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'Expediente 64', un 'thriller' urgente sobre el machismo y el ascenso de la ultraderecha

Fotograma de 'Expediente 64', nuevo film basado en las novelas de Jussi Adler-Olsen

Francesc Miró

Hoy en día, la diminuta isla de Sprogø no es más que un punto de apoyo de un gigantesco puente que conecta las islas danesas de Selandia y Fionia. Está deshabitada y sirve como nexo de tierra de uno de los puentes colgantes más largos del mundo -el Gran Belt-, que cruza un estrecho sobre las aguas del mar báltico a través de 16 kilómetros de hierro y cemento.

Pero no hace mucho, ese pedazo de tierra albergaba un sanatorio para mujeres que formaba parte de una institución con complejos repartidos por toda Dinamarca entre los años veinte y sesenta. Clínicas que, en realidad, eran auténticas cárceles en las que se confinaba a cualquier mujer que no se adaptase a la sociedad del momento: jóvenes con pensamientos demasiado progresistas, madres solteras o personas con conductas sospechosas de ser  moralmente reprobables. Mujeres consideradas elementos perturbadores para un régimen patriarcal.

Hasta allí nos traslada Expediente 64, la cuarta película basada en la serie de novelas Los casos del Departamento Q escritas por Jussi Adler-Olsen, que llega ahora a nuestras pantallas dispuesta a ofrecer una nueva vuelta de tuerca al thriller contemporáneo. Y de paso, rastrear las consecuencias actuales de una misoginia institucionalizada durante años en un país considerado de los más felices del mundo.

Una intriga clásica, discurso actual

Las novelas de Jussi Adler-Olsen nunca se han caracterizado por su sutileza. Tampoco las de Camilla Läckberg, Jo Nesbø, Åsa Larsson y tantos otros autores y autoras responsables del auge del llamado 'thriller nórdico'. Y sin embargo, sus aventuras siempre han manejado un subtexto que, casi siempre dialoga con la intriga clásica reformulando algunos de sus códigos y recontextualizando tropos en beneficio propio.

Tampoco ninguna de las películas de Los casos del departamento Q  se significan como meros thrillers en torno a un misterio resuelto. Más bien se dedican a deconstruir el género desde el análisis de arquetipos como el del tipo duro, el detective silencioso o la malvada mente criminal. Siempre dotando a esta relectura de un trasfondo nada casual: uno que suele venir atado a una mirada certera sobre los problemas sociales y políticos de la sociedad danesa contemporánea.

De ahí que Expediente 64  sea un episodio tan continuista como, hasta cierto punto, atípico dentro de la saga. El realizador danés Christoffer Boe se estrena en el universo de Adler-Olsen recogiendo el testigo de aquello que apuntaron sus precedentes, para llevárselo a su propio terreno. Esta aventura del inspector Carl Mørck -siempre mohíno Nikolaj Lie Kaas-, y su asistente Assad - un Fares Fares cada vez más consolidado-, explora más y mejor las relaciones interpersonales entre sus protagonistas, al tiempo que ofrece una reflexión afilada sobre la violencia institucional y el auge del pensamiento reaccionario en Europa.

En un viejo piso a las afueras de Copenhague, se descubre una pared falsa que esconde una habitación sellada. Dentro, tres cadáveres momificados y emparedados. Un crimen que, de alguna manera, parece estar relacionado con el sanatorio femenino de la isla de Sprogø.

Lie Kaas y Fares Fares se echan a la espalda una secuela que se desarrolla con el tempo habitual in crescendo. Y a su alrededor, la puesta en escena se contrae, más centrada en interiores, menos espectacular que algunas películas precedentes. Pero con un objetivo claro: desarrollar formal y narrativamente la relación entre ambos, reinterpretando algunos clichés de la masculinidad tóxica asociada a detective clásico.

De genes y malas conductas

Como decíamos, Expediente 64  no se olvida de dotar de diferentes capas de lectura a su construcción de la intriga. Esta vez apuntando al pasado reciente de Dinamarca y su relación con la violencia contra la mujer alentada por el Estado.

Instituciones como el sanatorio de Sprogø abundabaron durante décadas en el país y se adaptaron al imaginario social y cultural danés. De ahí que fuese popular que madres y padres amenazasen a sus hijas con llevarlas a la isla si se portaban mal. Se sabe, además, que los métodos usados en Sprogø fueron recibidos con los brazos abiertos por la comunidad científica, y facilitaron la imagen que proyecta el país escandinavo de ser un ejemplo en su sistema de salud pública de cara al resto de Europa.

Sin embargo, estas instituciones represivas fraguaron un movimiento eugenésico iniciado a principios del siglo XX. Muchas mujeres danesas fueron encerradas en la isla durante años, como uno de los personajes clave de Expediente 64, sin prueba alguna de haber cometido un delito o de padecer ninguna enfermedad psicológica. Pero eso no fue óbice para que no fueran sometidas a torturas disfrazadas de terapia y maltratos por parte del personal sanitario y/o penitenciario.

En muchos casos, la única forma de poder salir de estas instituciones era someterse a una esterilización forzada. Así, Dinamarca vivió con una generación de mujeres que habían sido víctimas de este tipo de abusos y de eugenesia normalizada. Pero eso no fue lo más grave: tras el cierre a principios de los sesenta de Sprogø y otros centros, las instituciones danesas corrieron un tupido velo sobre el asunto y nunca más se supo. Las mujeres prisioneras nunca fueron reconocidas ni compensadas de ninguna forma.

Jussi Adler-Olsen rasgaba el velo de la historia danesa en la novela y Expediente 64 capta de forma fantástica el discurso original, adaptándolo y explotándolo mediante los recursos propios de un lenguaje audiovisual nunca demasiado obvio. Y extendiendo el fantasma del abuso hasta nuestros días, sin matizar que de aquellos barros vienen estos lodos: intolerancia, auge de la extrema derecha, ataque al migrante, racismo institucionalizado y eugenesia encubierta.

Una saga entre el 'thriller' de ayer y hoy

Cabe decir que Expediente 64  es una dignísima adaptación de los Los casos del departamento Q, consecuente y moderadamente innovadora con el resto. Pero gracias a ella, la saga en sí misma adquiere un sentido evolutivo que merece la pena analizar e incluso reivindicar.

En 2013, Misericordia  llegó a los cines adaptando la novela La mujer que arañaba las paredes, primer caso del Departamento Q. A los mandos del film se encontraba Mikkel Nørgaard, realizador de oficio curtido en la serie Borgen, con guión de Nikolaj Arcel, responsable del libreto de Los hombres que no amaban las mujeres. (2009). Con todo, el desarrollo del thriller venía lastrado por una ambientación clasicista hasta la médula que no arriesgaba en lo más mínimo: era noir puro pasado por el filtro del thriller nórdico moderno. Aunque bien es cierto que sentaba las bases de la relación entre los dos protagonistas, los detectives Carl Mørck y Assad, pilar fundamental de la saga.

Un año después llegaría Profanación, adaptación de Los chicos que cayeron en la trampa que iba un paso más allá en su ambición narrativa. Nørgaard repetía tras la cámara y empezaba a calcular bien el peso en la balanza de todo lo que ofrecía el material original, encajando con habilidad un interesantísima crítica sobre las élites económicas danesas, la educación exclusivista y la corrupción moral.

En su tercera película, Los casos del departamento Q  dieron un salto de forma y fondo. Redención era una película distinta a las dos entregas de Mikkel Nørgaard, sin parecer desligada de la saga. Más moderna en su exposición y valiente en sus decisiones, esta película dirigida por Hans Petter Moland era abiertamente espectacular. Y seguía sin dejar de escarbar en las cloacas del poder. Esta vez, apuntando a los estamentos religiosos y su influencia en una sociedad crédula e infantilizada.

Con Expediente 64, Christoffer Boe parece haberse mirado más en el dispositivo propuesto por Misericordia que en la apuesta por la acción de Redención. Pero en conjunto, corrobora definitivamente que Los casos del departamento Q  es una de las sagas criminales más interesantes y arriesgadas del panorama europeo.

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