Ocho malentendidos sobre la compasión y por qué cultivarla en tu día a día

Foto; Susanne Nilsson

Natalia Martín Cantero

Hace unos meses comencé una formación para enseñar a practicar el cultivo de la compasión. En lugar de dedicar este tiempo y recursos a ver series de Netflix, salir de cañas o mejorar mi francés, he compartido con 55 hispanohablantes de todo el mundo una formación diseñada por la Universidad de Stanford para impartir cursos de ocho semanas para ayudar a potenciar de forma activa una cualidad que, en palabras de Richard Davidson, neurocientífico y profesor de Psicología y Psiquiatría de la Universidad de Wisconsin, es la pieza clave para tener una mente sana.

Parte de la extrañeza con que me miran familiares y amigos ante lo que consideran una extravagancia procede de la cantidad de malentendidos que rodean la compasión y la autocompasión. Estos son, en esencia, algunos de los más comunes:

1. La autocompasión es diferente de la autoestima, y funciona mucho mejor.

El problema no es tener una alta autoestima. “La mejor manera de pensar en el problema de la autoestima no es si lo tienes o no, sino lo que haces para obtenerla”, escribe Kristin Neff, la profesora de psicología de la Universidad de Texas en Austin que más ha investigado la cuestión. Lo que con frecuencia hacemos para obtenerla es sentirnos especiales y por encima de los demás (el papel de las redes sociales y cómo pueden convertirse en una bomba de relojería en relación a nuestra autoestima lo dejamos para otra ocasión).

La autoestima suele estar muy vinculada con el éxito. Y, cuando fracasamos -o que, salvo que seas un ciborg, inevitablemente ocurrirá- la autoestima tiene la manía de abandonarnos. ¡Justo cuando más la necesitamos! La autocompasión, mientras tanto, está menos ligada a las condiciones externas y, por lo tanto, es mucho más estable a lo largo del tiempo. La autocompasión es una apuesta por tratarte con el mismo tipo de amabilidad y cuidado con el que tratas a tus seres más queridos, y con una comprensión profunda de que, en tanto humanos, todos somos imperfectos y falibles.

En un mundo ultra competitivo, en el que con frecuencia somos nuestros peores críticos, la autocompasión se hace muy necesaria. Una multivitamina para la mente, como dice Paul Gilbert, pionero de la psicoterapia en Reino Unido y precursor de la Terapia Centrada en la Compasión (un sistema de psicoterapia que integra aspectos de la terapia cognitiva conductual con la psicología evolutiva, social y del desarrollo, la investigación en apego y la neurociencia).

2. La autocompasión no debe confundirse con la autoindulgencia ni el narcisismo.

De hecho, ambos se reducen. Cuando estamos más en contacto con nuestro propio sufrimiento y necesidades tenemos más capacidad de empatizar con las dificultades de los demás (y nos mirarnos menos el ombligo). Por otro lado, autocompasión no es pegarse un atracón de gusanitos de queso tumbada en el sofá y viendo telebasura. Pero, si lo haces, no te des latigazos por ello.

3. “Con tanta autocompasión me haré un blandengue y perderé la motivación”.

Este pensamiento es tan común como falso: las personas con más autocompasión, como prueban las investigaciones de Neff y otros, tienen menos miedo del fracaso, más confianza en sí mismas y resilienciamás confianza en sí mismasresiliencia porque su sensación de auto valía no está tan ligada a los factores externos, tan difíciles de controlar.

4. La compasión no es para débiles, ni “blanditos”.

Es una de las declaraciones de fortaleza y coraje más importantes entre los seres humanos. Cuando las personas escuchan la palabra compasión, suelen pensar en amabilidad. Pero su estudio científico, tal y como explica Gibert, ha encontrado que el núcleo de la compasión es el coraje.

El coraje de ser compasivos reside en la disposición y voluntad de ver la naturaleza y las causas del sufrimiento, ya sea en nosotros mismos o en los demás. Esto requiere valentía. Es mucho más fácil perderse por Instagram, salir a tomar algo o ver otro capítulo de Juego de Tronos que tomarse el tiempo de bucear en los aspectos más oscuros de nuestra mente.

5. A menudo se confunde con lástima o piedad.

Pero es radicalmente diferente: la lástima asume una posición de superioridad hacia el que sufre, mientras que la compasión adopta una posición de igual a igual. Si has sido alguna vez objeto de lástima o piedad de alguien, ya sabes lo doloroso que es.

6. ¿Es equivalente a la empatía?

La empatía, la capacidad de ponernos en la piel de otro, es un componente necesario en la compasión. Pero la compasión va un paso más allá: incluye también el deseo de ayudar. Algunos pensadores (como Paul Bloom en su libro El caso contra la empatía) plantean que la empatía es mala guía para la conducta moral y que lo que necesitamos es más compasión: simplificando mucho la cuestión, un psicópata puede ser una persona empática y esta empatía le ayudará a ejecutar sus maldades con más efectividad.

7. “Pero un delincuente no merece compasión”.

Hay una larga tradición en Occidente para pensar que solamente debemos sentir compasión hacia el malestar y el sufrimiento de otros si creemos que esa persona no se lo merece, y reservarnos nuestra compasión para aquellos que no son responsables de su sufrimiento. Esto es un hueso duro de roer para muchos de nosotros.

Y, sin embargo, con un poco de imaginación (¡y empatía!) podremos ver que ese delincuente, por ejemplo, quizá fue un niño que sufrió abusos y abandono; que a causa de ese abandono se convirtió en un adicto en su adolescencia, y que esa falta de medios lo llevó a delinquir (y es muy posible que, a su vez, los padres de ese niño hubieran sufrido ellos mismos abusos o abandono).

Si nosotros hubiéramos nacido en esa familia, y hubiéramos tenido esa vida, quizá hubiéramos hecho lo mismo. Sin entrar en el debate existencial profundo al que nos lleva esta cuestión, el punto fundamental es que quizá tengamos que ser más cuidadosos cuando hablamos en términos de “merecimiento”, tanto en sentido positivo como negativo.

8. Una nota final.

Me lancé a esta aventura por egoísmo. La compasión no solamente es buena para ti porque puede ayudarte a sentirte mejor y organizar tu mente de modo que sea más proclive hacia la felicidad. También es buena para los otros, y que sea bueno para los demás significa, en esencia, que vivirás en un mundo más feliz.

En palabras del Dalai Lama: “los seres humanos somos animales sociales y debemos vivir juntos nos guste o no (…). Incluso si decidimos ser egoístas, debemos ser sabiamente egoístas, entendiendo que nuestra subsistencia personal y nuestra felicidad dependen de otros. Por tanto, la bondad y la compasión hacia los demás es esencial”.

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