Toneladas de peces sacrificados y un campanario desnudo, la imagen del avance de la sequía

Sandra Vicente

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Jaume y Enric son amigos desde hace casi medio siglo. Uno vive en Vic y el otro en Tavertet, un pequeño pueblo sobre un enorme acantilado desde el que hay unas vistas privilegiadas al pantano de Sau (Osona, Barcelona). Hace años que Jaume coge el coche y va a recoger a su amigo y se van a dar paseos. Esta semana Enric ha querido comprobar más de cerca el desolador paisaje que veía desde su atalaya y han bajado al pantano.

Apoyados sobre las barandillas de la presa miran con preocupación a lo que antaño fue una gran masa de agua y que hoy se asemeja más a un río. “Sau se muere”, dice Enric, taciturno. El pantano, que es uno de los emblemas de Catalunya, está únicamente al 7% de su capacidad, un porcentaje que se acerca a su mínimo histórico: un 6,5% en abril de 1990.

En sus orillas quedan las marcas de hasta dónde llegaba el agua hace no muchos años, pero la muestra más impactante de la sequía es el campanario. Tan sólo un lustro atrás, apenas se podía ver su tejado. Hoy, no sólo se ve entero, sino que se puede llegar caminando e incluso se puede entrar en él.

La iglesia románica del siglo XI de Sant Romà de Sau, municipio sumergido por el pantano en 1962, ha funcionado desde entonces como termómetro de la sequía en la zona. Los vecinos están acostumbrados a alarmarse periódicamente cuando ven aparecer el campanario. Pero estos días hay otra imagen a la que no están acostumbrados: una barca se dedica a recorrer el pantano para pescar a todos los peces, sacarlos del agua y sacrificarlos.

Se trata de una iniciativa que puso en marcha a mediados de marzo el departamento de Acción Climática de la Generalitat para evitar que los peces mueran por falta de oxígeno y que sus cadáveres contaminen el agua, que está siendo trasladada al pantano vecino de Susqueda para abastecer a poblaciones de Girona y Barcelona.

Animales sacrificados para salvar el agua de boca

Un único equipo de pescadores se está haciendo cargo de todos estos trabajos. Procedentes de Blanes (Girona), cada día recorren más de noventa kilómetros para llegar al pantano y subirse en la Nautes, una barca que les lleva hasta otras tres embarcaciones colocadas estratégicamente para recoger a todo pez que se encuentren. La Generalitat preveía inicialmente pescar sesenta toneladas de peces –principalmente carpas y siluros–, aunque en las dos primeras semanas sólo han sacado 1,3. “Si solo sacamos 4 o 5 toneladas, no hay problema. Cuantos menos salgan, menos dinero nos costará el operativo”, han afirmado desde la la Agència Catalana de l'Aigua (ACA).

Durante estos días, se han sacado del agua más de 1.500 peces y han acabado –ya muertos– en un camión. Su destino, según fuentes de Acción Climática, es “una planta de valorización de energía”. En otras palabras: una incineradora. Así lo marca la normativa europea, ya que los peces que se encuentran en el pantano son especies invasoras. Según la Generalitat, en Sau no causaban problemas, pero trasladarlas a Susqueda, que conecta con otros afluentes, podría suponer “un grave desequilibrio en el ecosistema”.

Ni los pescadores ni los trabajadores de la ACA encargados de sacar los peces, ya muertos por asfixia, de los cubos y trasladarlos a grandes sacos han querido hablar con este medio. El sacrificio de los peces genera mucha controversia: hasta tres organizaciones ecologistas también han rehusado participar en este reportaje por no tener “una postura clara” sobre el sacrificio de sesenta toneladas de animales.

“Es un tema sobre el que, digas lo que digas, te pillarás los dedos. Es cierto que las especies invasoras son problemáticas, pero no hay que olvidar que somos los humanos quienes las hemos puesto ahí”, apunta Núria Almirón, codirectora del Centro de Ética Animal de la Universitat Pompeu Fabra. Se refiere, por ejemplo, a las carpas, una especie que fue introducida en ríos y lagos para fomentar la pesca deportiva y que luego se descubrió agresiva contra las especies autóctonas.

La normativa no deja otra salida que sacrificar a las especies invasoras, aunque voces críticas apuntan a que su destino, en lugar de una incineradora, podría ser la elaboración de biodiésel o fertilizantes. En cambio, para Almirón esto supondría un “precedente peligroso” y no va a la raíz del problema: los “errores humanos concatenados” que llevaron a introducir especies invasoras. Según esta profesora, no hay salida ética posible.

Muchos visitantes miran con curiosidad las barcas y, al saber cuál es su labor, le quitan hierro al asunto: “Si es para que podamos seguir bebiendo agua, pues es un mal menor”. Almirón lamenta esta visión. “¿Seguiríamos pensando que no es para tanto si tuviéramos que sacrificar 60 toneladas de perritos? Es que ni siquiera hablamos del número de especímenes, sino que los contamos por peso”, asevera.

Un mal presagio para un verano todavía más seco

Enric mira al pantano con tristeza. “Cada día está más vacío”, asegura. Y la cosa no hará más que empeorar, porque si no llueve, el plan de la Generalitat es dejar el embalse seco para salvar el agua que queda trasladándola a Susqueda. Este vecino asegura que nunca había vivido una situación tan grave. “Lo más parecido fue en 2005”, dice. Ese año fue el más seco desde que se tienen registros, pero lo de ahora es peor.

En su momento más grave de 2005, Sau estuvo al 20% de capacidad, una cantidad de agua suficiente como para traspasar agua a Susqueda y, aun así, dejarlo a un 15%, cifras que resultan envidiables teniendo en cuenta que hoy está al 7% y bajando. Además, cuando acabó la primera fase de los trabajos (que también incluyó el sacrificio de peces), llegaron fuertes lluvias que, en dos meses, consiguieron doblar la cantidad de agua.

Pero esas lluvias no se esperan esta vez. De hecho, la Generalitat no descarta sumar restricciones al agua de boca después del verano si la situación sigue como hasta ahora. Para Enric y Jaume, que tienen un recordatorio de la sequía delante de casa, la situación es “muy alarmante”. Pero a otros les genera más interés que miedo.

Miquel es uno de quienes se han acercado al embalse tras ver en las noticias que el campanario y algunas de las casas del antiguo pueblo de Sant Romà habían quedado al descubierto casi por primera vez desde que fueron sumergidas en 1962. “Tiene su encanto”, dice este hombre, de unos cincuenta años, que ha organizado una excursión en bici (eléctrica) junto a sus amigos. Algunos se hacen los suecos ante las decenas de carteles que prohíben el paso y se adentran en las entrañas del campanario, dispuestos a llevarse un souvenir.

Otros, algo más sobrecogidos, avanzan perplejos entre la tierra seca, sobre la que ya han empezado a crecer hierbajos. Oriol es trabajador de la presa del pantano y mira la estampa preocupado y algo indignado. Viendo que los visitantes hacen caso omiso a los carteles, lo han enviado para colocar vallas. “La gente pasa igual y ya hemos tenido que venir a rescatar a alguno que se ha quedado atrapado en el barro”, asegura. “Con lo grave que es esto, no entiendo cómo hay quien viene aquí de 'domingueo' a tomar fotos”, se lamenta.

El pelotón ciclista amateur ha venido entre semana precisamente para evitar a los turistas que se acercan al lugar los sábados y domingos. “Los visitantes vienen igual, pero antes al menos se dejaban dinero en la zona”, se lamenta Arnau. Su hijo trabajaba en una de las empresas de deportes acuáticos que plagaban de kayaks el pantano de Sau cuando todavía había agua. Este lugar vivía del turismo y hoy estas empresas, las casas de colonias y hasta los restaurantes están cerrados.

Catalunya espera las lluvias como agua de mayo. Literalmente. Si no llueve antes de verano, la situación de sequía será especialmente dura y llevará el territorio a un “escenario desconocido”, tal como apuntan desde el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). Es más, aunque llueva en los próximos días, los pantanos y ríos no se llenarán porque el 80% del agua se quedará en los bosques. Según este centro, los árboles están en una situación crítica por la falta de precipitaciones que les puede llevar, incluso, a sufrir embolias que derivarían en muerte.

La situación es muy grave y así lo demuestra la veintena de incendios forestales que ya se han declarado durante este 2023 solo en Catalunya. En Castellón, desde el jueves arde un fuego que ya ha arrasado más de 3.000 hectáreas. Todo ello incrementa el temor de cara al verano, cuando los bosques estarán todavía más secos que ahora.

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