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Torres-García, el “último vanguardista” que deseó salvar al mundo con el arte

Torres-García, el "último vanguardista" que deseó salvar al mundo con el arte

EFE

Málaga —

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Considerado por la historiografía del arte un moderno que se alejó de la tradición de su Uruguay natal para imbuirse de las vanguardias europeas de comienzos del siglo XX, Joaquín Torres-García se oponía, sin embargo, al progreso y con su obra deseó salvar al mundo del “precipicio” al que se abocaba.

Al menos, esta es la tesis que el arquitecto e historiador uruguayo Gabriel Peluffo Linari defiende en entrevista con Efe: “Es el último vanguardista, en el sentido de las vanguardias de que a través del arte se podía mejorar la vida. Es el último que la sostiene y la lleva hasta el extremo y la frustración”.

El autor de obras como “Historia de la pintura en Uruguay” o “El oficio de la ilusión” y director entre 1992 y 2013 del Museo Juan Manuel Blanes, de Montevideo, ha intervenido esta semana en un curso en el Museo Picasso de Málaga, impartido en el marco de la muestra “Joaquín Torres-García: un moderno en la Arcadia”, que ya se expuso en el MoMA de Nueva York y en la Fundación Telefónica, de Madrid.

“Para mí Torres no fue ni será un moderno. Es un arcaico caído en la modernidad, tirado en paracaídas, echado a la modernidad. Es un arcaico absoluto. Y ese combate entre su ser y su estar en el mundo, que es un combate existencial, lo lleva a esas contradicciones y, a su vez, lo sostiene en su vida”, indica Peluffo (Montevideo, 1946).

En su opinión, el artista que participó del “noucentisme” catalán, que coqueteó con el vibracionismo de su compatriota Rafael Barradas, que se relacionó con el neoplasticismo de los neerlandeses Piet Mondrian y Theo Van Doesburg y que en las dos últimas décadas de su vida creó el Universalismo Constructivo “es un oxímoron”, ya que “todo su pensamiento está conjugando dos extremos”.

En Torres conviven “lo eterno y lo efímero, el hombre eterno y el hombre que pasa, lo arcaico y lo moderno, lo abstracto con lo figural”, era “el hombre de la síntesis, el hombre que sintetizaba los opuestos” y su búsqueda de “soluciones prácticas a esas contradicciones” es uno de sus mayores atractivos, afirma Peluffo.

Según el historiador uruguayo, la llegada de Torres-García al lenguaje constructivo “no es la solución a sus problemas” y, lejos de lo que suele pensarse, “no llega y se queda en la jaula”, como demuestra su serie de los “Hombres célebres” -retratos de figuras como Goya o El Greco basados en la medida áurea-, pintada entre 1939 y 1946, cuando ya desarrollaba su reconocible estilo geométrico.

La obra del pintor uruguayo de origen catalán es actualmente muy cotizada en el mercado, si bien Torres-García (Montevideo 1874-1949) vivió en “una pobreza grande” y su gran proyecto de “arte anónimo, comunitario, de ceremonial colectivo, un arte cósmico de connotaciones casi religiosas” quedó “frustrado” en los años 40.

Tras emigrar a Europa a los 17 años y regresar a punto de cumplir los 60 a Montevideo (donde murió con 75), el artista “no se siente uruguayo”, en opinión de Peluffo, quien agrega: “Él se considera un hombre universal y lo dice más de una vez. El asunto no es ser de un lugar, sino crear lugar donde se está”.

En su periplo por el mundo moró en urbes como Barcelona, París, Madrid o Nueva York. Precisamente, tras vivir en esta última redactó “New York” (1930), libro en el que escribe: “La expresión más atrevida y nueva del arte, es la manifestación de algo aún anterior a la expresión más antigua, pues cuanto más original sea un arte, tanto más cerca está del origen, de lo eterno original (sic)”.

Para Peluffo, Torres-García “recorre el mundo por una ansiedad que, en el fondo, tiene un dejo apocalíptico” y aspira a salvarlo “en una actitud apostólica, casi mesiánica”. Y en su persecución de lo absoluto, de ese “eterno original” del que hablaba, él, el “antimoderno”, se convierte en el “último vanguardista”.

Concepción M. Moreno

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