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CRÍTICA

'Personal Shopper': A través del espejo y lo que Olivier Assayas encontró al otro lado

Kriste Stewart protagoniza 'Personal Shopper'

Rubén Lardín

Personal Shopper empieza como una película de terror barato: con Kristen Stewart pasando la noche en una casa encantada. Con ello, Olivier Assayas se sacude a los señoritos y procede a uno de sus deliciosos mejunjes, porque el parisino nunca le ha hecho ascos a los géneros populares y la prueba es una filmografía novelesca, llena de alegatos, constancias y regocijos posmodernos que en ocasiones se remontan hasta la era del serial.

Aquí Maureen es una joven estadounidense que trabaja como personal shopper, recadera de una celebridad mientras espera encarar su vida, algo que no se verá capaz de hacer hasta que no se le manifieste el espíritu de su gemelo recién fallecido.

En el transcurso de esa espera, mientras trata una y otra vez de ponerse en contacto con el Más Allá, a este lado de la existencia empezará a recibir mensajes anónimos en su teléfono móvil. Con ello y poco más, Assayas arma una trama de misterio tan sencilla como honesta, a la que no le queda otro remedio que funcionar como un tiro.

Gótico tardío

En Personal Shopper, el personaje de Kristen Stewart vive al servicio de los fantasmas. Escindida, Maureen habita su propia ausencia, se mueve como alma en pena y va haciendo por mantenerse despierta a la espera de la huella espectral. Como gran parte del cine de Assayas, la película gira en torno a la desaparición, y con la desaparición llega el duelo, un estadio del dolor que el cineasta sabe enunciar sin caer en esa capitalización del mismo que hoy tanto se estila.

Porque la buena noticia es que Personal Shopper es auténtico cine de miedo. Lo es en su vertiente de terror psicológico y lo es en su sentido más realista, el que pone a temblar a sus personajes mientras los traslada a otro lugar, a otra etapa, a otro avatar de sí mismos. Lejos de esas políticas que abogan por la anestesia para que la máquina social no detenga la producción, la película de Assayas propone, como tiene por costumbre el cine de terror, la asunción del trauma, su vivencia, como única manera de superarlo.

En Assayas también se dan tópicos, pero nada más funcional y útil que un tópico bien servido. En su cine el lujo es un lugar de pesadilla, un vacío de sentido que se hace tangible en las lentejuelas, los estuches de Cartier o las bolsas con asa de cuerda estampadas de Chanel.

El contraste entre el escalofriante mundo de la moda, esa superficialidad representada en logotipos y el mundo espiritual es uno de los temas diáfanos de una película donde el arte se presenta como materia conductora, sustancia mediúmnica, y uno de cuyos comentarios más sugerentes radica, finalmente, en los nuevos periféricos de nuestro cuerpo, en los dispositivos que lo son también de nuestra conciencia, y en cómo la tecnología de bolsillo actúa como agente para la confusión. Smartphones que hacen indistinguibles la vida y la muerte, modulando en ello seres estériles frente a la realidad, inertes, cuando no depósitos de frustración y grandes masturbadores.

Niveles de realidad

La revista británica Sight & Sound se refería el mes pasado a Kristen Stewart como un nuevo James Dean y como la actriz occidental que con más precisión está reflejando en pantalla el tenor de estos tiempos de vulnerabilidad y ansiedades. Viendo Personal Shopper, rendidos a esa mirada que se quiere ajena a sí misma, no podemos más que asentir la idea y refrendar que estamos ante una de las presencias fundamentales del cine actual. Una fiera del desasosiego. Una estrella infantil y juvenil ahora atrapada como 'adultolescente', y solo entonces capaz, como aquí ocurre, de transmitir los conflictos de su personaje a partir de una sinusitis.

Assayas, que acaba de firmar el guión de la película de Polanski que se presenta estos días en Cannes y que prepara ya una nueva con Stallone como protagonista, no opone su cine a ningún otro, pero sí es capaz de uno autónomo, riguroso y libre y elegante y augusto. Un cine que a la vez que arrasa con los prejuicios de quienes por lo general no tienen tragaderas para el fantástico, se atraviesa en las gargantas resecas de aquellos que no alcanzan a entender el valor del pastiche, y que solo aceptan materiales de los que ellos llaman nobles.

Para los primeros, decir que tras la insuficiente, por obvia, Viaje a Sils Maria, el director francés recupera su mejor tono en esta historia de fantasmas sobre la prolongación de la angustia, y en ese sentido ofrece una magnífica pieza de cine adolescente que, como cualquier adolescente en sus cabales, no quiere estar siéndolo.

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