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La desconocida etapa de Sonia Delaunay en Madrid y cómo convirtió en arte el diseño

Dos vestidos basados en Cleopatra diseñados por Sonia Delaunay

J.M. Costa

Sonia Delaunay no solo es una de las grandes figuras de las vanguardias de comienzos del siglo XX, sino una de las primeras artistas que trabajó en la decoración y el diseño desde el mismo punto de vista que la pintura, casi al tiempo que surgieron el constructivismo soviético, la Bauhaus o De Stijl.

A pesar de que un pintor como Gustav Klimt (1862-1918) diseñara las todavía inexistentes telas art nouveau para poder luego pintarlas o de que el movimiento británico Arts&Crafts hubiera luchado por las artes aplicadas, lo cierto es que en la segunda década del siglo XX cualquier cosa que no fuera pintura o escultura se consideraba un arte menor, si es que podía llamársele arte. Diseñar una tela para un vestido es que no debía entrar siquiera en la ecuación.

Como es costumbre en el Thyssen, el título de la exposición Sonia Delaunay arte, diseño moda, (hasta el 15 de octubre) no responde exactamente ni a su contenido ni al propósito explícito de la comisaria Marta Ruiz del Árbol (conservadora del museo). En realidad se trataría más bien de Sonia Delaunay en España, porque Sonia, junto a su marido Robert y su hijo Charles, se vieron atrapados en nuestro país a causa de la I Guerra Mundial y estuvieron viviendo en Madrid hasta 1921. Unos años que resultaron decisivos para la artista.

¿Tanto cuesta llamar a las cosas por su nombre? ¿Habría disminuido el atractivo de la exposición reconocer que se centra en esos años o, más bien y teniendo en cuenta que estamos en España, lo habría aumentado? Es una cosa rarísima, porque sucede con mucha frecuencia. Una especie de vicio titulatorio.

La hija de una familia ucraniana viviendo en París

Sonia Delaunay, nacida en 1885 era hija de una familia ucraniana muy modesta. Pero tuvo suerte porque fue prohijada por su tío materno Henri Terk, quien residía en San Petersburgo. El señor Terk, abogado de profesión, debía estar muy bien situado porque además de participar de la fiebre cultural que se había adueñado de las nuevas y todavía relativamente pequeñas élites económicas rusas,  envió a la joven Sarah (su nombre de pila) a visitar el Louvre de París o los Uffizi de Florencia o a estudiar pintura a Karlsruhe con 19 años.

En 1906 Sonia ya residía en Paris quedándose inmediatamente asombrada con la exposición póstuma de Gauguin de ese mismo año. De entonces data el primer cuadro de esta exposición, Philomene (1907) que parece mostrar al mismo tiempo la influencia de Gauguin y del recién nacido fovismo de Derain, de Vlaminck o Matisse.

Con una asignación económica de su familia y su amplia formación, se integró rápido en la escena artística parisina, entonces en plena efervescencia. Tras un primer matrimonio absurdo y que no llegó al año, se casó en 1910 con el también pintor Robert Delaunay, de quien tomó el apellido y con el que mantendría una relación personal y artística que, según parece, no tenía nada que ver con otras anteriores (y posteriores) donde el artista-hombre heroico anulaba a la mujer-artista sacrificada.

Un caso similar se daba esos mismos años en la vanguardia rusa que comienza a andar con la actividad conjunta de Mijail Larionov (1881-1964) y Natalia Goncharova (1881-1962) o algo más tarde Varvara Stepanova (1894-1957) y Aleksandr Ródchenko (1891-1956).

La verdad es que Sonia tuvo un gran protagonismo en su época y amplio reconocimiento después. De hecho fue Sonia quien, tras la muerte de Robert en 1941, luchó denodadamente para que el trabajo pionero de su marido fuera reconocido. Lográndolo, todo sea dicho. Al repasar sus propios testimonios, en los que tanto él como ella  siempre hablan de “hemos pensado” y la gran cantidad de proyectos decorativos conjuntos que llevaron a cabo, da la impresión de que a ellos mismos les habría resultado un poco extraña la idea de competición en la pareja. Algo muy extraordinario antes, pero también ahora.

Delaunay, a caballo entre la abstracción y la figuración

De aquellos agitados años de las vanguardias nos han llegado unos pocos estilos que ya pertenecen a la cultura general: el cubismo, el expresionismo o la abstracción. Pero había  muchas avenidas, hoy menores pero que entonces formaban parte de la búsqueda general. Así el rayonismo, el orfismo, el vorticismo, el  cubo-futurismo o, en el caso de los Dalaunay, el simultaneismo. El simultaneismo tiene raíces muy evidentes en el cubismo y el fovismo, aplicando fuertes contrastes de colores básicos, algo que no ocurría en el primer cubismo analítico, de suyo bastante monocromo (luego llegaría el sintético, más colorista).

Quizá lo más interesante de los Delaunay fuera precisamente su estar a caballo entre la abstracción y la figuración, algo que puede verse primero en las Ventanas (1912-1913) de Robert y años más tarde y de forma muy evidente en los cuadros sobre baile flamenco que Sonia pintó durante una larga estancia en el norte de Portugal.

Todavía en París comenzó a ir más allá del marco aceptado de la pintura. Su relación y colaboración con diferentes poetas se mantuvo casi toda la vida y las encuadernaciones de Sonia iban mucho más allá de lo habitual, como en el caso de La prosa del Transiberiano de su amigo Blaise Cendrars, un libro donde la simultaneidad lo era también del texto, el color y la forma.

En esas estábamos, con la pareja veraneando tranquilamente en Hondarribia (entonces Fuenterrabía), cuando estalló la I Guerra Mundial. Dado lo incierto de la situación (la anterior guerra franco-prusiana de 1871 se saldó con las tropas alemanas sitiando París) los Delaunay y su hijo permanecieron en la península, donde pasaron un tiempo en Portugal, regresando a Madrid en 1916, donde se instalaron en la calle Columela 2, esquina con Serrano y junto a la Puerta de Alcalá. Sonia, más que Robert, estaba fascinada con los tablaos de donde estaba surgiendo el flamenco como lo conocemos hoy y se relacionaron rápidamente con celebridades de cuna y de ingenio, como nobles y empresarios o Ramón Gómez de la Serna.

Ganarse la vida tras la Revolución rusa

Un suceso lejano tuvo consecuencias mayores  para la familia Delaunay. Con la revolución rusa de 1917, Sonia dejó de recibir la asignación de la familia Terk y muy de repente tuvo que pensar cómo ganarse la vida. Tenía dos puntos de los que partir: unos primeros vestidos simultáneos realizados en París el año anterior para salir de noche y su relación con las primeras incursiones de artistas en géneros como el teatro o la danza, que también experimentaban una revolución estética.

Sonia movilizó sus muchos contactos madrileños para enfocar su actividad hacia terrenos que pudieran suponerle unos ingresos. La idea era introducirse en el mundo de la escena. Su compatriota, el empresario de danza Diaghilev, estuvo un tiempo en Madrid e idearon una colaboración que nunca dio fruto, aunque sí unos figurines para Cleopatra que se utilizaron en 1918 en Londres. También se propuso decorar viviendas madrileñas, tal y como lo había hecho en su propia residencia parisina.

Esta casualidad geopolítica y el instinto de supervivencia en una familia donde Sonia era el motor organizativo, tuvieron como consecuencia una aproximación entre la pintura y las artes aplicadas y el diseño desde una postura individual que incluso antecede a las ya mencionadas como Bauhaus, De Stijl o el constructivismo, más organizadas y de mayor elaboración teórica. El planteamiento era recordado por Sonia años más tarde: “Abro una Casa Sonia de decoración de interiores. En las casas ricas, en los palacios históricos, mando a paseo los alambicados pastelones, los tonos lúgubres, las mortuorias cursilerías”.

Nada que ver con las lucubraciones holandesas, rusas o alemanas. Su actividad no estaba dirigida a los espíritus sensibles, a lo industrial masivo o a la manifestación de una nueva cultura proletaria, sino a las clases altas o a proyectos semi-públicos, algo que los Delaunay desarrollarían a gran escala tras su vuelta a Paris en 1921. Aquí se muestra el abrigo diseñado para Gloria Swanson en 1925, al igual que una foto madrileña de 1920 con las hijas de los marqueses de Urquijo, vestidas con sus diseños.

En lo decorativo seguramente su mayor encargo fue el rediseño en 1919 del Petit Casino (antiguo teatro Benavente). Sonia apenas tocó la arquitectura del local, pero lo llenó de pinturas simultáneas y pintó el mobiliario y otros detalles con colores vivos y contrastantes. Según el ABC del 22 de Abril, “ha sido decorado con sumo gusto y al estilo moderno”. Además decoró varias casa particulares y comenzó también a hacer moda, dando comienzo a un trabajo de diseño textil que luego desarrollaría de forma brillante y cuya influencia ha sido enorme. Que lograra vestir a las hijas del marqués de Urquijo da fe de la introducción de Sonia Delaunay en la alta sociedad madrileña.

Vuelta a París: la cuna del dadaismo o el surrealismo

En 1921 el matrimonio decide regresar a París, donde se habían asentado movimientos como el dadaismo o el surrealismo. No es raro que los Delaunay intimaran con Tristan Tzara. Al poco tiempo volvían a una intensa actividad, tanto en la pintura como en el diseño. Tras la muerte de Robert en 1941, Sonia seguiría trabajando en todos los terrenos que había iniciado en Madrid con una persistencia que apenas contempló desvíos de su idea de simultaneidad. De todo ello hay muestras en esta exposición.

Quitando el título, esta es una exposición de lo más interesante que hay ahora mismo en Madrid. El Thyssen también acoge El Renacimiento en Venecia. Triunfo de la belleza y destrucción de la pintura, pero esta de Sonia Delaunay, además de revisitar a una gran artista, supone investigar un periodo de tiempo fundamental para su carrera que, por cosas de la vida sucedió junto al Retiro.

Ya se ha visto que son muchas, pero entre las grandes aportaciones de Sonia Delaunay está creer de verdad en la igualdad de todas las manifestaciones artísticas. Según sus palabras, escritas sobre su época en Madrid: “Ni siquiera con los más mínimos detalles de la confección o de la decoración doméstica tengo la sensación de estar perdiendo el tiempo. No, es un trabajo noble, tan noble como una naturaleza muerta o un autorretrato”.

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