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Hernán Zin estrena en cines su documental sobre la pandemia: “Ninguna cadena de televisión lo quiso comprar”

Fotograma del documental '2020' de Hernán Zin

Guillermo Carazo

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En marzo de este año, el director Hernán Zin (Buenos Aires, 1971) agarró su cámara y, por primera vez, no trabajó solo sino que lo hizo junto a un equipo de doce personas para documentar durante 60 días el estado de alarma en Madrid, una de las ciudades mundialmente más afectadas por la Covid-19. Hospitales, ambulancias, residencias de mayores, morgues, funerarias, cementerios, el hospital temporal de Ifema, las UCI, controles policiales y las desangeladas calles madrileñas son algunos de los escenarios que enmarcan la película 2020, estrenada en cines este viernes. “Tenemos un testimonio único de la primera ola”, asegura Zin, que valiéndose de su “picardía” y experiencia en zonas de conflicto consiguió filmar donde casi nadie pudo. 

En este largometraje documental, el objetivo de Hernán Zin se encarga de poner alma a las cifras que asépticamente llenaron titulares e informativos durante la primera ola de la pandemia. Zin se adentra en el debilitado corazón de la sanidad pública madrileña para dar a conocer cómo sus sanitarias y sanitarios estaban –y están– sobrellevando el colapso mundial que, a día de hoy, sigue provocando la Covid. También muestra la vulnerabilidad, la incertidumbre y el dolor de personas con coronavirus, de sus familiares, de gente sin hogar y de la clase trabajadora –enterradores, bomberos, policías, protectoras de animales–, que ponen nombres y apellidos, palabras y sentimientos a la distopía que aún habitamos. 

2020, la vacuna contra el negacionismo

Hernán Zin tiene veinte años de experiencia profesional, ha cubierto guerras, ha estado trabajando en más de 80 países y ha dirigido varios documentales relacionados con los conflictos bélicos: Morir para contar (2018), Nacido en Siria (2017), Nacido en Gaza (2014), La guerra contra las mujeres (2013), entre ellos, pero asegura que 2020 “ha sido el trabajo más duro que he hecho en mi vida. Mucho más duro que en Somalia, Afganistán o el Congo. Teníamos el 'no' por premisa, me han echado de muchos sitios”, recuerda el director, que para entrar en varios lugares se valió del artículo 20 de la Constitución, el derecho a la libertad de expresión e información. 

“En junio, tenía la película casi cerrada porque quería que la gente la viera ya; pues sabíamos de la segunda ola. Pero ninguna cadena de televisión la quiso, todas me dijeron que no. Entonces seguí grabando. Ninguna cadena quiso apostar por este contenido y me da mucha pena porque creo que podría haber sido muy útil en ese momento y que puede ser muy útil ahora en la segunda ola”, critica con frustración el cineasta ítalo-argentino.

“Nuestra labor es fundamental. Hay que humanizar, si no pasamos de puntillas y no vamos a poder hacer un duelo colectivo. Somos una sociedad madura que tiene la suficiente capacidad para mirar de frente al horror y decir: es lo que hay y es lo que ha pasado. ¿Por qué maquillar?, ¿por qué ocultarlo? Es una tragedia, hay que mirarla a los ojos”, sostiene Zin, que cree que esta situación catastrófica es un aviso que se manifiesta en todas las partes del mundo y de diversas maneras: “El planeta se defiende de nosotros y nos lanza estas llamadas de atención”.

Una historia (aún) sin desenlace que humaniza la curva 

La abstracción ante la cámara de las personas que aparecen en 2020 hace que este largometraje sea un documental donde sus protagonistas no están pendientes del objetivo. Estos parecen olvidarse de esa lente que les apunta y les graba; pues no tratan de interpretar más que la ola que se les viene encima, un “tsunami en cámara lenta”, como se refiere Zin al marco apocalíptico que filmó. 

“Empezaron a decir 'Quédate en casa'. ¿Quédate en casa?, pero en qué casa me quedo yo, dónde me voy a aislar, qué me va a pasar –se pregunta Enrique Gasch  ante la cámara de Zin–. Mi supervivencia depende del contacto con la gente”. Enrique y sus dos perros viven en una tienda de campaña en el centro de la capital donde pasaron el confinamiento.

Un Madrid vaciado, mudo. Un silencio que contrasta con el sonido de las máquinas de los hospitales que aferran a la vida a las personas infectadas. “La respiración artificial, la ventilación mecánica, no cura nada, es un método de soporte, medidas para intentar que se supere la enfermedad”, confiesa Maribel Real, médica del Hospital 12 de octubre. 

Otro de los protagonistas de la película, el médico Gabriel Heras, se infectó y tuvo que aislarse y dejar de ir a trabajar al Hospital de Torrejón aunque estaba “deseando volver”. Gabriel, desde su confinamiento, reflexionaba: “estamos dando palos de ciego, creo que en 20 años de profesión, en la historia de la medicina, nunca se han hecho tantas cosas sin ningún tipo de evidencia científica ni experimental”. La vocación de las y los profesionales de la salud palpita en cada encuadre de los 94 minutos de metraje. “Aprovecha y descansa, que luego viene la guerra”, anima Gabriel a una colega del hospital que, como él, también contrajo el coronavirus.

Estas son algunas escenas dramáticas de la crisis que refleja 2020 y que, por méritos propios, se posiciona como una de las candidatas para los Premios Goya 2021 en la categoría de mejor película documental. No obstante, su director asegura ser “un outsider, no tengo un lobby. Siempre he estado o haciendo kitesurf o con mi cámara perdido por África”, comenta Hernán Zin desde la oficina de Doc Land, su productora independiente. “Soy un tío con una cámara que da voz a gente de a pie (...) mi pequeña contribución es amplificar su voz, es a lo que llego, es muy poco, pero son las emociones de la gente”.

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