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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Fútbol de mercado

Ángel Cappa

“y la verdad sea dicha: este hermoso

espectáculo, esta fiesta de los ojos,

es también un cochino negocio“

                                                                       Eduardo Galeano

 

Decía Sartre que el fútbol es una metáfora de la vida. Y, efectivamente, lo que ocurre en el fútbol es más o menos lo que vivimos en la sociedad. Desde que el capitalismo lo atravesó de lado a lado, el fútbol ha cambiado sus valores y significado originales por la lógica del mercado y se convirtió en un objeto más de consumo, con todas sus consecuencias. Es decir, lo vaciaron de contenido y le dieron ese carácter insípido y superficial que necesita el negocio para vender mejor el producto.

Hasta los años 60, aproximadamente, el fútbol continuaba en los estadios lo que traía de las calles. Valores tan importantes que hasta Camus, que también fue jugador, llegó a decir que todo lo que sabía de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol. Inclusive Antonio Gramsci lo definió como “el reino de la lealtad al aire libre”.

Por supuesto no estamos hablando de un fútbol desinteresado del resultado porque el resultado fue siempre lo más importante. Por eso, la acusación de “romanticismo” como cosa del pasado, que nos hacen a quienes le damos al juego tanto valor como al resultado, es falsa. El resultado fue y es lo primero, pero no lo único y esa es la diferencia.

Aquellos valores que el fútbol contenía y que aprendió en los barrios mas humildes de cualquier ciudad del mundo, pueden resumirse en lo que acostumbraba a recordarnos Di Stefano. Decía que en aquellos tiempos no se festejaban los goles de penalti por la considerable ventaja que tenía quien lo tiraba sobre el portero.

La cosa ha cambiado tanto que hoy en día se gritan con entusiasmo hasta los goles en contra que se hacen los rivales. No hace mucho tiempo un jugador del Steaua de Bucarest en el Bernabéu quiso darle la pelota a su arquero y no vio que la portería estaba vacía. Con ese gol en contra ganó el Madrid uno a cero y el gol lo festejaron aparatosamente tanto los jugadores como todo el estadio. Menos uno. Solo Beckham reparó en la desolación del jugador rumano y fue a consolarlo. Algo parecido a lo que hizo Obdulio Varela, capitán del Uruguay campeón del mundo del 50 en el estadio Maracaná. Contó él mismo que vio tan triste y desconsolado al pueblo brasileño que no reparó en ir a tomarse unos vinos con esa gente en algún bar de Rio de Janeiro, dejando para otro momento los festejos con los suyos por tan grandiosa conquista.

Hoy hay que “ganar como sea”, porque lo único que respeta el capitalismo es el éxito y el éxito en este contexto se traduce solamente en ganar. El que gana, siempre tiene razón, del mismo modo que el que tiene dinero hace lo que quiere. No es frecuente encontrar jugadores que, como Iniesta, revelen: “a mi me enseñaron que hay que ganar, pero no de cualquier manera”. Casi nadie actualmente valora tanto el juego, la manera de conseguir el triunfo. Si no hay argumentos futbolísticos que justifiquen la victoria final de un equipo que no obstante ha jugado mal (también puede ocurrir), el periodismo ha encontrado una frase que nos remite al misterioso secreto del triunfo: algo tendrá. Y a vender, que de eso se trata.

Ya lo dijo Francisco Umbral en su momento: “lo de hoy, Liga de las estrellas, es un alarde impersonal, fugaz y capitalista, la cultura del traspaso y la mitología trimestral del divo. No hay mensaje”.

Cuando el negocio intervino decididamente en el fútbol, cuando descubrió que era un mercado gigantesco con una enorme y fiel clientela, lo primero que hizo fue quitarle al jugador el placer de jugar. Desde ese momento para ganar hay que sufrir, a la diversión se la identifica con la irresponsabilidad y al entrenamiento se le llama trabajo. Las leyes del mercado no admiten distracciones y disfrutar del juego es una debilidad de perdedores. Se trata de ganar. Y punto. ¿No será este clima histérico una de las causas de la violencia que enturbia este juego?

Para el pensador polaco Zygmunt Bauman, antes “la gente tenia un sentido de pertenencia y solidaridad que ya no tiene”, atomizada como está por la filosofía del capitalismo neoliberal. Los futbolistas también perdieron el sentido de pertenencia y ya no saben para quién juegan ni a quienes representan cuando entran a una cancha. El amor al juego quedó escondido debajo de los privilegios de la fama y el aparente poder que da la abundancia económica. Xavi Hernández es una excepción cuando afirma que le duele mas fallar un pase que fallar un gol. Ese profundo respeto al juego no es la norma ciertamente.

Las grandes multinacionales tienen en el fútbol el mejor escaparate posible para sus ventas supermillonarias y en los ídolos que fabrican y separan de sus raíces y su gente, los mejores propagandistas de los productos que venden. La FIFA, el máximo organismo del fútbol mundial, es una de las organizaciones más poderosas e influyentes por la cantidad de dinero que recibe y dispone, se mueve mucho más con criterios comerciales que deportivos y con métodos tan alejados de la democracia como cualquiera de las entidades que gobiernan el mundo.

Las escandalosas desigualdades que rigen en la sociedad se repiten en el fútbol con algunos clubes poderosos económicamente y la mayoría en bancarrota o haciendo equilibrios para subsistir. Se juega una cantidad exagerada de partidos que saturan la televisión prácticamente todos los días, para beneficio de los anunciantes, sin tener en cuenta ni a los jugadores ni a los espectadores, que tienen que pagar entradas carísimas y soportar horarios inadecuados.

En definitiva, nos robaron también el fútbol, que era nuestro, lo deformaron y lo utilizan para sus enormes beneficios y, de paso, como anestesia para las masas que tratan de refugiarse en esta pasión para olvidarse un rato de la situación política y económica que las agobian.

Por eso hay que recuperarlo, como tantas otras cosas que nos arrebataron. Devolverle el carácter festivo que le es propio, que nos vuelva a servir como modo de expresión y nos acerque a esa emoción tan parecida a la felicidad. La tarea no es fácil y será imposible si no luchamos por una sociedad mejor donde regresen al pueblo los bienes que son del pueblo.

Mientras tanto, y como aconseja un poema de Mario Benedetti, debemos “defender la alegría, defenderla de la ajada miseria y de los miserables”.

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