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CV Opinión cintillo

La cultura de coalición y sus demonios

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz.
7 de enero de 2023 22:47 h

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La gobernabilidad. ¿Se acuerdan?. En su nombre se justificaron reformas exprés de la Constitución, pactos puntuales con los nacionalistas vascos o con los catalanistas de Convergencia i Unió, limitaciones del acceso a la representación como el que impide que fuerzas que hayan obtenido casi el 5% de los votos puedan entrar en las Corts Valencianes (una barrera que la insolvencia de Ciudadanos, su próxima víctima, ha impedido rebajar en la ley electoral de la Comunidad Valenciana), propuestas de reforma (por parte del PP cuando aún creía que era el primer partido) para que gobernara la lista más votada.... y la abstención socialista de 2016 que permitió llegar a la presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy sin que el PP contara con mayoría suficiente en el Congreso de los Diputados.

Hay nostálgicos de aquello en las filas de la izquierda, como el presidente de Aragón, el socialista Javier Lambán, que hace unos meses aseguró que “mejor le habría ido a España” con Javier Fernández, el expresidente asturiano que comandó el derribo de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE para hacer posible aquella maniobra infausta. ¿Mejor con Rajoy que con Sánchez? ¿Hasta qué punto comparten algunos barones socialistas la actitud apocalíptica de una derecha que ha convertido el derribo del primer Gobierno de coalición de la restaurada democracia en una batalla definitiva? ¿Hasta qué punto estarían dispuestos a repetir un movimiento similar al de 2016 en el caso de que el PP resultara la fuerza más votada en las próxima elecciones generales?

La cultura de coalición, y la pluralidad de apoyos parlamentarios en la que se basa, es una novedad que han traído a España estos años convulsos del cambio de década con resultados más que defendibles en su orientación a la vez innovadora e inclusiva, pese a las dificultades de un contexto marcado por las consecuencias del intento unilateral de independencia en Catalunya heredadas precisamente de la época de Rajoy, la declaración de una pandemia global y la crisis derivada de la invasión rusa de Ucrania, entre otros retos que ha habido que afrontar, como la inaplazable lucha contra el cambio climático. Y en medio de una operación de acoso brutal de la derecha política, judicial y mediática.

Con sus estridencias y sus errores (como diría Billy Wilder, “nadie es perfecto”), gobernar en coalición implica gestionar contradicciones, pero también dialogar, pactar, encajar una diversidad realmente existente en la política, la sociedad y el territorio. Probablemente es lo que más conviene a una España moderna y viable, aunque no a los nostálgicos de un bipartidismo que agotó sus recursos y perdió el pulso de la opinión pública. Supone todo un reto en el que otros países del entorno europeo están democráticamente inmersos desde hace mucho tiempo. Y su viabilidad, que será puesta a prueba en el ciclo electoral que se despliega durante este año 2023, depende más de la capacidad que tengan las fuerzas que han hecho posible esta dinámica de vencer a sus propios demonios internos que del empuje de una derecha en proceso de involución.

No es el único de esos demonios la pulsión que se manifiesta en quienes añoran el duopolio político de otros tiempos sino también la tentación sectaria que afecta a quienes han contribuido a un experimento exitoso pero tienden a magnificar las incomodidades del gobierno compartido o a dar más importancia a las diferencias en lo identitario e ideológico hasta el punto de no considerar estratégicamente inaceptable la derrota. ¡Mucho cuidado con las ortodoxias! ¡Y mucho más cuidado aún con los patriotismos de partido, sean viejas o jóvenes sus siglas! Por su propia esencia, la cultura de coalición es un proceso, una conjunción de iniciativas y objetivos en la que nada es definitivo. Su razón de ser es avanzar y sumar, como propone la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. El primer test, con las piezas desplegadas sobre el tablero territorial, vendrá de la mano de las elecciones locales y autonómicas de mayo. El segundo, en las elecciones generales, consistirá en transformar el puzle en un proyecto ciudadano, de alcance transversal y vocación mayoritaria, que ofrezca alguna garantía de futuro.

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