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El misterio de los cuadros dentro de cuadros

El cuadro de Vermeer con y sin cupido

Déborah García

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La niña de Johannes Vermeer leyendo una carta en una ventana abierta (1657-1659) estaba siendo restaurada recientemente cuando los expertos hicieron una revelación revolucionaria. En 1979, los rayos X habían descubierto una versión anterior de la pintura, dominada por una gran imagen de Cupido que se presentaba en forma de cuadro dentro del cuadro. Se supuso entonces que el propio Vermeer había pintado sobre la figura antes de que terminara el trabajo. Sin embargo, la tecnología reciente ha demostrado que la imagen del dios del deseo amoroso fue pintada mucho después de la muerte del artista. Los estudiosos de la obra siempre han pensado que el propio Vermeer había borrado la imagen de Cupido, pero cuando se iniciaron los trabajos y la obra fue intervenida en 2017, el rectángulo donde estaba pintado respondió al disolvente de manera diferente. Los análisis confirmaron que el dios de la pared fue un añadido inserto décadas después de que Vermeer completara el trabajo.

Lo que resulta fascinante a todas luces es que el Museo de Dresde determinó que la pintura fuera expuesta así, ya que la obra había ganado en términos de composición, equilibrio y también con respecto al contenido. La lectura de la pintura siempre ha girado en torno al tema amoroso, basándose, sobre todo, en el rubor de las mejillas de la joven. Sin embargo, el añadido donde el dios Cupido aparece pisoteando una máscara podría significar que era un amor infeliz. Capas de barniz y añadidos que hacen reflexionar sobre la propia Historia del Arte y en cómo se han levantado la disciplina y los museos sobre el frágil concepto de autoría, significado de la obra e incluso sobre la cronología.

Hace tan solo unos meses, unos análisis realizados sobre el famoso Grito de Edvard Munch revelaron un mensaje escrito a lápiz en la esquina izquierda, el mensaje decía: solo pudo ser pintado por un hombre loco. Tras comparar la caligrafía de sus cartas con la del cuadro, los expertos determinaron que la frase había sido escrita por el pintor noruego después de haber concluido la obra. Todo hace pensar que fue una reacción de Edvard Munch, que deprimido por las críticas que recibió el cuadro cuando fue expuesto, dejó el mensaje a modo de nota a pie de página.

La tecnología se ha convertido en una aliada de los restauradores, como sucedió con la espectacular intervención de una de las obras maestras del arte, La ronda de noche de Rembrandt, que de noche no tenía nada. Fue sometida a una exhaustiva limpieza porque las figuras apenas eran distinguibles. El cuadro estaba tan deteriorado y el barniz tan oxidado que el significado original no se ajustaba a la realidad del título que se le había dado. Gracias a estas relecturas que permiten las intervenciones y la tecnología se sabe que la acción se desarrolla dentro de un portal, a pleno día, y que el interior y la penumbra son suspendidos por un potente rayo de luz que ilumina con intensidad a los personajes de la composición. También la inteligencia artificial juega a favor del arte y es que tan solo hace unos días el mundo de la cultura recibió la noticia de que la IA había sido capaz de devolver a la vida digitalmente, unas obras de Gustav Klimt que habían sido destruidas con la llegada de los nazis a Viena en 1945. Gracias al trabajo auspiciado por Google Arts and Culture y partiendo de unas fotografías en blanco y negro que se conservan Filosofía (1899) ha recuperado todo su esplendor.

Cuadros descubiertos dentro de cuadros. Cuadros que gracias a las nuevas técnicas devienen en otros cuadros totalmente diferentes a los que conocimos. Cuadros que gracias a la inclusión de nuevos discursos y perspectivas historiográficas apuntan de manera contundente contra la idea de relato, o de relato único. Es aquella idea tan repetida por John Berger de que las obras de arte no dejan de leerse y de releerse en tiempo presente y que sobre todo cuestionan los relatos alrededor de los que se ha levantado la disciplina artística. La importancia del relato es fundamental. En 1896 Toulouse Lautrec realiza una serie de litografías de gran belleza, Elles, en la que en vez de retratar a las mujeres lesbianas y prostitutas que él conocía en poses sugerentes y eróticas, las muestra en toda su cotidianidad. Hasta hace poco tiempo, El beso, perteneciente a la serie, era estudiado como un beso heterosexual. Hoy en día se sabe ya que aquellas dos figuras que se miraban con ternura eran dos lesbianas. Es importante recordar cómo la historiografía se ha dedicado de manera consciente a ignorar narrativas existentes en los cuadros. Sirve el caso de Henri Toulouse-Lautrec para ejemplificar cómo fue llamado el pintor de las prostitutas, sin tener en cuenta la forma en la que la historiografía y los que escribían sobre arte decidieron olvidar que fue de los primeros en representar a mujeres no heterosexuales liberadas de la mirada del voyeur, pero sobre todo, que en su obra Lautrec neutralizó y marginalizó esta mirada voyeurista del moderno flâneur.

La tecnología y las intervenciones hablan de la importancia de las obras en tiempo presente, cuestionan la inmovilidad y la pasividad de las viejas narrativas y apelan continuamente a la necesidad de entender lo artístico desde una mirada activa. Las obras se presentan ante las nuevas audiencias como rompecabezas capaces de soportar cualquier relato porque eso es precisamente lo que ha sucedido a lo largo de la Historia. La tecnología hace posible que el cuadro hable después de años enmudecido. ¿No deberían entonces, la historia del arte, y sobre todo sus instituciones dejar de despreciar las formas en las que se están llevando a cabo nuevas e importantes reflexiones sobre el arte y su proyección en tiempo presente?

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