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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

'Beautiful Boy', heroína en vena para niños mimados

Timothee Chalamet en Beautiful Boy

Mónica Zas Marcos

Dice Timothée Chalamet (Nueva York, 1995) que está a favor de que se legalice el cannabis porque las cárceles estadounidenses están llenas de adictos, en su mayoría afroamericanos. Una intención loable que nada tiene que ver con el mensaje de la película que presenta estos días en San Sebastián.

Beautiful Boy, del belga Felix Van Groening, cuenta el súbito descenso al infierno de las drogas de un chaval de boyante clase media y de familia bastante estructurada. Pero no hay ni una persona -negra- en esta cinta que haga alusión a lo que denuncia el actor.

Se basa en la historia real de Nic Sheff, a quien interpreta Chalamet, y en el libro de memorias de su padre David, al que da vida un circunspecto Steve Carrell. Tanto el libro del padre como del hijo se convirtieron en best sellers en Estados Unidos, y sus autores en una especie de gurús antidroga que hacen giras por todo el país.

No es la clase de historia de niños ricos y mimados que invierten sus fajos de billetes en descontrolarse con las drogas para sentirse menos controlados por el dinero. Ni siquiera utiliza el cliché del drama desencadenante. Es más, en un momento insinúa que todo comienza con unos cuantos porros de marihuana, como si esa fuese la llave que abre paso al caballo, el cristal, el LSD y las pastillas a las que se enganchó Nic con dieciséis años.

Van Groening sitúa la acción de Beautiful Boy cuando el protagonista tiene 18 años y la mayoría de edad le hace aún más indomable. Mediante inciertos flashbacks y flash forwards, vemos que Nic no es un chico rebelde, vago en los estudios o con una vida social trepidante. No necesita crearse dramas familiares ni estar rodeado de malas influencias para drogarse: se droga simplemente porque ninguna otra sensación le hace más feliz.

Las sobredosis causaron 72.000 muertes el año pasado en Estados Unidos y resulta interesante que el cine apueste por este relato en lugar de glamourizar estas sustancias o de estigmatizar al yonqui como el desgraciado de clase baja. Sin embargo, en ocasiones la película no se salva de parecer un panfleto antidroga con un drama a medio cocinar, aunque su director no lo crea así.

“Para mí no es una película contra las drogas. Lo que quiero es que se sienta empatía por la gente que tiene una adicción. Nunca podremos erradicar el uso o el abuso del alcohol o de las drogas. Para algunas personas es incluso beneficioso. Yo no quería imponer un mensaje antidrogas, sino mostrar los riesgos”, dice Felix van Groening a eldiario.es.

La familia Sheff creía tener todos los medios a su alcance para ayudar a Nic con su adicción. Pero igual que tenían dinero para las clínicas de desintoxicación, lo tenían también sin quererlo para la droga, ya que al chaval le era extremadamente sencillo acceder a él y tener recaídas. Fue David, el padre, quien se embarcó en el complicado viaje a la inversa de asumir que su “chico hermoso”, su niño mimado, era un adicto.

“No quería tratar una clase social específica. Son adinerados, creen que tienen medios, y ni siquiera eso es suficiente. Creo que las fases por las que pasan es lo más interesante. Y que, en cierto sentido, ese amor incondicional que sienten los unos por los otros les ayuda a salir”, explica el director.

En la película, los Sheff son la viva imagen de la perfecta familia americana. Aunque los padres de Nic se divorciaron cuando era muy pequeño, el niño se quedó a vivir con el progenitor, quien al tiempo rehízo su vida con una mujer que le quiere como a un hijo biológico y le ha dado dos hermanos que le veneran. Viven en una casa preciosa, le apoyan en su decisión de ser escritor, le animan a leer a Bukowsky y a Scott Fitzgerald, y en las cenas ríen y se retan a juegos de rapidez mental. Es decir, ese tipo de familia pasada por un filtro de Instagram.

Tales son los niveles de hiperglucemia, que padre e hijo se despiden religiosamente con un everything (más que a nada), para subrayar que Nic no era un crío querido más, sino el ojo derecho de David.

“Sentí una conexión inmediata con esa familia, quizá por la relación que tienen el padre y el hijo. Comprendí que mi familia y yo en el pasado nos enfrentamos a una adicción y no teníamos las herramientas para superarlo. Así que ver a esta familia maravillosa creer en el amor incondicional y gracias a eso seguir intentándolo hasta salir adelante, me pareció hermoso, esperanzador e importante para convertirlo en una película”, confiesa Van Groening.

Para meterse en el papel, Timothee Chalamet tuvo que perder ocho kilos y hacer un extenso estudio de campo en clínicas de desintoxicación. “No es fácil, se acaba y te sientes muy extraño. Para esta perdí peso, no estaba en forma, ha sido raro. Cuando dejé el rodaje no me quedé con una gran sensación. Cada vez que termino un proyecto me resulta muy difícil salir”, reconoció ante los medios el nominado al Oscar por Call Me By Your Name.

Porque, aunque apenas da tiempo a percibirlo en escena, Nic tenía una depresión sin diagnosticar ni tratar que le condujo a paliar un “enorme vacío negro” a través de la metanfetamina. “Mi experiencia no se acerca a la de mi personaje, pero entiendo a Nic, porque yo también tengo a veces un deseo insaciable de cumplir objetivos que no llego a satisfacer”, añadió Chalamet.

“Puede parecer que en el caso de Nic no hay una razón suficiente o convincente, lo tiene todo. Pero en realidad siente un terror y un vacío en ciertos momentos, y para él su cura para la depresión fueron las drogas”, comparte Van Groening. Beautiful Boy pretende generar empatía con su protagonista para que “los padres y madres que sufran esto no juzguen a sus hijos y comprendan qué se esconde detrás del vicio”. La película llegará a nuestras salas en febrero de 2019.

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