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“PS/WAM”, de Rodrigo García, una performance para ser leída que desconcierta

Vista de una de las Naves, en el Centro de Creación Contemporánea Matadero en Madrid.

EFE

Madrid —

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Cabezas de ciervo y jabalí disecados sustituyen a los controvertidos bogavantes de antaño en el nuevo “artefacto” del argentino Rodrigo García, “PS/WAM”, una performance cuyo estreno absoluto esta noche ha dejado tan desconcertado al público que los aplausos, escasos, han tardado un rato en llegar.

La pieza, resultado de un proyecto de residencia artística en Naves de Matadero del dramaturgo y director, se ha desarrollado en la Nave 11 de Naves del Matadero, del que se han retirado gradas, asientos y escenario para dejar expedita su superficie por la que han deambulado 150 espectadores, recibidos en la puerta por los dos actores, Juan Loriente y Daniel Romero.

En sus cerca de mil metros cuadrados se han situado una docena de “paradas” tales como un invernadero, un coche, una nevera, una pila de carteles o varios metrónomos, y una pantalla gigante en la que se han proyectado escenas de películas de terror o de Bruce Lee mientras, en ocasiones, se oía la música de Mozart.

“PS/WAM” (Piano Sonatas/Wolfangag Amadeus Mozart), que se representa hasta el domingo y para la que no queda ni una entrada, no es una obra de teatro sino “una instalación” de esculturas pobres, vídeos, objetos y mucha literatura que componen un paisaje “atrapado bajo una capa de gelatina palpitante de tiempo ilusorio”, según su creador.

La idea de Rodrigo, que reside en España desde 1986, con esta propuesta escénica es “dinamitar” el ritual de quienes van al teatro “para convertirse en público”, “aislados para recuperar la libertad contemplativa individual” en el “arrogante y barullero siglo XXI”.

García, uno de los dramaturgos contemporáneos más representados en el mundo y un iconoclasta al que exaspera la injusticia social, escribió esta obra, según explica en el programa de mano, “para no ser pronunciada de viva voz” sino “leída por el público”.

Esto último se materializa en una docena de “rollos” extendidos en el suelo con textos diferentes y variados tamaños de letra que el director propone degustar mientras en la pantalla se proyectan cuentas atrás -una de 15 minutos y otra de 10- con la leyenda “pausa para leer”.

Son “largos tiempos muertos” en los que no pasa absolutamente nada en “un páramo siniestro” porque el propósito de García ha sido crear “una obra nacida para desorientar y separar a las personas”.

“¿Sabías que los crematorios están dirigidos por una sociedad masónica?”, comienza uno, mientras que otro dice “según un economista de postín de la universidad John Hopkins de Baltimore, Maryland, la solución pasa por dejar de cagar”.

Mientras tanto Loriente y Romero, vestidos, respectivamente, de Mozart, aunque con botas de fútbol y pantalones cortos, y de dama de época, con un traje tan pequeño que le deja al actor todo el abdomen al aire, “juegan” con las cabezas de los animales, “arrastran” meteoritos, prenden fuego a velas de cumpleaños que llevan en los dedos o se “mueven” en skate.

Todo ello sin pronunciar más palabras que la lectura de una carta de Mozart a su padre, en un idioma sin identificar aunque subtitulado en castellano en la pantalla, o la canción que interpretan -“Voy para Salzburgo, vengo de Viena”- dentro del coche en el que antes se ha proyectado una película porno mientras ellos se subían al techo para que Loriente pintara los glúteos de Romero.

Para la pieza han contado con la colaboración de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) con los que grabaron el vídeo que remata la pieza, acompañado en directo por Romero con una caja de sonido que iba en crescendo.

Cuando el “ruido”, según ha gritado una espectadora, ha cesado y el vídeo ha terminado, los actores se han marchado y el público se ha quedado desconcertado sin saber si aquello era el final. Pasados un par de minutos alguien ha aplaudido y algunos espectadores le han secundado brevemente.

Con anteriores “artefactos creativos” García y su compañía, La Carnicería, han provocado sonadas polémicas como con “Accidens. Matar para comer” (2007), que la Generalitat catalana suspendió porque un actor se comía un bogavante que había cocinado en escena.

En “Gólgota picnic” (2011) hubo concentraciones ante el teatro parisino donde se representaba porque un actor tocaba al piano desnudo la obra de Haydn “Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz” y con “Arrojad mis cenizas sobre Mickey” (2015) sufrió la censura de dos escenas porque los grupos animalistas denunciaron que había metido cuatro hamster y cuatro ranas en una pecera.

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