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Jóvenes bajo tutela: el riesgo de la distancia

Las denuncias de malos tratos físicos y psicológicos por parte de los menores no acompañados (MENAS) hacia el centro de proteccion de menores, La Purísima; la retirada del permiso de residencia al llegar a la mayoría de edad; y la no escolarización de los chicos en el sistema público educativo, son los principales motivos por los que huyen del centro. //FOTO: Robert Bonet

Alba Elvira

Fundació SURT —

Imagina: separarse de la familia, irse a vivir a un centro de protección a la infancia y adolescencia, convivir con otros jóvenes que no conocías, depender del apoyo y acompañamiento de educadores y educadoras también desconocidas... No debe ser nada fácil. Las experiencias de los chicos y chicas tuteladas son muy diversas pero la incertidumbre, la inseguridad, el miedo e, incluso, la soledad son sensaciones comunes en el momento en el que son acogidas por primera vez en un centro residencial de acción educativa, los CRAE.

La vida de los chicos y chicas tuteladas es una realidad desconocida e invisibilizada; y aún más, añadiría, estigmatizada. A los retos que ‘los chicos y chicas de CRAE’ tienen que afrontar, dada su situación, se suman los prejuicios de gran parte de la sociedad. Son rápidamente encasilladas como jóvenes ‘inadaptadas’ o ‘problemáticas’, como si fueran corresponsables de su situación.

Plantéatelo: el desconocimiento genera rechazo. Entonces, para empezar, ¿no nos tendríamos que preguntar cómo es la vida de los chicos y chicas que se encuentran bajo la tutela de la Generalitat? ¿Cuáles son las historias de vida que albergan las paredes de los CRAEs? Desgraciadamente, la realidad es más dura de lo que querríamos. Una de las conclusiones extraídas del proyecto Alternativas de Futuro, un proyecto europeo dirigido al empoderamiento de adolescentes tutelados/das víctimas de violencia desde la perspectiva de género y los derechos de la infancia ha sido que, a lo largo de su vida, la mayoría de jóvenes tuteladas han sido testigo o han experimentado episodios de violencia.

Las formas que puede tomar la violencia son diversas y cambiantes. Estas jóvenes pueden haber sido expuestas a violencia psicológica, física o sexual, perpetrada por varias personas, desde los progenitores hasta otros familiares, amistades o, incluso, en las relaciones sexo-afectivas.

No hay duda de que la experiencia de la violencia, directa o indirecta, especialmente en edades tan tempranas, tiene consecuencias nefastas para las personas. Las experiencias traumáticas en la infancia o adolescencia condicionan los procesos de desarrollo y limitan las oportunidades y expectativas de futuro, es decir, conforman el imaginario de las relaciones posibles. Y la violencia ejercida por gente querida es todavía más dolorosa.

Ante esta realidad, Alternativas de Futuro nació con el objetivo de dar respuesta a las necesidades derivadas de estas experiencias de violencia. Estos chicos y chicas forman parte de un colectivo de jóvenes extremadamente vulnerable, por lo que reconocer que tienen unas necesidades diferenciadas del resto de jóvenes que no han vivido experiencias similares es central. Es, de hecho, un buen punto de partida.

A la hora de intentar atender estas necesidades también es importante tener en cuenta que la violencia no es ajena a la marca del género. Suerte de las lentes violetas del feminismo, que nos permiten enfocar mejor y que nos ayudan a ver que las relaciones de poder entre géneros afectan las experiencias de violencia.

Ser un chico, una chica o una persona joven que no se identifica ni con el género masculino ni con el femenino condiciona el tipo de violencia que se puede sufrir y qué impacto puede tener. No se trata de negar las individualidades o de no reconocer que, además del género, hay otros muchos factores que condicionan cómo somos y que hacemos en este mundo. Pero los principios en los que se basa la feminidad y la masculinidad en la sociedad occidental nos dicen mucho sobre el uso social de la violencia. Mientras que la fuerza y la agresividad son signo de masculinidad, la pasividad y la sumisión se asocian al mundo femenino.

No se trata de una simple diferencia, sino de una desigualdad. Reconozcamos, pues, que las chicas, así como las personas LGTBI, al desobedecer las normas de género tradicionales, se encuentran en situación de mayor riesgo.

Si bien socialmente la violencia es patrimonio de la masculinidad, esto no significa que las chicas o las personas LGTBI no puedan ser agresivas o ejercer violencia. De hecho, crecer en un entorno en el que habitualmente se reproduce violencia, contribuye a que se normalice y se integre como forma de relacionarse con las otras personas y con una misma. Romper con estas dinámicas interiorizadas es fundamental para poder garantizar un futuro libre de cualquier forma de violencia.

Ofrecer una atención adecuada y específica que contribuya a la recuperación y empoderamiento de las personas jóvenes tuteladas no es sólo una necesidad, sino un deber. En esta tarea, los y las profesionales que trabajan en centros residenciales tienen un rol clave. Ahora bien, su responsabilidad tiene límites y es compartida. Si somos corresponsables del estigma social que sufren estas jóvenes, ¿no tendríamos que ser corresponsables también de garantizar sus derechos?

Corresponsabilizarse. El reto es enorme y requiere la implicación de todas las instituciones y del conjunto de la sociedad. La situación en la que se encuentran estas adolescentes es producto de las discriminaciones y desigualdades que genera la estructura social. Cuando hablamos de derechos, hablamos de responsabilidades colectivas porque la vulneración de estos derechos, en muchos casos, también es colectiva. Igual que es imprescindible que toda la población se implique activamente en frenar las violencias machistas, es necesario que reflexionemos y actuemos para que estas jóvenes puedan salir de la espiral de la violencia.

Una sociedad justa e igualitaria es aquella consciente de que no todo el mundo nace con las mismas oportunidades y emprende acciones concretas y contundentes para revertir estas desigualdades. Todos y todas formamos parte y nos jugamos mucho en ello. ¿Nos ponemos en marcha?

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