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Venturas y desventuras de un arquitecto en el despotismo ilustrado

Retrato de Ventura Rodríguez

J.M. Costa

Una exposición sobre dibujos de los proyectos del arquitecto Ventura Rodríguez (1717-1785) en el centro Conde Duque de Madrid con motivo de su tricentenario, permite seguir su carrera como maestro de obras de la capital en un momento crítico: el reinado absolutista de Carlos III, cuando la ciudad comenzó a cambiar su fisonomía medieval. Y también las luchas encarnizadas entre alarifes por la influencia real y la riqueza material.

Como es público y notorio, vivimos en una época de arquitectos-estrella. No es la primera y previsiblemente no será la última. Aunque igual habría que remontarse a egipcios, chinos, griegos o romanos, la eclosión documental del arquitecto-estrella tiene lugar con el Renacimiento y se ha desarrollado a través de estilos como el Barroco, el Neoclásico y el Neogótico, el Racionalismo o el Organicismo (por mencionar solo unos pocos) hasta llegar a la globalización de nuestros días.

España había dado desde la Edad Media algunos edificios y equipamientos urbanos notables, pero tampoco demasiados. Están el gran complejo del Escorial, el palacio de Carlos V en Granada, el Obradoiro de la catedral de Santiago, algún palacete urbano o conjuntos como Úbeda... Nada comparable en cualquier caso a Italia, Francia e incluso a la Inglaterra de Iñigo Jones. Es significativo que las muestras más rotundas del barroco español no estuvieran tanto en la metrópolis como en las colonias, lugares donde durante el barroco se realizaron importantes obras de ordenación urbana.

No así en la capital del reino, que cruzó este periodo sin reformas significativas ni edificios notables. En gran medida, el Madrid de los Austrias venía a ser más o menos el que dejaron los últimos Trastámara. Sin embargo, la población se había multiplicado por cinco entre 1500 y 1600 y se doblaría de nuevo durante el siglo XVIII, pasando en esos dos siglos de 13.000 habitantes a 140.000.

No obstante, durante este tiempo, Madrid siguió encerrado en el recinto establecido por Felipe II. No hace falta explicar que ahí comenzaron las edificaciones en altura (las corralas) o el marasmo circulatorio y sanitario en que se encontraba la ciudad. Unas condiciones que también se daban en otra gran ciudad del país, Barcelona.

No solo tuvo que llegar Felipe V, sino que hubo que esperar a que se incendiara el Alcázar en 1734 para acometer algunas reformas. Este es el contexto en que operó Ventura Rodríguez, junto a otros dos importantes arquitectos de la época, Francesco Sabatini (1722-1797) y Juan de Villanueva (1739 - 1811).

Rodríguez, nacido en Ciempozuelos y de padre maestro de obra, había acudido a la capital y encontró trabajo como auxiliar de Juan Bautista Sacchetti (1690 -1764), discípulo del también italiano Felipe Juvarra (1678 - 1736) que había sido llamado por Felipe V para realizar los palacios de la Granja y Aranjuez y posteriormente el nuevo palacio Real. Juvarra, por cierto, murió en circunstancias algo misteriosas y ya entonces se rumoreó que fue asesinado debido a intrigas palaciegas. Este ambiente de pasillos peligrosos parece que era normal en la época y el mismo Ventura Rodríguez, al igual que sus coetáneos, se quejaban amargamente de las mil y una intrigas que les impidieron llevar a cabo tal o cual proyecto.

En cualquier caso, el joven Ventura, que tenía una gran mano para dibujar, lo cual se comprueba es esta exposición dedicada exclusivamente a sus dibujos, entró como delineante con Juvarra y cuando este murió, su sucesor en las obras Sacchetti, le mantuvo en el puesto. Con solo 24 años ya era aparejador segundo en el Palacio Real.

Durante los años siguientes Rodríguez va adquiriendo mayor renombre y realiza encargos notables como la capilla del Palacio Real, el rediseño de la basílica del Pilar en Zaragoza o iglesias como la de San Marcos en Madrid. Además, era desde 1752 director de Arquitectura de la Real Academia de San Fernando. Con treinta y cinco años todo parecía irle de cara. Pero ¡ah!, estamos ya en el absolutismo y entonces solo decidía en el reino un crítico, comisario y constructor principal: el rey.

Resultó que el rey que sucedió a Fernando VI (posiblemente el mejor de los Borbones y el más desconocido) llegaba de Italia donde ya había montado una corte de primer orden en Nápoles. Carlos III trajo consigo a Sabatini y tanto Sacchetti como su aún ayudante Rodríguez se vieron fuera de palacio de un día para otro. No solo eso, en 1760 y debido a un litigio con un estudiante de San Fernando, Rodríguez y Sacchetti fueron desterrados por algún tiempo a Valladolid. Ya se ve, la profesión de arquitecto cortesano era una actividad de riesgo.

El estilo de Ventura Rodríguez

Aquí comienza la carrera propiamente madrileña de Ventura Rodríguez, pero antes hablar un poco de su estilo. Normalmente se lee que Rodríguez se encuentra entre en Barroco y el Clasicismo. Lo cual es cierto. Pero en el periodo entre los años 50 y 60 del siglo XVIII, hubo algo que se llamó Rococó, presentado como extensión del Barroco pero que en un análisis más detallado tenía características formales bastante diferenciadas que incluían cierta racionalidad, contención y funcionalidad. Es también la época de un nuevo urbanismo racional, tal y como describían Diderot y D’Alembert la Ciudad en su Enciclopedia (1751-1762).

Rodríguez tampoco estuvo mucho tiempo parado. Aparte de encargos privados, e 1764 era nombrado maestro mayor del Ayuntamiento de Madrid, el arquitecto municipal, por así decir. Y solo seis años después de su defenestración palaciega, Rodríguez asume el puesto que le convertiría en un personaje de enorme influencia más allá de la capital: el Consejo de Castilla le encargó supervisar todas las obras (edificios oficiales de cualquier tipo) que se realizaran en el Reino. Rodríguez revisó, matizó o incluso rehízo decenas de obras repartidas por media España.

Como arquitecto municipal Rodríguez solo podía fiscalizar el aspecto exterior de los nuevos edificios, elevados casi en un 90% sobre solares anteriores. A él se debe la instalación de canalones en los tejados, las aceras de piedra, la voladura de los balcones... En realidad la traza medieval permaneció casi intocada, aunque se derribaron docenas de edificios, algunos muy relevantes, para construir sobre ellos.

Por aquel entonces no pasaba nada, lo medieval no estaba bien visto. De hecho el mismo Rodríguez se permitió derruir la antigua iglesia románica de Santo Domingo de Silos para construir otra de su diseño. En total supervisó 450 proyectos en los que también se nota su ojeriza a otros arquitectos locales.

Si no un urbanismo planificado, todavía incipiente, en el programa del despotismo ilustrado entraba una nueva monumentalidad publica que tendía a embellecer la ciudad a mayor gloria de los monarcas. En Madrid esto se plasmó en hospitales, museos, edificios oficiales o fuentes y puertas. La mayor parte de esta actividad salió a concurso y Ventura Rodríguez parece que se presentaba a todos.

Cuando Madrid cambió su fisonomía medieval

La exposición de Conde Duque se centra en esta etapa y es curioso ir viendo como se le iban a escapar encargos como el Prado, los hospitales de Atocha o la Casa de Correos. A cambio y aunque Rodriguez seguramente lo percibiera como un premio de consolación, a él se deben la fuentes de Cibeles, de Neptuno y de Apolo (finalizada tras su muerte), que desde entonces son hitos de la vida social de la ciudad. Antes con el Salón del Prado, hoy con manifestaciones o celebraciones de todo tipo.

Por otra parte, Ventura Rodríguez tenía el suficiente prestigio e influencias como para seguir recibiendo algunos grandes encargos, como la finalización del palacio de Liria (duques de Alba), la nueva fachada para la catedral de Pamplona (para lo cual demolió la anterior, gótica) o algún palacio nobiliario en los alrededores de Madrid.

La vida de este personaje, fundamental para entender la transición del Barroco al Clasicismo y el Historicismo en España, parece también una crónica sobre cómo se desarrollaba la cultura pública en la España de un despotismo progresivamente menos ilustrado. Ser el pet architect (expresión inglesa) de la Corte no solo significaba obtener grandes encargos sino, dado el carácter hipercentralista del sistema, disponer de un gran poder normativo. No estar en ese escalón tenía como consecuencia aparente una dura pelea, muchas veces poco edificante, por conservar o ampliar zonas de influencia menor.

Sabatini fue el favorito de Carlos III y Villanueva, más trascendente en su declarado neo-clasicismo, también estuvo protegido por ese rey y por Carlos IV. Comparado con ellos, Ventura Rodríguez fue un arquitecto burgués a regañadientes y su influencia fue algo menos ideológica pero muy práctica: no hay más que ver sus correcciones a edificios de todo tipo, sus alineaciones de calles, su imposición de alturas... Algo que aún disfrutamos y padecemos en los centros históricos de nuestras ciudades.

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