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Pasqual Maragall, el alcalde que se quedaba a dormir en casa de los vecinos de Barcelona

Pasqual Maragall junto a Cobi, la mascota de las olimpiadas de 1992.

Pol Pareja

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La noche de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona, Pasqual Maragall no se fue a cenar ni con el rey ni con las numerosas autoridades internacionales que había en la ciudad ese día. Cogió a su equipo más cercano y les invitó al restaurante Els Pescadors, situado en la plaza Prim del barrio del Poblenou. Al llegar, los comensales que cenaban en las distintas terrazas de la plaza se pusieron de pie y empezaron a aplaudirle. La ovación duró varios minutos, hasta que el alcalde y su equipo entraron al restaurante. 

La anécdota, una más en la dilatada trayectoria de Maragall, ilustra el cénit de su carrera política, pero también lo que fue su figura: un alcalde querido por muchos ciudadanos, que huía de convencionalismos y compromisos y que prefería cenar con su equipo en un restaurante tradicional de Barcelona antes que codearse con las principales autoridades mundiales.

El documental Maragall i la Lluna, que se estrena en cines este viernes, recorre toda la trayectoria del que fue alcalde de Barcelona y posteriormente president de la Generalitat. Desde sus inicios en los movimientos políticos estudiantiles cuando era un alumno de Económicas hasta sus últimos días al frente del Govern catalán y el posterior alzhéimer que lo retiró de la vida pública. Un completo retrato político y personal de un personaje trascendental en la evolución de Barcelona y también de Catalunya.

Hay alegrías y éxitos –como la alcaldía de Barcelona y la transformación de la ciudad al albor de las olimpiadas– pero también fracasos y traiciones, como su lucha por conseguir un nuevo Estatut para Catalunya mientras buena parte de su partido “le hacía la cama”, como recuerda en una de las entrevistas su mujer, Diana Garrigosa (fallecida el pasado febrero). También se aborda la tragedia de su enfermedad diagnosticada en 2007, que hace que Maragall a día de hoy esté entre nosotros sin apenas estarlo.

Para contar su historia, el documental parte de la experiencia de Lluna Pindado, una actriz que cuando solo tenía 8 años vio cómo el alcalde de su ciudad y su mujer se instalaron una semana a vivir en su pequeño piso del barrio de Roquetes, en el distrito de Nou Barris. La primera noche, Maragall durmió en su pequeña cama y le salían los pies por debajo. El resto de la semana, los padres de Lluna cedieron al alcalde y a su mujer el dormitorio principal del domicilio.

Ocurrió en 1993 y en ese momento Maragall ya era una celebridad. Los Juegos Olímpicos habían sido un éxito rotundo y la ciudad había iniciado una transformación que la acabaría convirtiendo en la capital global que es Barcelona actualmente. “No entendía cómo una persona tan importante dormía en mi cama”, recuerda la protagonista en la cinta. “En mi colegio nadie me creía y un día decidió incluso acompañarme a clase”.

Es impensable saber cómo se recibiría a día de hoy que Ada Colau se fuese a dormir a casa de los vecinos de la ciudad. El caso es que Maragall repitió la experiencia en una veintena de domicilios barceloneses. Quería conocer cómo vivían los barrios, qué necesitaban y lo apuntaba todo meticulosamente en una libreta. “¿Qué es la ciudad sino su gente?”, les solía decir a sus asesores. 

Por la cinta desfilan una cincuentena de entrevistados, prácticamente cualquiera que tuvo algún cargo o profesión relevante durante la carrera de Maragall. Aparece incluso su gran enemigo político, Jordi Pujol, y también Artur Mas, José Bono, Joaquín Almunia, Josep Lluís Carod-Rovira, Josep Piqué, Joan Manuel Serrat, María Teresa Fernández de la Vega, su sucesor en el Ayuntamiento Joan Clos, dos de sus hermanos...

La película aborda también los orígenes familiares del exalcalde –es nieto del ilustre poeta Joan Maragall– así como su pasión por la música, la lectura y su capacidad de asimilar todo lo que le pasaba por delante. “Él no estudiaba las cosas sino que le penetraban, lo aprendía todo sin esfuerzo y le teníamos mucha envidia”, dice de él su amigo filósofo Xavier Rubert de Ventós.

Los éxitos de Maragall al frente de la alcaldía de Barcelona tampoco fueron fáciles. El documental relata su lucha para conseguir inversiones para la ciudad –Felipe González lo calificó de “gota malaya”– y para que los Juegos Olímpicos contribuyeran a mejorar todos los barrios barceloneses. También su obsesión por reivindicar la Barcelona metropolitana que incluía otros municipios colindantes y su fijación en fomentar lo que se conoce como soft power: la capital catalana como un poder cultural y turístico que ejerciera de contrapeso a la hegemonía de Convergència i Unió liderada por Pujol. “Maragall era insaciable pidiendo dinero para las olimpiadas”, dice de él Pujol. “Tuve que decirle que no podíamos hacerlo todo”.

Tras abandonar la alcaldía en 1996, Maragall se fue de año sabático a Roma para estudiar y dar clases. “Quería saber qué era vivir alejado de la política”, describe Garrigosa, su mujer, en una de las múltiples entrevistas. “Fuimos felices en Roma”. Los mejores años de Maragall ya habían pasado, pero él no lo sabía. En 1999, presionado por el PSC y parte de su entorno, accedió a presentarse a las elecciones autonómicas para desbancar a Pujol. Le superó en votos, pero no en escaños. 

Empezó entonces una etapa como jefe de la oposición en el Parlament. “Se notaba que estaba acostumbrado a mandar, no acababa de encontrar su lugar haciendo oposición en la cámara”, rememora Mas en el filme. En 2003 quedó de nuevo por detrás de CiU, pero un pacto con ERC e ICV lo aupó a la presidencia de la Generalitat. Empezarían probablemente los años más complicados de Maragall en política. 

Tanto la gestión de las desconfianzas en el seno del tripartito como su fijación en dejar aprobado el Estatut de Catalunya lo atormentaron. Su postura catalanista y su defensa del federalismo no eran bien vistas ni en una parte importante del PSOE ni tampoco en algunas de las facciones más influyentes del PSC. “Todo eso le pasó factura, se sintió terriblemente incomprendido”, recuerda su mujer. “No estaba ingeniando un mecanismo de ruptura sino al contrario, era un mecanismo de integración y aproximación”, opina el periodista Iñaki Gabilondo sobre su defensa del Estatut. “Por eso me parece irritante que se le recuerde como un provocador cuando fue el que colocó sobre la mesa la última gran oportunidad”.

Una noche de 2006, después de cenar, Miquel Iceta y Manuela de Madre (en ese momento vicepresidenta del PSC), visitaron a Maragall en su casa. Estuvieron charlando durante horas. Él, todavía presidente de la Generalitat, descolgó el teléfono de su salón y llamó a José Montilla. Le preguntó si él quería ser el próximo candidato de su partido. Montilla respondió que sí, siempre y cuando él no se quisiera presentar a la reelección. Maragall colgó el teléfono y dijo que hasta allí había llegado su carrera política. “Yo contra el aparato del partido no puedo luchar”, le dijo a su mujer.

Un año más tarde, Maragall anunció que padecía alzhéimer. Su estrella se fue apagando y, conforme dejó de ser una figura pública, han sido muchos los cargos y partidos que han tratado de arrogarse su legado a pesar de haberlo cuestionado durante años. Ajeno a todo lo que ha ocurrido en Catalunya durante la última década, Maragall aparece al final de la cinta en un momento entrañable. No reconoce a nadie, pero sí que recuerda algunas canciones que Lluna le toca al piano. Maragall entonces baila, canta y sonríe como lo hizo durante años.

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