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CV Opinión cintillo

Mónica 'released'

Mónica Oltra.

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En una especie de culminación feliz del himno dylaniano que cantaba The Band en el mítico 1968, I shall be released, Mónica Oltra ha conseguido liberarse de la madeja judicial en la que había quedado atrapada. Y ha ocurrido antes incluso de lo que podía preverse. La decisión del juez Vicente Ríos, que instruía el caso, de dar carpetazo provisional, aunque contundente y difícilmente reversible, a la imputación que pesaba sobre ella y su equipo de haber cometido delitos en un supuesto encubrimiento de los abusos de su exmarido hacia una menor tutelada por la conselleria de la Generalitat Valenciana que la líder de Compromís dirigía, ha despejado la posibilidad para que vuelva la exvicepresidenta a la escena pública con su honorabilidad restablecida tras una cacería política especialmente feroz.

Sostiene el juez en su auto de sobreseimiento algo muy claro, que no se ha confirmado ninguna de las sospechas que dieron lugar a la apertura del procedimiento. En sus propias palabras: “No existen en suma indicios de la comisión de delito alguno y ello aun cuando en la denuncia y querella iniciales se hicieran de manera meramente provisional calificaciones jurídico- penales que resultan insostenibles con arreglo a lo actuado”. Para quienes conocemos a Oltra desde hace tiempo y hemos seguido su trayectoria, no es una sorpresa. Podemos tener nuestra opinión sobre la forma en que reaccionó ante el desagradabilísimo hecho de que su exmarido abusara de una menor tutelada en el ejercicio de sus labores como educador en un centro concertado, sobre si debió hacer una cosa u otra al frente de su departamento, pero la resolución judicial viene a confirmar que no dio directrices para encubrir el asunto ni cometió delito alguno.

A ver, contra lo que muchos le recomendaron, Oltra asumió desde el primer instante del Gobierno del Pacto del Botánico, la gestión de lo que se conoce como servicios sociales, al frente de una Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas que compatibilizaba con funciones de vicepresidenta en un Consell presidido por el líder de otro partido, el socialista Ximo Puig. Por vocación o empeño (es una mujer tozuda), nunca quiso escuchar a quienes le recomendaban, bien en el primer mandato del Botánico, bien en el segundo, prescindir de unas competencias que “solo traen disgustos”. Se negó a quedarse con menos gestión y más margen de maniobra política para contrapesar un Gobierno autonómico de coalición de navegación complicada. En definitiva, se negó a estar más “cómoda” en la cúspide de la Generalitat Valenciana. Fue su elección, porque se siente una política que se debe al pueblo. Y habría sido muy triste que acabara como algunos pensaron que ya estaba cantado cuando su imputación condujo, en junio de 2022, a la dramática dimisión que todos recordamos.

En la conmoción de aquel momento, a la furia mediática que escupía la derecha en todas sus versiones se añadió la hipocresía de algunos sectores de la izquierda que decían una cosa en público y hacían otra en privado y una agresividad, sorprendente para más de uno, por parte de algunas voces progresistas de la opinión periodística que parecen querer justificar ahora, no sus opiniones de entonces, respetables ante un caso lleno de confusión y sospechas, sino la contundencia con la que las sostuvieron. Vale la pena señalar en este punto, que la discusión nominalista sobre si hemos asistido o no a un caso de lawfare solo sirve para emborronar un hecho indiscutible: elementos de la extrema derecha, con apoyo logístico de una derecha oficialmente menos extrema, utilizaron el caso espuriamente para tratar de destruir a Oltra. El abogado de la víctima de abusos (convertida en un mero instrumento), el ultra José Luis Roberto, fue meridiano en un mensaje en redes que después borró: “Me la voy a follar sin tocarle un pelo; a ver si me dan una medalla”. Solo quiero recordar que ese señor dirigió en su día una asociación de clubes de alterne.

Escribí entonces que la dimisión de Oltra era una inmejorable noticia para la derecha y “un aviso de la magnitud de la catástrofe” para la izquierda valenciana. No hacía falta ser profeta  El Pacto del Botánico fue posible porque Compromís, con el liderazgo de Oltra, logró unos resultados que llevaron al conjunto de la izquierda en 2015 a una mayoría de gobierno pese a que los socialistas estaban en sus peores resultados de la historia. No se produjo por mucho, lo que hace más sangrante el asunto, pero la izquierda perdió el poder hace casi un año por el descenso de votos de Compromís y la debacle de Podemos, pese al crecimiento electoral del PSPV-PSOE. Nadie puede saber qué hubiera pasado con Mónica Oltra en escena, pero la realidad es que ahora gobierna un bipartito del PP y de Vox.

No estaría de más que nos regaláramos cierto respeto a nosotros mismos, lo tuviéramos por la dirigente y su dura experiencia y lo manifestáramos hacia ese sector del pueblo llano que no perdió la confianza en esta líder política tan singular, a la que tantas personas en estos años de zozobra se han sentido vinculadas por una empatía que resume aquel pasaje de la canción de The Band: “Any day now, any day now / I shall be released” (Un día ahora, un día ahora / me liberaré). A Mónica le toca, y tiene derecho a tomarse el tiempo que necesite, decidir si, además de released, quiere ser reloaded. Lo que resulte, tendrá trascendencia para la sociedad valenciana. Ella no vino para pasar inadvertida.

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