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Gustave Caillebotte: pintor, filatélico, regatista y jardinero

Pintores Edificio

J.M. Costa

El libro de visitas del Thyssen Bornemisza está que arde. Son bastantes los comentarios que en vez de expresar el habitual ¡qué bonito es todo!, se quejan amargamente por lo que consideran “publicidad engañosa” en torno a la exposición Caravaggio (escrito muy grande) y los pintores de Norte (apenas legible). Normal, ya se advertía en la reseña de esa exposición que no se pueden despertar grandes expectativas y no responder a ellas. Es para imaginar a una docente que hace un viaje con su curso a Madrid para ver Caravaggio y se encuentra apenas con 12 cuadros del italiano y 34 de artistas norte-europeos desconocidos en España. Eso sí, las colas siguen pero cabe preguntarse si a medio plazo es positivo lograr mejores cifras de asistencia mediante trucos que ponen en juego el prestigio y la credibilidad de una institución que, al fin y al cabo, se sostiene sobre todo con fondos públicos.

En realidad, con la exposición Caillebotte (hasta el 30 de octubre) sucede un poco lo mismo. El subtítulo Pintor y jardinero, tampoco se lee apenas. En este caso da un poco lo mismo porque todo lo que hay es del artista y porque es muy legítimo centrar una exposición en aspectos como París, los barcos o los viajes de Caillebotte. Todo esto aparece en una exposición que, como el subtítulo indica, se centra en su aspecto de pintor-floricultor.

Gustave Caillebotte fue una personalidad muy interesante. Nació en 1848, el llamado Año de las Revoluciones, del cual y algo paradójicamente, surgirían en Francia tanto la Segunda República como el Segundo Imperio de Luis Napoleón hasta 1870, cuando Caillebotte ya tenía 18 años y faltaba uno para la Comuna. Algo fundamental, porque en esos años se dibujarían los fundamentos de la Francia industrializada y la renovación de París por el barón Haussmann.

La familia de Caillebotte no es que tuviera dinero, es que eran ricos gracias a una empresa textil que confeccionaba los uniformes del ejército imperial. Martial (padre) tuvo a los tres hijos de su tercer matrimonio, Gustave, Rene y Martial, ya con más de cincuenta años. Murió en 1874, cuando Gustave tenía veintiséis años. Esto trajo consigo que tanto Gustave como Martial (René moriría en el 1876 y su madre en 1878) se encontraron herederos de una renta más que respetable. Es decir, todas las acciones de Gustave serían las de un diletante, según la RAE alguien “que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como aficionado y no como profesional”. Es divertida una reflexión en el catálogo sobre que Caillebotte habría sido un pintor maldito si no fuera porque era rico. Claro, no vendió casi nada porque no lo necesitaba. Regalaba bastante, eso sí.

Pintura y más hobbies

No obstante, Gustave Caillebotte era un hombre muy activo. Estudió derecho y tomó lecciones de pintura. Lo más extraordinario es que enfocaba sus hobbies, de los cuales participaba su hermano Martial, pianista y compositor, con una dedicación y una energía considerables. Una de estas aficiones fue la filatelia, reuniendo una colección muy importante, sobre todo de sellos mexicanos. Tras el matrimonio de Martial fue vendida al Reino Unido en 1887 por 5.000 Libras (unos cuatro millones de euros de hoy en día). Y no solo es que coleccionara, sino que ideó métodos de clasificación y escribió artículos en revistas especializadas.

Otra pasión fue la vela ligera. Junto a Martial se aficionó al agua de crío en la casa de verano familiar en Yerres, cerca del Sena y con un pequeño rio que pintaría a menudo. Pero no se conformó con salir a dar un par de bucólicas vueltas antes de un picnic, sino que se involucró a fondo en el tema. Como regatista logró un montón de premios, fue haciéndose con barcos cada vez mejores y acabó diseñándolos el mismo. Para ello construyó un pequeño astillero en su nueva posesión en Petite Grenevilliers, una zona de lujo junto al Sena. Sus diseños e ideas eran muy avanzados y presididos por una imaginación de lo más sensata. Además de ello, ayudó a organizar y fue vicepresidente del Club de Vela del Sena.

También fue horticultor, tema principal de la exposición. De nuevo con una energía y una seriedad que impresionan. Esta afición era compartida en parecidos términos por su vecino Monet. Y aún queda su carácter de coleccionista de arte, de organizador de eventos impresionistas o de mecenas de amigos pintores en apuros. O de concejal electo del pueblo.

La exposición se abre con lo más conocido de la obra de Caillebotte: sus paisajes parisinos. La generación de Caillebotte vio como ante sus ojos crecía un nuevo París definido por una ordenación premeditada que prácticamente acabó con la ciudad medieval y barroca. Esto iba unido a la idea de progreso propia de la revolución industrial y dio lugar a una nueva tipología: el flaneur. El flaneur no es solo un paseante, eso lo había habido siempre. Se trata de una persona que deambula por una ciudad nueva que va desplegándose ante sus ojos mostrando nuevas perspectivas y una vitalidad diferente. Baudelaire lo describió muy bien, luego fue retomado por Walter Benjamin a principios del XX y la idea prefigura las psico-geografías del situacionismo a mediados de ese siglo.

El París que muestra Caillebotte es la de la clase media alta. El crudo naturalismo de Manet o Zola quedaba atrás y aquí todo es amable, aunque con cierto ambiente de melancólica soledad. Cuando aparece un trabajador lo hace como una mancha blanca inmaculada. En cualquier caso, Caillebotte fue de los primeros en pintar ese nuevo paisaje urbano ya perfectamente moderno y cuyo trazado influiría en ciudades de todo el mundo. Ayudado, a veces, por la recién descubierta fotografía. Tanto El puente de Europa (1876) como Calle de París, tiempo lluvioso (1877), de los que en esta exposición hay buenos bocetos o Pintores en un edificio (1877) son ejemplos típicos.

El París de después

El bienestar de las élites se nota en esa ciudad nueva, limpia y elegante. Pero también fuera, en esos alrededores aún no industrializados de París, donde los impresionistas y en general las familias de la nueva burguesía industrial y financiera o de profesionales de alto prestigio y sueldo, solían tener un refugio veraniego al borde de un arroyo o un estanque. Comienza en la casa familiar de veraneo en Yerres, con sus vistas del gran jardín (El jardín de Yerres [1876]), del huerto (El Muro del huerto [1877], El huerto [1877]), de los edificios (Yerres, el porche de la casa familiar [1875-76]), de deportes como el remo en el pequeño río (Remero con sombrero de copa [1878], Piraguas en el río Yerres [1877]), y algunos cuadros muy en los ensayos impresionistas de Monet.

Hay una sala dedicada a sus viajes a Normandía, al Sena, a los campos de Grennevilliers (donde tendría su casa) o el vecino Argenteuil (donde la tenía Monet), que están bien y muestran a un impresionista interesante y capaz con una aproximación curiosa  a la perspectiva. Aquí se incluyen también cuadros de barcos, sobre todo veleros, en el Sena.

Resulta muy significativo comprobar cómo muchos de estos impresionistas, en principio tan urbanitas, acabaron dejando París por el campo cercano. Esto puede tener que ver con que esa nueva ciudad no era tan acogedora, pero quizá también porque París había adquirido ese color gris que aún hoy le caracteriza. Y el gris, por muy amplia gama que se utilice, es un terreno algo estrecho para unos pintores amantes del colorido. La Gare Saint Lazare le dio a Monet lo que dio de sí y lo mismo los grandes bulevares de Caillebotte. Por no hablar de Renoir, Sisley o incluso Pisarro. Un tipo de vida retirada que en el caso de Caillebotte no era exactamente contemplativa, pero le acercaba bastante a un nuevo ideal de la naturaleza y el paisaje.

Caillebotte hizo todo lo descrito anteriormente y pintó 450 cuadros antes de morir a los 45 años por una congestión cerebral. En sus últimos años Gustave prácticamente se recluyó en sus progresivamente ampliadas posesiones de Petit Gennevilliers y ya todo es centrarse en sus flores, sobre todo orquídeas y crisantemos. Técnicamente impresionistas parecen buscar la esencia de algo que se ha visto crecer y florecer, el punto critico, más que la impresión subjetiva y momentánea. Junto a los cuatro Parterres de margaritas (1892-93) recuerdan mucho a una actitud que nació en la dinastía Yuan en China (mongola, siglos XIII y XIV) y luego en el Bunjinga japonés del siglo XVIII: artistas cultos, aficionados y generalmente de clase alta. No todos los impresionistas era ricos, ni mucho menos, pero el deseo de un nuevo contacto con la naturaleza, en Francia casi siempre domesticada por el hombre, era muy similar. Es curioso que los artistas Bunjinga se dedicaran casi exclusivamente a pintar o dibujar pájaros, paisajes y flores. Dos tercios de lo que le interesaba a Caillebotte. Estetas elitistas y algo decadentes los ha habido siempre. Algunos, incluso sin proponérselo, han hecho cosas trascendentes.

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