Liberen a Peter Pan
Cuando, en 1983, el psicólogo clínico Dan Kiley elevó al dulce personaje de James Matthew Barrie a la categoría de síndrome, fue el principio del fin. Las pandillas de treinteañeros ya tenían la excusa perfecta para aferrarse a su Fifa Soccer '95 y la industria cinematográfica la suya para exprimir hasta la náusea el orgullo de Peter Pan.
Complementariamente, en esos mismos títulos las mujeres estaban irremediablemente condenadas al Síndrome de Wendy -una mezcla de instinto maternal, furor matrimonial y obsesión por conocer a la madre del novio- o al Síndrome de Campanilla, más conocido en el entorno cinematográfico como la Manic Pixie Girl, cuya evolución encontramos hoy en joyas de la inmadurez femenina como Girls o la fantástica Fraces Ha.
Curiosamente, el perfil líder de este nuevo género teen nostálgico responde al de directores talluditos. Normalmente rozan los cuarenta, están aclimatados a la comedia irreverente y rodeados de colegas, no mucho más sensatos, en su travesía por Nunca Jamás. Esta descripción encaja como un guante con Días de vinilo del director novel Gabriel Nesci, que se estrenaba este fin de semana en las carteleras de todo el país. De esos días vienen estos lodos, que hemos aprovechado para diseñar el manual de los cinco tipos de adolescentes eternos. De la segunda estrella a la derecha y así hasta el amanecer.
Transición treintañera
La cinta que nos ocupa es -sin necesidad de que nadie nos lo chive- el relevo generacional de la fantástica Alta fidelidad de Stephen Frears. La adaptación de la novela de Nick Hornby, en la que John Cusak ejerce de epítome de las pandillas postgrunge coincide con Días de Vinilo en que la melomanía es el camuflaje perfecto para permanecer estancado a través de las décadas, pero todo bien maquillado de encanto old school. Sus tres protagonistas comparten también una devoción fetichista hacia el vinilo y la importancia que tiene la música en su desarrollo emocional, ya sea de Los Beatles, The Who, The Kinks o The Beta Band.
Esto a efectos de banda sonora, porque su deprimente contenido, encubierto entre los chistes facilones, fluye paralelo al de Beautiful Girls. Aquí va todo de la necesaria obligación de olvidarse de los sueños y del miedo a madurar para avanzar en la vida. Sobre un universo de bola de nieve melancólico que, a partir de los treinta, el tiempo destruye a martillazos. Sobre los microcosmos insostenibles de colegas. Es el subgénero más cotidiano de la lista, con una dosis extra de tristeza real.
Los hooligans
Este subgénero sería, probablemente, la némesis del anterior, que se queda en las lindes del pagafantismo. Los treintañeros en transición se aferran a un hobbie adolescente -normalmente simbolizado por una boyband- y persiguen a la chica madura y sexy del cuento a golpe de pastelada. Ahora, toda la frustración de la madurez se filtra a través de fiestas muy locas y resacas de campeonato. La fórmula para sentirse joven, irresponsable y rebelde sin causa suma cantidades ingentes de alcohol y de locuras sexuales.
Estas películas crean tendencia; hoy parece que si no te emborrachas con tus amigos, te tatúas la cara, robas un mono y terminas la noche con Mike Tyson, tu juventud no ha merecido la pena. La saga Resacón en las Vegas ha disparado las expectativas de toda una generación por culpa de la genial y volátil imaginación de su guionista Todd Phillips, que recoge el testigo de Aquellas juergas universitarias sobre los adultos infantiloides pero buscando una chispa de la vida más radical. Otra cosa no, pero divertidas son un rato.
Los frikis
Estas cintas representan el tierno comienzo de los adultos dolientes por ser adultos. Es la transición que precede a la treintañera, cuando las prioridades vitales incluyen: las películas porno, videojuegos y risotadas con los colegas o “la chica”. Quizá la mejor -si no la más representativa- sea Mallrats, la comedia indie de Kevin Smith donde la pertenecia y afición al mundo cómic de unos adolescentes adictos al centro comercial es el talismán que les permite volver atrás en el tiempo. Le siguen otras más poéticas como Adventureland, que entremezcla las hormonas primaverales y el hedonismo con literatura clásica y buena música. Y por último Supersalidos, donde pastan frikis menos intelectuales, una especie de 'hooligans: primera generación'.
Bebé a bordo
A los protagonistas de este género no les pitaba el reloj biológico pero la naturaleza les empujado a la madurez con un bombo inesperado, generalmente producto de una noche de tequila con una completa desconocida. Entre cunas, pañales y chupetes, este Peter Pan sufre como un león enjaulado, como bien aprendimos en Knocked Up. Todas estas tienen el inevitable tufillo a moraleja paternofilial que funciona más como un libro de autoayuda que como una divertida oda a la juventud. Si además terminan con un final romántico forzado como en Como la vida misma, podemos decir sin lugar a dudas que estamos frente a un subgénero muy menor.
Por suerte también contamos con alegrías visuales como la muy honesta This is 40 o Malditos vecinos, donde unos padres jóvenes encajan como pueden que esos días de juerga sin fin han acabado para siempre. Una frontera sublime, donde la comedia y el melodrama maridan a la perfección.
Estas espinillas no son mías
Las lecciones que dan los niños son impagables. Este y otros subtítulos del estilo inspiran a un subgénero en el que la gente menuda ayuda a madurar a un Peter Pan adulto que, curiosamente, siempre goza de un buen fondo de ahorros, una agenda repleta de números de mujeres y un trabajo en las altas esferas económicas pero se porta como un granujiento quinceañero.
About a Boy y The Kid son las que mejor simbolizan este autoanálisis psicológico, en el que la inmadurez crónica termina por no ser una opción. Hugh Grant y Bruce Willis saben bien a lo que nos referimos.