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“El del Botánico es un gobierno reformista, que va poniendo en marcha políticas públicas y nuevos servicios”

Manuel Alcaraz, conseller de Transparencia.

Adolf Beltran

En el seno del gobierno valenciano que preside Ximo Puig dos consellers ejercen una cierta autoridad basada en la experiencia. Son el titular de Hacienda, el socialista Vicent Soler, catedrático de Economía, y el de Transparencia, Manuel Alcaraz, de Compromís, profesor de Derecho Constitucional. Ambos han publicado libros, no sólo de sus especialidades, sino también sobre la sociedad valenciana y sus problemas. Alcaraz (Alicante, 1958) milita, además, en Iniciativa del Poble Valencià, el partido de la vicepresidenta Mónica Oltra, que ha explicado alguna vez que discute más con él que con ningún otro conseller.

En el ecuador de la legislatura que propició el cambio político tras más de dos décadas de hegemonía del PP, Alcaraz reflexiona sobre lo conseguido desde que se firmó el Pacto del Botánico, sobre los problemas que se ha encontrado el Consell y las perspectivas de futuro.

En una conferencia reciente en un foro de opinión, al hacer balance, exclamaba usted: “No nos conformamos con cuatro años”.  ¿Más allá de que todos los gobiernos quieren perpetuarse, por qué merece el gobierno del Botánico cuatro años más?

Allí marcaba dos grandes logros de política general. Uno, haber superado la fase de que ser valenciano daba vergüenza (aunque, en realidad fuera culpa de una parte de los valencianos). Eso te inmovilizaba. Y es evidente que, desde que está el gobierno del Botánico, la capacidad de presión, de influir fuera de la Comunidad Valenciana, es real. Pero se trata de una realidad que necesita crecer. Todavía nos falta establecer muchos vínculos con la sociedad civil para presionar ante el Gobierno del Estado, las instituciones europeas, etc. Además, hay que evitar una recaída en historias, no tanto de corrupción, como de amiguismo y nepotismo. Estoy convencido de que el PP recaería de forma generalizada a los pocos días de gobernar. Sobre eso no hemos oído ninguna reflexión. Hemos oído que pedían perdón una vez por la corrupción. Pero, aparte de la gran corrupción, hay una corrupción capilar sobre la que el PP todavía no ha hecho reflexión alguna.

El segundo logro consiste en que hemos estabilizado al enfermo. La Comunidad Valenciana se ha estabilizado en términos de déficit, de funcionamiento de las instituciones, de relación con la sociedad, de transparencia. Y se han puesto en marcha una gran cantidad de políticas públicas que van más lentas de lo que nos gustaría, y lo reconocemos, pero que cada día son más firmes. La realidad y la percepción ciudadana es que necesitamos más tiempo.

Más tiempo, más dinero y más funcionarios, ¿no? La queja del gobierno del Botánico se centra en la falta de financiación y de funcionarios...

Hay datos extraordinariamente alarmantes. No se le puede estar contando al ciudadano cada vez que aparece un problema, pero es evidente que para mantener los servicios públicos con un mínimo de eficacia hacen falta más funcionarios y más jóvenes, con nuevas competencias. Hay que modernizar la Administración. No es una crítica a los funcionarios existentes sino que, debido a los años que han pasado sin convocarse oposiciones, es normal que se dé un cierto envejecimiento de la población funcionarial. Yo también soy un funcionario mayor. Lo que exige este Consell a los funcionarios es mucho y no podemos más que estar agradecidos a ellos. Hay que tener en cuenta que este es un gobierno reformista, que va poniendo en marcha políticas públicas y nuevos servicios.

Y consellerias nuevas como la suya...

Aquí, por ejemplo, hemos puesto en marcha el portal de transparencia, el registro de conflicto de intereses está a punto. Pretendemos hacer un registro de lobbies y queremos crear órganos destinados a promover la participación ciudadana. Son cosas que demanda la sociedad pero que necesitan funcionarios. El esfuerzo que tiene que hacer la dirección general de Tecnologías de la Información y la Comunicación, que depende de la Conselleria de Hacienda, es inmenso. Tenemos que modernizar la estructura e ir hacia una Administración telemática. Eso es muy difícil.

El Consell del Botánico, como un surfista, parecía que montaba una ola de cambio que llegaría al Gobierno de España. Pero la ola se ha quedado aquí y lo ha dejado en primera línea de playa. ¿Hasta qué punto ha trastocado eso las expectativas?

Si tiene que haber un Gobierno de izquierdas, sin duda tendrá que ser mucho más sensible hacia los problemas de los valencianos. ¿Por qué? Porque no habrá un Gobierno de izquierdas en Madrid si la izquierda en su conjunto no es capaz de mostrar mayor sensibilidad hacia los problemas de inequidad en el conjunto del Estado, sin incorporar nuevas alianzas y sin sensibilidad hacia nuevos fenómenos de la sociedad española que tienen su reflejo, entre otros, en el problema de la financiación autonómica. No puede haber un Estado social completo, que será la bandera con la que volverá la izquierda al gobierno del Estado, sin asumir que no se puede dejar atrás a una comunidad de cinco millones de habitantes.

He hablado a veces de una tercera España. Creo que existe la España muy integrada; hay una España que se quiere ir, como Cataluña, o que ha conseguido históricamente una serie de privilegios, como los vascos o los navarros, pero también una tercera España, formada por unas comunidades que no reivindican una salida separatista pero que cada vez se pueden sentir más incómodas en un Estado que se está recentralizando. O la izquierda comprende eso o no llegará al Gobierno. Y si por un avatar lo lograra, tendría muchos problemas. Esto no quiere decir que la izquierda tenga que ser más nacionalista o menos. Esos son debates de Madrid, en los que este gobierno no ha caído nunca.

Es verdad que la victoria del Botánico se inscribió en una ola de triunfos parciales de izquierdas con diversas fórmulas. Podemos presumir del hecho de que la que ha demostardo más estabilidad es la de la Comunidad Valenciana. De eso tenemos que sentirnos orgullosos.

Gestionar la diversidad parece haberse convertido en un problema difícil de superar para la izquierda...

En general, en las izquierdas sigue habiendo un problema que se da con más o menos intensidad. Me refiero a la existencia de personas, dirigentes, que no han asumido que la época de las mayorías absolutas se ha acabado para unas cuantas décadas. Ante una situación de crisis, se está produciendo una fragmentación de las culturas políticas a izquierda y derecha. Lo que sucede es que la derecha lo tiene más fácil para no fragmentarse tanto, pero la izquierda no. Y necesita desesperadamente reencontrarse con unos discursos propios. Por ejemplo, me fascina el problema de qué da sentido a la militancia política. Si los integrantes de partidos políticos no encuentran un sentido a militar, la fórmula partido va a estar en crisis. Eso es probablemente algo que acabamos de ver en el PSOE, pero sobre todo es lo que estamos viendo en el PP de la Comunidad Valenciana, que intenta desesperadamente construir un modelo centralizado, unitarista, y no le sale. El final de las grandes mayorías absolutas plantea un problema que todavía no está resuelto: cómo gobernar haciendo perceptible a la ciudadanía que se resuelven problemas y no solo se enarbolan banderas. Nosotros estamos ofreciendo probablemente la respuesta más eficaz de toda España.

¿Y qué papel juega Compromís en esta fórmula valenciana?

Compromís fue el ensayo general. Fue y sigue siendo una agrupación de fuerzas políticas inicialmente pequeñas que toman conciencia de que necesitan agruparse. Diría que hay varios fenómenos que coinciden. Uno es la pulsión verde, que no solo es de los Verdes. Por ejemplo, en Iniciativa hay mucho de eso, porque se reencuentra consigo misma hablando de la izquierda ecosocialista. Pero también en el Bloc hay un discurso de defensa de la tierra. Por otra parte, el discurso es muy valencianista en su conjunto. No solo por el Bloc. En Iniciativa nos ha preocupado mucho el tema de la cuestión nacional o de la vertebración del país. Solo hay que leer las cosas que hemos escrito algunos. Incluso en Iniciativa hemos sido en algunas cosas más sensibles a una vertebración que no olvide el sur o que no olvide las comarcas castellanohablantes.

En el Bloc ha habido también una apertura a un pensamiento progresista que suponía superar algunos de los principios con los que se construyó inicialmente. He aludido alguna vez a la búsqueda desesperada de una burguesía valencianista que nunca se encontró. No ha sido, por tanto, un agregado de piezas, sino que ha supuesto una aproximación que antes se llamaba dialéctica y que ha llevado a una cierta síntesis. Por eso ha sido un ensayo general. Además, hay un factor curioso. Más allá de algunos momentos tácticos, Compromís es una izquierda no socialista, pero no una izquierda antisocialista. Y eso es importante porque durante décadas en que el Partido Socialista era hegemónico, y a veces insultantemente hegemónico, la izquierda podía ser prosocialista y acabar entrando en una satelización por parte del PSOE o acababa siendo antisocialista, con lo que se hacía irrelevante.

¿Es eso lo que le puede pasar a Podemos?

Creo que lo de Podemos es más complicado. Está efectuando un tránsito, que no sé si será capaz de culminar, de la ideología a la política. Les ha ocurrido a otras fuerzas de la izquierda.

¿Puede pasarle como a izquierda Unida?

Puede pasarle, puede acabar sintiéndose muy cómodo con los discursos con los que siempre se acaba teniendo razón, Ahora bien, hay partes importantes de Podemos que son muy conscientes de ese peligro y están intentando avanzar y cambiar. Podemos avanzará mucho cuando gobierne directamente. Ese será el siguiente estadio de Podemos, bajar de las musas al teatro.

A veces Podemos da la sensación de que cree en una alterntiva de izquierdas sin el PSOE. ¿Existe alguna alternativa que no pase por el PSOE?

En este momento no hay alternativa de izquierdas que no pase por el PSOE y por otra fuerza distinta del PSOE, que en unos sitios es Podemos, en otros Compromís, En Comú o lo que pueda surgir, Aquí van a pasar todavía más cosas. Estoy convencido de que se producirán otras expresiones de este maremoto. Quién sabe si serán plataformas o qué. Dependerá de si hay cambios en las leyes electorales. El problema es hasta dónde un sistema político admite la fragmentación permitiendo la gobernabilidad. Históricamente, en la filosofía democrática desde la posguerra ha habido una esicisión entre el poder y el poder ser, pero ahora se ha introducido otro factor: el cómo ser.

¿A qué se refiere?

Podemos recuperar algunas cosas del discurso socialdemócrata originario y por ejemplo en España del eurocomunismo, o de un pensamiento libertario e incorporar el pensamiento verde. ¿Pero cómo se vertebra toda esa amalgama? Esa es la cuestión. Uno de los descubrimientos de la crisis es que el color del gato sí que tiene importancia. No basta con que cace ratones. Si el sistema sanitario se va privatizando, se acaba convirtiendo en un factor de inequidad. Lo que es verdadero en el corto plazo a los mejor ya no lo es en el largo plazo. Esa es la enseñanza de la necesidad de reconstruir el Estado social.

¿Haciendo autocrítica, qué podria haber hecho el gobierno del Botánico estos dos años y no ha hecho?

El gran pecado del gobierno del Botánico es la ingenuidad. Son dos clases de ingenuidad. Por una lado pensábamos que gobernar es más fácil de lo que realmente es, que es más cuestión de voluntarismo que de conocimientos. Y por otro, creíamos que una mayoría electoral significa automáticamente una mayoría social de apoyo. Esa mayoría social de apoyo existe pero hay que constituirla mucho más. Las mayorías sociales para que sean perdurables en el tiempo tienen que ir reconfirmándose, a través de actos simbólicos, de adhesiones a cosas... Probablemente, tenemos que poner mucho más énfasis todavía en lo que queda de legislatura y en la próxima legislatura en las clases medias atrapadas en un ascensor entre dos pisos. Aquí el ascensor social se para y, por tanto, la mayoría social pasa por cómo conseguir que el ascensor vuelva a moverse, aunque sea muy despacio, sin dejar en la planta baja a muchos sectores de la población. Se trata de reconstruir principios de solidaridad en los que el discurso de rescatar personas sea un firme compromiso, irrenunciable.

Coinciden muchos en que el modelo económico es uno de los aspectos en los que más ha fallado el Consell. ¿Por qué?

El conseller de Economía lo ha repetido y no siempre se le ha entendido bien. El modelo económico es fruto de tantas decisiones y tiene unos niveles tales de complejidad que es lo más lento de todo un proceso. No puedes por un acuerdo del Consell cambiar partes decisivas de la economía. Estamos restaurando. Lo que conlleva cambios estructurales. Por tanto, requiere de tiempo, de incorporar conocimiento. Es un lugar común en el discurso de todos los gobiernos que la incorporación de conocimiento es fundamental. ¿Pero cómo se incorpora? Uno de los seminarios que haremos en Alicante en los Diàlegs d'estiu está dedicado al cambio tecnológico y el cambio social. No podemos hacer de esto una cuestión naïf. Además, el cambio económico tiene un margen de maniobra muy escaso. Dependemos en esto de decisiones europeas y del conjunto del Estado. Finalmente, y es lo más obvio, un cambio económico puede hacerse mejor en una buena situación económica y con la infrafinanciación autonómica resulta muy difícil. Los consellers de Economía y de Hacienda y el propio presidente Puig son conscientes de que tenemos que profundizar en los debates económicos.

¿Pero hay diferencias con el modelo que heredaron?

El discurso va estrechamente ligado a la sensación de que la única posible era una economía de piratas.  Una de las colonizaciones de la corrupción es la del discurso económico. Parecía que no hubiera más economía posible que la del pelotazo. Superar eso en el imaginario colectivo cuesta.

Lo que sí que ha hecho este Consell es mantener una presencia intensa en Europa. ¿Es una reacción ante el abandono de las relaciones europeas de los anteriores gobiernos del PP?

Francisco Camps trató de practicar su peculiar Brexit. Algunos de los gobiernos del PP provocaban, más que una sensación de rabia, auténtica vergüenza ajena. Uno de los episodios más ridículos fue cuando Camps se enfadó con Europa y decidió quitar la bandera europea. Las políticas europeas no servían para el modelo económico que el PP trató de ensayar. Muchas veces pensamos que lo de la corrupción fue algo superpuesto al sistema político. Y no fue así. Hubo una simbiosis muy clara entre la forma de gestionar lo público y de concebir la economía. Por muchas críticas que le hagamos, ese no es el modelo de Europa. Aquel era un modelo de gestión de la globalización en países muy del sur, muy atrasados. Por eso requería cada vez más dosis de autoritarismo. Mantener el régimen incorrupto requería de ello. Por eso en la última etapa se desmoronó todo tan rápido. No se podía mantener. Cuando llegó la crisis, hizo agua el modelo económico y todo el sistema.

Incluido el sistema financiero...

El financiero y el político.

En la base electoral del gobierno del Botánico hay gente acostumbrada a vivir muchos años en la resistencia que parece sufrir mucho cuando se avecinan las elecciones y lo ve todo muy mal. ¿Qué piensa de ellos?

En una jornada en Comisiones Obreras decía que hay un peligro que siempre acecha a la izquierda española, que es el del chiste: contra Franco vivíamos mejor. Hay un cierto vértigo ante el hecho de protagonizar el cambio desde el gobierno. Uno de los peligros, sobre todo de la izquierda no socialista, es caer en la metáfora de la barricada. También haría una moratoria en los discursos de la izquierda en el uso del poema de Kavafis sobre Ítaca. ¡A ver si alguna vez llegamos a Ítaca, hombre! Yo quiero llegar a puerto.

La izquierda tiene que hacer cambios culturales importantes. Y eso es difícil. Vuelvo a leer a Gramsci sobre el periodo de entreguerras y se ve que estamos en una época de una cierta guerra de posiciones. Tras el triunfo de Trump, el Brexit, la situación en Francia, Putin..., estamos en un momento de cierto reflujo de la izquierda, que tiene que aprender a llevar el gobierno sin convertirlo en una barricada, a hacer que fluya el diálogo y no prime la obsesión por el adversario. El mayor problema del progresismo es que pueda convertirse en una ideología conservadora.

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