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Crítica

‘Flash’ trae caos a un Universo de DC caótico de por sí

Imagen promocional de 'Flash'

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James Gunn ha dicho de Flash que “probablemente sea una de las mejores películas de superhéroes jamás hechas”. Stephen King asegura que es “sincera, divertida y alucinante”, que “le ha encantado”. David Zaslav también ha dado su apoyo, y Tom Cruise ha llegado al punto de indicar que “es el tipo de películas que necesitamos ahora”, sin aclarar exactamente a qué se refiere. Antes de nada, habría que especificar qué rol ocupan todos ellos y cuál es su relación con la nueva película adscrita al universo superheroico de DC y Warner.

Gunn, quien se despidiera hace poco de Marvel con el Volumen 3 de Guardianes de la Galaxia, es desde finales de 2022 el presidente de DC Studios. King tiene, por su parte, buena relación con Andy Muschietti (director de Flash) luego de que este adaptara su novela magna, It, dentro el seno de la misma Warner de la que David Zaslav es CEO actualmente. Por último, Cruise, una vez Top Gun: Maverick culminó su pulso con Paramount en aras de la mayor recaudación del año pasado previa a Avatar. El sentido del agua, es considerado el salvador de la industria de Hollywood. Él representa, hoy por hoy, el gran cine espectáculo.

Lo más interesante de Flash no es que la película resultante sea mucho (muchísimo) peor de lo que aseguraban estas celebridades. Lo interesante es que una major de Hollywood se haya embarcado en una campaña de relaciones públicas tan desesperada para disimularlo. 

La película más gafe de DC

A estas alturas ya hemos asumido que no hay que esperar grandes cosas del Universo de DC. Al menos en lo relativo a su serie principal, esa que fue inaugurada por El hombre de acero en 2013 y que hay quien llama “Snyderverso” por lo mucho que la visión artística de Zack Snyder ha determinado sus presupuestos creativos. Incluso luego de que el director se marchara. Fuera del Snyderverso, en cuanto a películas independientes o afincadas en el limbo “Elseworlds”, hay más optimismo o capacidad para la sorpresa. The Batman y Joker son, de hecho, películas muy apreciadas que hoy contemplan sus propias secuelas y spin-offs.

La existencia de ambas películas (ambientadas, para enredarlo todo más, en dos Gotham distintas) debería haber convencido a los responsables de DC Studios de que lo mejor era prescindir de un plan estricto: olvidarse de intentar emular la cuidadosa orquestación de la competencia marvelita. En algún que otro tramo del camino, se ha asumido esta idea, pero según Zaslav ascendió a CEO de Warner tras la fusión con Discovery volvió a ganar partidarios la opción de jugar a los Universos cohesionados y los calendarios atiborrados.

Si a Gunn le eligieron como presidente de DC Studios fue ni más ni menos que por su vínculo con Kevin Feige, y su plan estrella ahora mismo pasa por reiniciarlo todo y distribuir los siguientes proyectos a través de fases, como hacen en el Universo de Marvel. En 2025 empezaría el Capítulo 1: Dioses y monstruos, con una película sobre la juventud de Superman que dirigiría el mismo Gunn, y otra versión de Batman. ¿Qué relación tiene Flash con todo esto? Pues la respuesta es ciertamente complicada.

Flash es parte indisoluble del Snyderverso. Ha habido tentativas de darle una película propia a este veterano superhéroe (nacido en 1939 y uno de los estandartes de DC) desde más o menos los años 80, pero únicamente maduraron a principios de la pasada década. Fue entonces cuando, mientras la cadena juvenil The CW emitía The Flash (serie perteneciente a otro universo superheroico alternativo, el Arrowverso, infinitamente más lógico que el que nos ocupa), desde Warner se planeó que Batman v Superman: El amanecer de la Justicia, secuela de El hombre de acero, preparara el terreno para el crossover definitivo.

El estudio fichó a Ezra Miller, que había conocido la fama a partir de producciones como Tenemos que hablar de Kevin o Las ventajas de ser un marginado. Miller haría un cameo como Barry Allen, el superhéroe más veloz, en Batman v Superman, con el plan de reaparecer en la posterior Liga de la Justicia y en una película en solitario. Con lo cual, echando cuentas, descubrimos que Flash lleva en desarrollo mínimo siete años.

Mientras Liga de la Justicia se convertía en un infinito dolor de cabeza para Warner (y un fandom ruidoso terminaba provocando la existencia de La Liga de la Justicia de Zack Snyder), el proyecto de Flash pasó por muchas manos, conservando a Miller como protagonista. Seth Grahame-Smith, la dupla Phil Lord/Chris Miller (quienes hace poco produjeron otro film de justicieros interdimensionales, Spider-Man: Cruzando el multiverso), los Jonathan Goldstein/John Francis Daley de Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones… y finalmente, Andy Muschietti. Pero ahí no acabaron los problemas.

Durante el rodaje, Miller empezó a hacer gala de un comportamiento extraño. Cuando concluyó, los problemas con la justicia del intérprete se multiplicaron y colocaron a Warner en una coyuntura endiablada. ¿Debía estrenar una película cuya estrella no podría promocionar, acaso porque para entonces estaría entre rejas? Las dudas precipitaron varios retrasos de estreno, mientras Miller mostraba propósito de enmienda y Gunn se hacía con el control de DC. Su plan pasó a ser, decíamos, reiniciarlo todo. Con lo que Flash, tal cual estaba concebida, parecía cerca de perder cualquier sentido.

Flash se basa en un arco de los cómics muy popular, Flashpoint. En él Barry Allen logra viajar en el tiempo con su supervelocidad para evitar una tragedia familiar, de forma que altera toda la línea temporal y provoca la afloración de versiones distintas de varios personajes de DC. Es tal cual lo que sucede en la película de Muschietti: el padre de Barry está en la cárcel acusado de asesinar a su madre (interpretada por Maribel Verdú), con lo que el protagonista intenta reparar ambas desgracias cambiando unas cuantas cosas del pasado. Así que Flash introduce a una Supergirl, Sasha Calle, y retoma al Batman que Michael Keaton fuera para Tim Burton. Impele, en fin, a que el Universo de DC pierda cualquier coherencia. Que de partida no tuviera coherencia alguna es el menor de sus problemas.

El cine como simulacro

Flash tiene en efecto similitudes notables con Spider-Man: No Way Home, y engrosa la actual fiebre por los multiversos de Hollywood. Lo que aporta a dicha cosecha ya ha sido descrito: la película se levanta sobre tal cúmulo de percances y sinsentidos extracinematográficos que cualquier intento de acaparar hondura dramática, o emocionar en los mismos términos que hacía No Way Home con la recuperación de varios Spider-Man, es un incómodo tiro al pie. 

Flash se permite algún destello de lucidez dentro de la hecatombe. Acaso consciente de lo ridículo que es volver sobre los acontecimientos de El hombre de acero como si esta película tuviera un estatus afectivo similar a los Spider-Man de Sam Raimi, el guion lanza un par de bromas desesperadas. La primera señal de que algo no va bien cuando Barry Allen vuelve a la que cree que es su línea temporal es un chiste estupendo sobre Regreso al futuro (muy significativo, además, por lo básico que es este film como referencia para la trama). Y la aparición posterior de Keaton como Bruce Wayne, tratando de explicar el desaguisado, juega a su favor con la familiaridad que el público ya siente por estas tramas. 

Más allá de eso, todo es el horror. Un horror dolorosamente familiar, en dos vertientes. Por un lado, Flash recopila los vicios de la era Snyder en cuanto a una embarazosa caligrafía de la acción (con cámaras lentas e instantáneas aberrantes) y a unos efectos digitales todavía más embarazosos, que aquí alcanzan una suerte de cima de lo kitsch. No es tanto que Flash no tenga dinero para hacerlo mejor o que sea involuntariamente cutre, como que sus responsables entienden que existe una estética a la que plegarse religiosamente.

Sería algo respetable, por cuanto parece refrendar una decisión pintoresca que al cabo resulta más memorable que el grueso de facturas grisáceas del Universo de Marvel. Pero esto nos lleva al segundo ámbito donde Flash se yergue como propuesta agotadora y difícilmente soportable, ejerciendo de agreste repaso de los males actuales del cine industrial. Que Hollywood tenga esta fiebre multivérsica se explica con la crisis de generación de imaginarios que atraviesa, donde la confusión de realidades alternativas (o propiedades intelectuales en instancias pasadas) ofrece satisfacciones fáciles con el reciclaje de iconos.

Es lo que hacía No Way Home al fin y al cabo, y lo que hace Flash de forma ebria e insensata, mostrando en su atolondramiento que el vacío del que surge es el mismo que el del film protagonizado por Tom Holland. Durante la mayor parte de su metraje, Flash se resiste a la conversión en escaparate robótico, pero llegado el tercer acto su infernal CGI se alía con la avalancha de cameos, guiños y easter eggs más bochornosa que jamás haya pergeñado Hollywood desde que ¿Quién engañó a Roger Rabbit? mostrara el camino en los 80.

Y es muy deprimente, claro. Las imágenes algorítmicas y escleróticas de este tercer acto (con referencias que solo pueden celebrar bien nativos de Internet, bien gente que lleva muerta varias décadas) certifican la sepultura de la ficción hasta el punto de eclipsar dramas o temas centrales de la propia película. Conducen a un estado de indiferencia fatalista, y a que las palabras de Tom Cruise se antojen propias de un asesino en serie. Porque, si este es el tipo de películas que necesitamos ahora, quizá sea mejor darlas por muertas.

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