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Rafael Moneo, la arquitectura como praxis

Rafael Moneo, en el museo Thyssen

J.M. Costa

El Thyssen Bornemisza estaba un día de diario de bote en bote y con cola. Compuesta en su mayoría por lo que parecían expediciones estudiantiles. Un pequeño gentío encaminado a la exposición de pintura clásica Obras Maestras de Budapest, que está bastante bien y se complementa con Tesoros de la Hispanic Society de Nueva York en el muy cercano Prado. Sin embargo, la exposición, recién abierta además, dedicada al arquitecto Rafael Moneo, Una reflexión teórica desde la profesión (hasta 11 de junio) estaba prácticamente desierta.

Tal vez tengamos un problema cuando en nuestras enseñanzas medias únicamente se interpreta el arte como cuadros de hace muchos siglos y no se preocupan de algo tan presente y social como es la arquitectura. Que, al fin y al cabo y más que las pinturas de los museos, da forma al paisaje urbano y a las condiciones en que vivimos.

Rafael Moneo personifica como pocos la arquitectura española del último medio siglo, al menos desde que su sede del Bankinter de 1976 en pleno paseo de la Castellana madrileña fuera recibido por las más jóvenes generaciones de arquitectos como un soplo de aire fresco en el ya un poco enrarecido ambiente tanto de la Escuela de Madrid como del racionalismo estilo Mies. Bankinter, un edificio en ladrillo que conservaba el palacete preexistente, relacionaba a Moneo con otra visión de la arquitectura, más en la línea que por entonces desarrollaba el británico James Stirling.

La presentación del catálogo, a cargo del comisario de la exposición, Francisco González de Canales, es muy clara y lo primero que destaca es lo que se comprueba en la visita: Moneo no es de esos arquitectos con vocación de estilo, inmediatamente reconocibles. Incluso en periodos de tiempo muy cercanos realizó obras que a primera vista no tienen demasiado que ver entre ellas. En su caso no se trata de la sustitución de un estilo por el siguiente.

Es posible que todo esto tenga que ver con una palabra que no aparece en el catálogo, la posmodernidad arquitectónica, tan interesante y popular en Aprendiendo de las Vegas (Venturi & Scott-Brown, 1972-1977), tan culterana en Europa y que ha regado de edificios muy kitsch ciudades de medio mundo. Pero en Moneo se da uno de los ingredientes fundamentales de esa posmodernidad, la posibilidad e incluso necesidad de utilizar la historia como fuente de conocimiento y soluciones que pueden utilizarse una y otra vez en nuevos contextos. El llamado apropiacionismo. Claro que tampoco podría decirse de Moneo, que es un arquitecto brutalista por el hecho de utilizar esa solución técnico-estética en algunos interiores.

La desaparición del boceto

Rafael Moneo nació en Tudela (Navarra) en 1937, de modo que ahora cumple 80 años. Se da la circunstancia de que el Thyssen Bornemisza, cuyo Palacio de Villahermosa fue rehabilitado para museo por Moneo, cumple ahora 25 años, de manera que el homenaje era casi obligado. Con todo, como reconoce el director de la Thyssen, Guillermo Solana, la exposición no se originó en el museo sino en la Fundación Barrié de A Coruña y ya ha pasado por Lisboa, Ciudad de México y Hong Kong. En Madrid, como es lógico, se le ha dedicado especial atención a esa remodelación con una edición aparte llamada De palacio a Museo.

La exposición está centrada en los dibujos. Eso lo deja muy claro el mismo Moneo. Se trata de un tipo de dibujo muy determinado. No son croquis o bocetos que sirvan para explorar ideas susceptibles de servir como germen de un proyecto. Tampoco son dibujos técnicos acabados y acotados, sino dibujos finales a lápiz que incluyen las soluciones edilicias definitivas y que deben ser tomados como referencia.

En el catálogo, todo esto se amplía con planos en diferentes perspectivas y fotografías de los proyectos, única forma de comprobar su aspecto real y su relación con el entorno, algo importante en el caso de Moneo. Hay también algunas maquetas, por lo general pequeñas y no muy espectaculares.

Esta idea del dibujo, que recorre la carrera de Moneo posiblemente esté ya superada, dado que hoy es posible pasar del boceto al dibujo tridimensional digital, lo cual tiene ventajas bastante evidentes al permitir la visualización de cualquier esquina. En este sentido podríamos estar también ante un arte que camina hacia la desaparición. Lo cual quizá añada un punto de melancolía a lo que, por lo demás, resulta un paseo bastante estimulante.

Un recorrido por décadas

De forma bastante sensata y práctica, aunque seguramente no 100% exacta, González de Canales divide la carrera en décadas. La primera, entre el 50 y el 60 incluye su trascendental aprendizaje con Sáenz de Oiza cuando la construcción de Torres Blancas. Y de la Escuela de Madrid, del organicismo o el estructuralismo, con proyectos como el concurso para la Ópera de Madrid en 1964 (Moneo había trabajado en la famosa Ópera de Sydney de Jorn Utzon), la casa Gómez Acebo en la urbanización La Moraleja (1968) o también la muy discutida en su momento ampliación de la plaza de toros de Pamplona (1966-67), que sí, puede parecer un pegote, pero en realidad no altera la sustancia del edificio preexistente, que podría devolverse a su estado anterior sin demasiadas complicaciones.

Entre el 60 y el 70 predominaban los discursos críticos sobre la ciudad y también en la historia dela arquitectura. Es una época donde Tafuri critica toda la crítica anterior y no construye, una línea puramente teórica seguida, en sus términos, por arquitectos-teóricos, como la muy interesante española Beatriz Colomina. Pero también es la época de los Rossi, Venturi o Stirling, además de interesarse por arquitectos italianos del fascismo como Terragni (que muchos años más tarde influiría directamente en el ayuntamiento de Murcia).

De esta época es el conjunto residencial Urumea de San Sebastián (1969-1973), un modelo de integración en el entorno sin renunciar a la propia personalidad, la ya mencionada sede de Bankinter o la remodelación del centro de Eibar (1973-74), donde muestra su interés en el centro como espacio netamente ciudadano.

La década 70-80, que le encuentra como profesor entre Barcelona, Norteamérica y Madrid, estuvo de nuevo dominada por teorías que seguían en cierta forma despreciando el edificio construido y se refugiaban en el mundo del dibujo. Como de costumbre, Moneo tomó buena nota pero no se sumó a ninguna escuela. De esta época es la muy humilde, historicista y también polémica ampliación del Banco de España (1978-80), la ampliación de la estación de Atocha en Madrid (1985-88) y, sobre todo, el Museo de Arte Romano de Mérida (1980-86), un edificio realmente impresionante, de esos que justifican tanto un viaje como una carrera.

En los 90, recuerda González de Canales, eclosiona el star system en el mundo de la arquitectura. Ese par de docenas de arquitectos que aparecen y ganan los grandes proyectos públicos en todo el mundo. Rafael Moneo se encuentra entre ellos. Moneo fue el primer y hasta el año pasado único premio Pritzker español (1996), lo cual suma prestigio a la fama. Curiosamente, los dos últimos Pritzker, el chileno Alejandro Aravena y los españoles RCR Arquitectes, parecen rehuir ese sistema de estrellas, mostrando mucha mayor preocupación por lo social y lo local.

Desde entonces hasta hoy Moneo ha construido proyectos prestigiosos como la ampliación del museo del Prado (2007), el Kursaal en San Sebastián (1990-99) el Ayuntamiento de Murcia (1991-98) que incluía una gran reordenación de la plaza o la catedral de Nuestra Señora de los Ángeles en LA (1996-2002).

Dentro de lo que es la arquitectura y el desprecio por lo ampliamente social de algunas de sus estrellas, puede decirse que Moneo siempre ha tenido en cuenta donde ponía sus edificios. Incluso cuando la solución pueda ser discutible como en el muy poco funcional Centro de Arte y Naturaleza de Huesca (2006), la solución radical para la maternidad de O’Donnell en Madrid (1997-2003) o la construcción de escala como L'illa Diagonal de Barcelona (1987-1994), hay algo de honestidad básica en Moneo que pervive incluso en sus obras no absolutamente logradas.

Una honestidad que parece venir de una convicción profunda en la arquitectura como práctica que se debe tanto a una serie de convicciones teóricas como a consideraciones funcionales y sociales (dentro de lo que es la Gran Arquitectura). Hoy la arquitectura está en momentos de lo épico y casi deportivo, a ver quien tiene la torre más grande. Pero no todo puede consistir en eso, aunque se lo que ocupa las portadas. Moneo, en cuya obra faltan los rascacielos, parece recordar que la arquitectura parte de la escala humana.

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