en Siria, etc. Sin duda, el mapa político-electoral resultante de dichos comicios condicionará sustancialmente la vida política y social del país vecino en su carrera hacia las que con mucha probabilidad sean las presidenciales (2017) más importantes de los últimos años.
Unos de los resultados más destacados de estas elecciones regionales será el incremento electoral sin precedentes del Front National, y la más que previsible victoria del mismo en la región Nord-Pas-de-Calais, donde se presenta Marine Le Pen (también futura candidata a la presidencia de la República). Además de modificar el escenario electoral francés de los próximos años, una victoria de la extrema derecha en esta región tendría una gran importancia simbólica, puesto que allí tuvo lugar uno de los episodios más destacados de la resistencia francesa: la huelga general de mayo-julio de 1941. En otras palabras, el Front National conseguiría imponerse en una región caracterizada históricamente por el fuerte arraigo de un movimiento obrero organizado y símbolo del antifascismo europeo de entreguerras.
De confirmarse el auge del Front National – recordemos que la primera señal clara de este fenómeno se produjo tras su victoria en las europeas-, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Por qué una formación política de signo ultraderechista tiene tanto éxito en un país que presume de ser la cuna de los valores republicanos de la libertad, la igualdad y la fraternidad?
El hecho es que el Front National aparece hoy para buena parte de la sociedad y el electorado francés como una fuerza política alternativa, de cambio y con capacidad de representar las aspiraciones y el (des)ánimo de importantes sectores de la sociedad. En buena medida, esta realidad no es más que una de las consecuencias del auge de un escenario con importantes componentes populistas por las consecuencias de la crisis económica, de las tensiones étnico-religiosas o el descrédito de las instituciones, entre otras.
Asimismo, el crecimiento electoral del Front National no sería más que un signo de una cuestión aún más profunda: la crisis del proyecto nacional y de las élites políticas de la actual V República francesa. Para comprender la dimensión de esta crisis hay que atender, como mínimo, a las que nos parece que son tres características fundamentales de la cultura política y la historia reciente de Francia.
En primer lugar y contrariamente a lo que se suele pensar, en Francia siempre ha existido una cultura política anti-ilustrada y antidemocrática que ha estado en permanente tensión con los impulsos democratizadores de amplios sectores de la población. Siguiendo a Zeev Sternhell, esta corriente, bien enraizada en la sociedad francesa y opuesta a la Ilustración, a la Revolución Francesa y a su herencia político-filosófica, adquirió fuerza desde finales del siglo XIX, se desarrolló a partir de una construcción intelectual elitista pero también como movimiento político de masas organizado, encontró su síntesis en el fascismo y finalmente cristalizó en el régimen de Vichy (1940-1944). Lejos de desaparecer, esta corriente ha mutado y buena parte del sistema político francés, sus élites e importantes sectores de la sociedad francesa se encuentran impregnadas actualmente de ella.
La crisis de la V República y el actual contexto populista constituye un escenario favorable para la emergencia de dicha cultura política, así como para el consecuente deslizamiento del conjunto del sistema de partidos y de la sociedad francesa hacia posiciones cada vez más reaccionarias y con fuertes componentes xenófobo-racistas y etnicistas. En este contexto, el Front National aparecería como una expresión político-partidaria de esta corriente de pensamiento, así como catalizador de la dinámica de desplazamiento del sistema político francés hacia dichas posiciones.
Por otra parte y en segundo lugar, Francia sufre una severa crisis de su modelo productivo. Durante los años noventa, la economía francesa se ralentizó y sólo creció un 1,3% anual. Además, a principios del siglo XXI, el paro aumentó hasta afectar a más del 9% de la población activa - 25% entre los jóvenes y dos quintas partes entre las familias inmigrantes-. Esta situación se agravó con la crisis económica y la aplicación de las medidas de austeridad. Las erráticas políticas macroeconómicas y la maltrecha situación del sistema productivo ponen en riesgo el modelo francés de estado social que muchos economistas liberales han llamado despectivamente la excepción francesa, por su carácter avanzado en términos de protección social en relación a los países de su entorno.
Finalmente, las actuales élites francesas son incapaces de ofrecer a sus conciudadanos un proyecto nacional acorde con sus intereses. A medida que se acerquen las elecciones presidenciales se acentuará la naturaleza Vichy-capitularda y colaboracionista de las élites vinculadas al poder de la V República desde 1969 hasta la actualidad.
Lo cierto es que, a excepción de algún periodo puntual, a saber, el de la segunda presidencia del general De Gaulle (1959-1969), dichas élites se han caracterizado históricamente por ceder o someterse a intereses extranjeros así como por hacer prevalecer sus intereses de clase y en cuanto que élites gobernantes. Ejemplo reciente de ello es, y en términos de Chèvenement, al fin de la Segunda Guerra Mundial, la elección de las clases dirigentes francesas de construir una Europa bajo la tutela de los Estados Unidos (1946-1959), al margen de sus naciones, o sea, contra ellas; más tarde, la rendición sin tambor ni trompeta de las mismas élites en 1985-1987, entregando la Europa continental al modelo neoliberal anglosajón y; por último, la decisión de impulsar una moneda única (1989-1999), asumiendo de nuevo un papel de vasallos ante Alemania.
En este sentido, es en el actual contexto de casi absoluta subordinación de Francia ante los intereses políticos y económicos de Alemania en el marco de la Unión Europea (UE), en el que una amplia mayoría de la sociedad francesa (85%) considera a François Hollande como el “peor Presidente de la historia de Francia”. Éste no aparece como Presidente de la República, sino como “vicecanciller de la provincia” de Francia, en propias palabras de Marine Le Pen. Muy probablemente, las aspiraciones de buena parte del electorado francés de recuperar una Francia soberana que garantice el bienestar y la seguridad de la población se harán cada vez más perceptibles. En consecuencia, en los meses que van a transcurrir hasta la celebración de las elecciones presidenciales, es previsible que el debate sobre el encaje y el futuro de Francia en la actual UE cobre cada vez más fuerza y que su desarrollo sea fundamental para el futuro de la V República.
Posiblemente estemos asistiendo al agotamiento del modelo social y político de la V República; un agotamiento que, por otra parte, viene gestándose desde hace décadas, pero que, tal vez, cierta idealización de los valores republicanos y de la cultura política franceses haya impedido valorar en toda su dimensión y profundidad. Como decía el epílogo de “La Haine” - película francesa dirigida por Mathieu Kassovitz-, “Esta es la historia de una sociedad que se hunde. Y mientras se va hundiendo no para de decirse: hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída, sino el aterrizaje”.