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La maté porque era mía

La vida nos demuestra que hay hechos imposibles de prever. Hablando de violencia machista, podemos encontrar todas las posibilidades: El hombre que maltrata o mata por primera vez cuando nunca lo había hecho. La sorpresa es total. Pero el hecho es suficientemente grave como para que no pase más de una vez. Las autoridades, hipócritamente, claman y proclaman, que las mujeres amenazadas deben denunciar. De otro modo, no se puede hacer nada. Nosotros desde aquí, sí lo hemos denunciado y, sin ningún problema, volvemos a hacerlo a riesgo de repetirnos: La mujer desgraciada que hace caso de buena fe a estos clamores aumenta en un mil por ciento las probabilidades de ser agredida o asesinada. La denuncia no detiene nunca ningún agresor. Al contrario. El agresor está lo suficientemente loco como para no actuar racionalmente: “Uy, me ha denunciado, iré a la cárcel. Me portaré bien”. No. Nunca. Nunca lo hace. Le da igual. Mata y punto. Y si tiene que ir a la cárcel, pues va.

Hace dos semanas, apuñalaron mortalmente a una mujer en Salamanca. El presunto autor es la ex pareja. La víctima estaba incluida en el programa de violencia de género, por lo que ya había hecho la correspondiente denuncia. Fatalmente, casi con una seguridad absoluta, se cumple la estadística macabra. A ella, que ha denunciado, la matan. A otra mujer, que no haya denunciado, quizás no la maten. La violencia de género se debería tratar como una epidemia. El Estado, sin embargo, le regatea el gasto. Te dice, no podemos poner un policía detrás de cada mujer que ha denunciado. Es cierto, pero a la vez, minimiza los presupuestos para adquirir dispositivos de seguimiento de posibles maltratadores. O de maltratadores juzgados y condenados. Si tan caro es hacer el seguimiento, que les grapen un chip en la oreja, como a los perros. Que cuando se acerquen al punto donde está la ex pareja, reciban una descarga eléctrica en el cerebro. Porque, repetimos, la estadística, en este punto es cierta y macabra: Las matan. Son gente enferma, inmadura, incapaz de soportar el fracaso en el único ámbito de su vida donde podían “mandar”. Yo no digo que tengan la culpa, la culpa es de la sociedad y bla, bla, bla, de acuerdo. Pero atención: Matan.

Repetimos la recomendación hecha en un anterior artículo: Mujeres que habéis denunciado, organizad la defensa. Haced un curso de autodefensa. Pero no lo olvidéis una vez más: Tenéis la estadística en contra. Huid de casa. Si piensas: “¿Por qué me tengo que ir yo, si el delincuente es él, y además, lo he denunciado?” Error. Estás muerta. Si llama a la puerta y te suelta palabras de arrepentimiento a través de la cerradura, no abras. Si lo haces, estás muerta. Si va por la calle y se acerca a ti, no esperes a ver qué te quiere decir: Pide ayuda, huye. Si te paras a hablar con él, aunque sea en medio de la calle, con miles de personas alrededor, ya has cometido el error: estás muerta. Es obvio que si los denunciáis, enloquecen. Entre otras razones porque el asunto se hace público y patente. Y no lo soportan.

Hay hechos imposibles de prever. Incluso hay estadísticas manipulables. Pero otros, no. Y éste es uno que, tercamente, salpica de sangre a las autoridades con una regularidad aterradora. Atención, aquí, el famoso ejemplo estadístico de los dos pollos (si somos dos, y yo me los como ambos, la estadística dice que nos hemos comido un cada uno) no sirve, porque en violencia de género, ambos “pollos ” están muertos igualmente: No me interesa saber la media de mujeres asesinadas que previamente habían denunciado su caso a la policía. No debería haber ninguna. Recordémoslo, incansablemente: Si denuncias, te matan. Es una contradicción de carácter gigante que no tiene más relevancia pública porque es minoritario. ¿Qué pasaría si en todos los casos de robo en el que el ladrón sale del juzgado a las veinticuatro horas de ser detenido, regresara al lugar del crimen y matara a los que lo han denunciado? Repetimos, es una contradicción colosal: El buen ciudadano, pringa. Por ejemplo, el que de buena fe paga sus impuestos y ve qué hacen determinadas personas para zafarse de su responsabilidad. De acuerdo, se siente estafado. Pero por lo menos el presunto defraudador no se presenta en su casa y, además, lo mata. Y a puñaladas. Por favor, un chip grapado en la oreja. Como a los perros. Que hagan un convenio con los veterinarios. Lo que sea. Por favor.

La vida nos demuestra que hay hechos imposibles de prever. Hablando de violencia machista, podemos encontrar todas las posibilidades: El hombre que maltrata o mata por primera vez cuando nunca lo había hecho. La sorpresa es total. Pero el hecho es suficientemente grave como para que no pase más de una vez. Las autoridades, hipócritamente, claman y proclaman, que las mujeres amenazadas deben denunciar. De otro modo, no se puede hacer nada. Nosotros desde aquí, sí lo hemos denunciado y, sin ningún problema, volvemos a hacerlo a riesgo de repetirnos: La mujer desgraciada que hace caso de buena fe a estos clamores aumenta en un mil por ciento las probabilidades de ser agredida o asesinada. La denuncia no detiene nunca ningún agresor. Al contrario. El agresor está lo suficientemente loco como para no actuar racionalmente: “Uy, me ha denunciado, iré a la cárcel. Me portaré bien”. No. Nunca. Nunca lo hace. Le da igual. Mata y punto. Y si tiene que ir a la cárcel, pues va.

Hace dos semanas, apuñalaron mortalmente a una mujer en Salamanca. El presunto autor es la ex pareja. La víctima estaba incluida en el programa de violencia de género, por lo que ya había hecho la correspondiente denuncia. Fatalmente, casi con una seguridad absoluta, se cumple la estadística macabra. A ella, que ha denunciado, la matan. A otra mujer, que no haya denunciado, quizás no la maten. La violencia de género se debería tratar como una epidemia. El Estado, sin embargo, le regatea el gasto. Te dice, no podemos poner un policía detrás de cada mujer que ha denunciado. Es cierto, pero a la vez, minimiza los presupuestos para adquirir dispositivos de seguimiento de posibles maltratadores. O de maltratadores juzgados y condenados. Si tan caro es hacer el seguimiento, que les grapen un chip en la oreja, como a los perros. Que cuando se acerquen al punto donde está la ex pareja, reciban una descarga eléctrica en el cerebro. Porque, repetimos, la estadística, en este punto es cierta y macabra: Las matan. Son gente enferma, inmadura, incapaz de soportar el fracaso en el único ámbito de su vida donde podían “mandar”. Yo no digo que tengan la culpa, la culpa es de la sociedad y bla, bla, bla, de acuerdo. Pero atención: Matan.