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Artur Mas, el hombre de hielo que sacrificó a Convergència para salvarla

El expresident Artur Mas, en una imagen de archivo.

Neus Tomàs

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Artur Mas defiende que no hay una única manera de ser presidente y, si hubiese que resumir cuál es la suya, sería la de un político que, como él mismo reconoce, se especializó en decir no mientras una parte importante de la sociedad se indignaba por los recortes de su Govern. La contestación en la calle le obligaba a entrar de noche al Hospital de la Vall d'Hebron para visitar a su hermana Núria, fallecida a finales de agosto de 2011, su primer año en el cargo. Era el presidente, tenía las puertas abiertas en un montón de sitios, pero sabía que su presencia en una clínica solo podía traerle problemas.

Esta es una de las peores experiencias que recuerda de su etapa al frente del Govern, según escribe en Cap fred, cor calent (Columna), el libro en el que relata sus vivencias durante la etapa del procés. Su padre le regaló un timón que tuvo colgado en su despacho de president y en el que estaba grabada en bronce la inscripción que da nombre a estas memorias. El 11 de enero del 2016 lo descolgó después de un lustro en el que pasó muchas horas solo, encerrado en la Casa dels Canonges, la residencia oficial de los presidentes a la que nunca quiso trasladarse a vivir.

Mas, un político sin cuenta de Twitter, que intenta que los medios no influyan en sus decisiones, y al que sus colaboradores apodaron Iceman, se reivindica heredero de Enric Prat de la Riba y Jordi Pujol, de quien defiende el legado hasta calificarlo de gigantesco e insiste en que el fraude fiscal que cometió hay que considerarlo “un asunto privado”. La confesión del fundador de Convergència fue la estocada a un partido que ya estaba más que tocado. “Habíamos dado demasiadas excusas por los ataques por sospechas de irregularidades, algunas conductas individuales, aunque muy aisladas, poco decentes; el caso del Palau de la Música; las acusaciones permanentes, desde hacía tiempo, de financiación irregular, y sobretodo el hachazo que supuso la confesión del president Pujol en julio del 2014”, rememora.

Había que sacrificar a Convergència para poder salvarla y se organizó un congreso para reinventar el que había sido el proyecto político más exitoso en Catalunya desde el regreso de Josep Tarradellas. Nació, no con pocos problemas, el PDeCAT, pese a que tanto Mas como Carles Puigdemont apostaban por el nombre que finalmente ha hecho más fortuna: Junts per Catalunya. En lo que no estaban de acuerdo en quién había de liderar la nueva etapa. A Mas no le hubiese importado que fuese Jordi Turull. Puigdemont se negó.

La relación con Rajoy

Mas confiesa que durante su etapa como president habló durante muchas horas con Rajoy sobre “el tema”. Se trataban por el nombre de pila y reconoce que era imposible enfadarse con él, aunque a la vez era muy complicado que los acuerdos se cumpliesen. Veteranos convergentes, bregados en negociaciones con el PP, le resumieron la diferencia entre dos fumadores de puros, Rajoy y Aznar: “Cuando ibas a ver a Aznar, se fumaba un puro, no te invitaba, te reñía, a veces en un tono que daba miedo, y no te concedía nada de lo que pedías. En cambio, cuando te veías con Rajoy, se fumaba un puro, te invitaba, todo era buen rollo, te ponías de acuerdo, pero nunca cumplía nada”.

La negativa de Rajoy a negociar un pacto fiscal para Catalunya marcó un punto de inflexión, para muchos, de no retorno. Empezó una nueva etapa para la que, como reconoce Mas, no había ni brújula ni mapas. Decidió adelantar las elecciones, se diseñó una campaña en la que sus asesores vieron una metáfora de “la voluntad de un pueblo” y la gran mayoría de medios interpretaron como una muestra de mesianismo. En perspectiva lo define como un tropiezo que se podría haber evitado.

La campaña estuvo marcada por dos portadas de El Mundo en las que le acusaban de tener cuentas en Suiza. Fuese por el cartel, por esas portadas o por otros motivos, el resultado electoral no fue el que se esperaba. Iba a por la mayoría absoluta y se quedó con 52 diputados, una docena menos de los que tenía. La decepción le llevó incluso a plantearse la posibilidad de abandonar. Lo define como unos instantes de debilidad. Pero decidió seguir y aunque los puentes con Rajoy aún no estaban dinamitados, la celebración de la consulta del 9-N marcó un punto de difícil retorno.

Escogió esta fecha porque coincidía con el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín pero, además, era la fecha de nacimiento de su padre, fallecido en marzo del 2012. Su nombre también había aparecido también en El Mundo y elegir el 9-N para la consulta fue un personal acto de desagravio. Los preparativos de la votación coincidieron con el ingreso de otra de sus hermanas, María, en el Vall d’Hebrón. El momento político era muy distinto al de la época dura de los recortes. Él la visitó cada día, pero siempre también de noche.

Llegó el gran día para él, una jornada que describe como un éxito, y el primer paso que tres años después culminaría con el 1-O. También la evidencia que las desavenencias con la ERC de Oriol Junqueras no habían hecho más que empezar, pese a que aún fueron capaces de presentarse juntos bajo el paraguas de Junts pel Sí a las siguientes elecciones. Pero sobre todo fue el inicio de su final como presidente. Tras otra victoria amarga (62 diputados) y obligado por la CUP, que era quien tenía los votos que necesitaba para ser investido, acabó dando su famoso “paso al lado”.

Él le ofreció a Neus Munté ser su sustituto pero ella le respondió con un “no” rotundo. Fue cuando decidió que el elegido sería Puigdemont. La CUP no podría rechazar a un “pata negra” del independentismo. Y no lo hizo. El entonces alcalde de Girona solo puso dos condiciones. La primera era que Mas no se desligase del procés. La segunda fue que solo estaría 18 meses y que no sería el candidato en las siguientes elecciones. Lo acabaría siendo y puede volver a repetir como cabeza de lista en las próximas.

No se desligó del procés y podría concluirse que veló por él aunque no siempre compartió algunas de las estrategias. Y, como otros tantos dirigentes de su partido reprocha a ERC que se hiciese el remolón con el referéndum. “Lo cierto es que el binomio Junqueras-Romeva, a quien el president Puigdemont había hecho el encargo expreso de la organización del referéndum, no acaba de conseguirlo y la cosa no avanzaba”, relata.

El otoño soberanista de 2017

Mas subraya que en las reuniones que organizó el llamado Estado Mayor, un sanedrín paralelo al Govern y en el que participaban exdirigentes de partidos así como representantes del Ejecutivo y de las entidades, él dejó claro que participaba a título personal y no en nombre del PDeCAT. Él fue de los que se opuso a que la CUP asistiese a estas reuniones. Desconfiaba de los antisistema y como no era el único se acordó no invitarles a unos encuentros que fueron decisivos para lograr la celebración del referéndum del 1-O. Después de ese día, según la interpretación del expresident, el listón estaba tan alto que “el salto acabó siendo imposible”.

Discrepa de Clara Ponsatí, quien meses después acusó al independentismo de “ir de farol”, y considera que lo que pasó es que no se calcularon bien las consecuencias. Se había dedicado mucho tiempo a diseñar el referéndum, pero no al post referéndum.

Durante esos días, su despacho fue un ir y venir de gente pidiéndole que reclamase a Puigdemont que no declarase la independencia. Mas no da nombres y se limita a asegurar que algunas visitas eran “muy significativas”. Atribuye el cambio de sede de CaixaBank y Banc Sabadell al miedo, las prisas y a un interés del Estado.

Mas fue de los que antes supo de las intenciones de Puigdemont de convocar las elecciones y cómo este lo comunicó en la reunión de la noche del 25 de octubre en la que se lo comunicó al Govern, las entidades independentistas y otros destacados representantes del independentismo. Una reunión que fue mucho más convulsa de lo que recuerda el expresident en este libro. A la hora de señalar culpables, reparte culpas entre una Moncloa que no daba garantías de no aplicar el 155, una ERC que amenazaba con irse del Govern y las acusaciones de Judas dedicadas a Puigdemont en las redes.

El libro acaba aquí, a finales de octubre del 2017, porque en ese momento, un año después del paso al lado, decide dar uno atrás y alejarse del día a día. La duda es si, ahora que ya finalizado el periodo de inhabilitación que le impuso la Justicia, está dispuesto a dar un paso adelante y regresar. Spoiler: en el libro no lo aclara.

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