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Ha nacido una estrella a los 80: Julita, antifranquista y enamorada de Primo de Rivera

Muchos hijos, un mono y un castillo, el documental que ha lanzado a la fama a Julita Salmerón

Mónica Zas Marcos

Julita Salmerón también es una anciana desahuciada, aunque su caso dista mucho del de Carmen Martínez o el de Aurelia Rey. Julita ha sido desahuciada de su castillo.

“Las hipotecas me dan terror. Todo el mundo ha hipotecado sus cosas, pero resulta que todo el mundo es tonto. El banco daba el dinero muy barato y lo invertimos en construcción para que nos diese más. Y, claro, ha pasao lo que ha pasao”, dice Julita frente a la cámara de su hijo Gustavo, que ha decidido convertir a su madre en una estrella a los 82 años en el documental Muchos hijos, un mono y un castillo.

Aunque ella pensaba que la película debía quedarse como una anécdota familiar, la acogida en el pasado festival de San Sebastián y la nominación al Goya demuestran lo contrario.

A nadie le deja indiferente esta mujer, el hilarante y no menos descorazonador desahucio y sus tres deseos que se convirtieron en realidad: al final tuvo seis hijos, un mono con mala leche que arrancaba los moños a las señoras, y pudo comprarse un castillo con frescos y armaduras gracias a una herencia inesperada.

Gustavo Salmerón estuvo grabando durante trece años sin pausa para documentar los momentos cotidianos de su numerosa familia: una madre, un padre, cinco hijos (uno murió), los correspondientes nietos, una cabra y gallinas. Trece años de cenas de navidad, alguna boda, risas y llantos, un robo o el discurso de abdicación del rey Juan Carlos que no distan demasiado de los trece años de cualquier otra familia española. Claro que no todas tienen a Julita.

Es la única capaz de convertir un vídeo casero sobre una mudanza en uno de los mejores documentales del año, según la Academia de Cine. “¡Mi madre es la Gena Rowlands española, la Meryl Streep gorda! ¡Es maravillosa! Tengo que hacer una película”, pensó Salmerón, y con mucho amor, poca técnica y nada de artificio, lo ha conseguido.

Ahora, como dice en esta columna de opinión, espera que Julita sea un personaje emblemático a la altura de Luke Skywalker y que pueda competir con el maestro Jedi en una cartelera monopolizada por Star Wars.

Atea con sentimiento de monja

Los Salmerón tienen el gancho argumental de los Alcántara. El costumbrismo, las trifulcas, las disparatadas conversaciones sobre Franco, el jamón y las galletas del Mercadona. “Me cae simpático el rey, pero no soy monárquica”, dice Julita mientras su marido le increpa por esas salidas republicanas que meterían a España en un “berenjenal”. “No me gustan las monarquías, no señor”, repite airada.

Es 2013 y, a modo de Richard Linklater aún sin pretenderlo, Gustavo Salmerón ha inmortalizado un momento de su familia que es al mismo tiempo de la historia de España. No es Boyhood, pero tiene un valor simbólico a la altura. Hablamos mucho de las consecuencias de la dictadura, de los que aún celebran los asesinatos y los que todavía lloran sobre el cuerpo desaparecido de sus seres queridos. Julita tiene su propia versión de los hechos, nostálgica e inverosímil por momentos.

Julia Salmerón dice que le contaron que “los rojos” asesinaron a su abuela y, por entonces, sus padres le inscribieron en la Falange.“Pero mamá, tú eres falangista?”, le preguntan preocupados sus hijos. Son sombras que el director no ha querido esconder. Su virtud es que responde con la gracia de Berlanga.

“Mi abuelo tenía el número dos de la Falange de Cuenca. Yo no sé que número tengo, pero el otro día en Internet solo salía que soy falangista. Tú imagínate. Lo olvidé y no me he dado de baja”, dice entre risas con la misma naturalidad con la que asegura que “Franco trajo la desgracia a nuestra vida. Por su culpa comíamos el arroz con calzador porque no teníamos ni cucharillas”.

Esas contradicciones se suceden como un rosario de ingenio a lo largo de la película. Tan pronto afirma que es atea como que quiere ser enterrada vestida de monja y con un casette de Noche de paz sonando de fondo. Dice haber estado enamorada del “guapísimo” Primo de Rivera y, al segundo siguiente, confiesa que su pesadilla más recurrente era la de hacer croquetas con la carne del dictador.

Su humor negro y castizo recuerda en ocasiones a Carmina o Revienta, pero con ese punto espontáneo que le faltaba a la madre de los León y al guion de Paco. Muchos hijos, un mono y un castillo se ha paseado ya por Toronto, Karlovy Vary y Euskadi. “No se oían los diálogos de lo que se reía la gente”, comentó su director en el festival donostiarra. Una muestra más de que el humor, proceda del punto geográfico del que proceda, es un sentimiento universal.

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