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Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

Pasar desapercibido

Alberto Garzón y Pablo Iglesias, tras anunciar el acuerdo de confluencia.

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Podemos, hoy Unidas-Podemos, nació de la confluencia de tres circunstancias inteligentemente interpretadas por sus fundadores. La primera fue la constatación de que la izquierda de tradición comunista representada inicialmente por el PCE-PSUC y continuada por IU tenía unos límites infranqueables para articular a una parte importante de la izquierda que no se sentía representada por el partido socialista. Había que ofrecerle algo distinto.

Ese algo distinto tenía que combinar, en segundo lugar, un proyecto de dirección política para el conjunto del Estado con el reconocimiento de la diversidad territorial de la sociedad española. Había que construir simultáneamente una opción estatal identificable como tal que pudiera servir de sustento a una suerte de confederación de izquierdas autónomas en las diferentes “nacionalidades y regiones”.

Y en tercer lugar, el nuevo proyecto tenía que incorporar la plurinacionalidad al debate político desde una opción estatal y no desde la opción exclusivamente de las “nacionalidades”, como venía ocurriendo desde el comienzo de la Transición.

El éxito de la interpretación fue espectacular. En un sistema político en el que es electoralmente tan difícil penetrar como es el que se configuró en 1978 y que había resistido incólume durante casi cuarenta años, Podemos penetró con una fuerza extraordinaria. Los resultados electorales de 2015 y 2016 no dejan lugar a dudas.

Los que vivimos desde el interior del Partido Comunista la experiencia democrática construida con base en la Constitución de 1978, en la que nunca llegamos a superar los 23 escaños de las elecciones de 1979, creo que sabemos valorar muy bien los más de setenta conseguidos por Podemos y la confederación de izquierdas autónomas asociadas. Jamás se nos había pasado por la cabeza que eso se pudiera conseguir. La “visión” de los fundadores de Podemos fue, sencillamente, deslumbrante.

El impacto de la irrupción de Podemos en el sistema político español ha sido formidable. La Constitución sigue siendo la misma, pero nada funciona como lo había venido haciendo en los últimos cuarenta años. Se ha producido la abdicación del Rey Juan Carlos I. La investidura del presidente del Gobierno se ha convertido en una operación que no guarda parecido alguno con la de los investidos hasta 2011. Se ha conseguido la aprobación por primera vez de una moción de censura y la formación por primera vez de un Gobierno de coalición. Las Cortes Generales no legislan ni aprueban Presupuestos. No se renueva el Consejo General del Poder Judicial ni el Defensor del Pueblo. Ya veremos qué ocurre la renovación que toca este año del Tribunal Constitucional. Todavía estamos experimentando réplicas del terremoto que supuso la irrupción de Podemos.

Y sin embargo, la fórmula está dando señales claras de agotamiento. Cada vez se va pareciendo más a una opción clásica de la tradición comunista. Ha dejado de ser portadora de la confederación de izquierdas autónomas y no ha sido capaz de dejar su impronta en el debate de la plurinacionalidad del Estado.

Pienso que es así porque la fórmula no fue capaz de hacer frente a la crisis de las elecciones municipales y autonómicas de Madrid de una manera coherente con lo que había sido su proyecto fundacional. Unidas-Podemos en este momento no sabe lo que es. Lo acaba de comprobar en el País Vasco y en Galicia. Y previsiblemente, lo comprobará en el otoño en Catalunya. Ha pasado sin pena ni gloria, casi como si no hubiera estado presente en la competición electoral.

Pasar desapercibido es de las cosas peores que le puede ocurrir a una opción política. La indiferencia generalizada con que se ha contemplado un descalabro electoral como el que Unidas-Podemos ha experimentado este domingo lo dice todo. Los resultados se han recibido como se recibían los resultados del partido comunista o de Izquierda Unida en los años ochenta y noventa del siglo pasado. Que esto ocurra cuando se forma parte del Gobierno de la Nación, lo convierte en todavía más grave.

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