Fernández Cubas recupera inquietud de la infancia en “La habitación de Nona”

Cristina Fernández Cubas, considerada ana de las grandes maestras del cuento en lengua española, recupera la inquietud y los miedos propios de la infancia en un nuevo libro de relatos, “La habitación de Nona”, que ha salido hoy a la venta.

“La infancia está llena de miedos”, ya que todo nos es desconocido, grande y desproporcionado cuando somos pequeños, por eso Fernández Cubas “aspira a recuperar esas inquietudes y compartirlas con el lector”, ha explicado hoy en la presentación del libro en Barcelona.

“Una habitación desnuda, con la puerta entreabierta, un colchón gigantesco, como de la princesa del guisante y una extraña figura, una niña que no posa, que oculta un secreto”, ha descrito Fernández Cubas la portada de su libro, un cuadro del siglo XIX, “de esos en los que pasa algo”, que descubrió por casualidad en una galería de Madrid.

El relato principal del libro narra la historia de Nona, una niña muy “especial”, que se aisla en un mundo paralelo y fantástico que mantiene oculto, lo que genera en su hermana una envidia feroz.

“La habitación de Nona” (Tusquets) se completa con cinco relatos más que funcionan de forma independiente pero que se articulan como una “espiral” con algunos elementos que pasan de uno a otro, ha explicado la autora.

Una mujer al borde del desahucio que confía en una benévola anciana que le invita a un café, un grupo de escolares que ve perturbada su serenidad mientras contempla un cuadro, la narradora que sale del hotel y da un salto en el tiempo y dos hermanos que conocen una singular tribu del Amazonas son las historias a las que Fernández Cubas permite asomarse al lector.

Sin embargo, “todos estos cuentos son como las habitaciones de una misma casa”, que alojan la añoranza o esperanza, o “como una posada en la que, al apagar las luces, los huéspedes se cambian de habitación”, ha comparado la cuentista.

“La habitación de Nona” no es una mera recopilación de relatos, sino que está concebido de forma integral, los relatos tejen “relaciones celulares”, y lo ha comparado con “un barco donde la carga ha de estar bien repartida”.

Su proceso de escritura no se inicia con el relato completo en la cabeza: una vez ha creado los personajes y la atmósfera, sigue “abierta” la estructura y, de esta manera, en ocasiones ha ido “más allá de lo que quería contar”, o bien se ha parado antes.

“El mundo está lleno de matices, lo único que ha de ser claro es el lenguaje”, apunta la autora, ya que aunque se mueve con soltura por las “zonas grises”, dice desear “que no se note el esfuerzo”, por lo que se “complica la vida cada vez más”.

La “intensidad” es el motor de todos los relatos de Fernández Cubas, pues la historia no se ofrece “machacada” y requiere un lector “activo e inteligente”.

La única influencia que Fernández Cubas admite es la de la tradición oral, desde la niñera que le leía historias antes de ir a dormir, hasta su hermano, que le contó de forma dramatizada los cuentos de Edgar Allan Poe.