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¿Se pueden contar las secuelas de la violencia sexual? Sí, pero bajo anonimato

¿Cuál es la reacción de los demás ante una denuncia de violencia machista? Una lo cuenta en 'Una entre muchas'.

Sofía Pérez Mendoza

“Pronto aprendí a bajar la mirada”. A Una (Yorkshire, 1965) le enseñaron con muy pocos años -dolorosamente pocos- que nadie espera que los chicos se controlen solos. Son las chicas las que tienen que cuidarse de no enseñar una porción de piel de más, de no ir solas por la calle de noche o de no pasarse con la bebida. Porque todo eso, le contaron, las convierte en potenciales víctimas de una agresión sexual.

A la protagonista del cómic Una entre muchas (y alter ego de la autora) le pasó en ese difuso espacio-tiempo que separa la niñez de la adolescencia. Dice que con tiempo ha podido ir despojándose de la culpa y la vergüenza, aunque tal vez no lo suficiente para ponerse cara, nombre y apellidos. “Cuando comencé a crear necesitaba el anonimato. Ha sido liberador, me ha servido como plataforma para hablar de la violencia que yo he sufrido en múltiples formas”, afirma Una, de cuya identidad solo conocemos que da clases en una universidad de Reino Unido.

Una entre muchas, dice, “es sobre todo un libro sobre el bullying sexual ('slut shaming'). Las miradas de sus compañeros, los cuchicheos en clase y los insultos en el pasillo marcaron su etapa en el instituto. Fue el castigo que recibió por besarse con el novio de otra chica. Una estaba descubriendo su sexualidad, pero no como cualquier otra adolescente. Todo lo que viviera a partir de entonces estaba condenado a quedar marcado por las heridas del abuso que había sufrido y que también sufriría después.

Su experiencia personal está contextualizada en un momento y un lugar concretos: Yorkshire, década de los 70. O los años en los que Peter Sutcliffe, 'el destripador de Yorkshire', asesinó a trece mujeres. “Quería mostrar los efectos que esto tuvo en la vida cotidiana de las chicas. Nos dijeron que dejáramos de ir a clase caminando, que cogiéramos un autobús, y nunca solas”. A ellos nos les dieron ninguna instrucción.

El miedo empezó a envolver todo, y se nota enseguida en las páginas del cómic. La protagonista carga con un saco enorme y camina cabizbaja por la ladera empinada de una montaña. “Dormía con unas tijeras bajo las sábanas y apoyaba la guitarra en la puerta por si entraba alguien [...] Seguí haciéndolo hasta los veintipocos, cuando mi novio me indicó que no era exactamente lo normal”. Una tenía todo el rato, cuenta, esa desasosegante sensación de que no estás a salvo ni en tu propio cuerpo.

Y luego estaba el grumo de silencio que manchaba la relación con su familia desestructurada, con su colegio hostil, con sus amigos... “No se me ocurrió denunciarlo”, “doy las gracias por haber nacido en la época predigital”, “no lo habrían hecho si no hubiera sido una guarra”. Los mensajes se amontonan en las viñetas, tan desordenados como el 'yo' adolescente de Una. Con el paso del tiempo, sus ideas se han ido colocando. “Sabemos que la violencia contra las mujeres no es rara; sabemos que la mayoría de las víctimas nunca la revelan y no informan; sabemos que la mayoría son atacadas por alguien a quien conocen”.

El descrédito al testimonio

Una repasa en el libro las cifras de denuncias por agresión sexual en Reino Unido. En 2011, solo el 39% de los denunciados fueron condenados. “Por supuesto, si no lo denuncias, no cuentas. Pero tampoco parece que cuentas mucho más si lo haces”, denuncia.

¿La justicia está preparada? ¿Y lo estaba en los años 80? “La razón por la que la policía de Yorkshire oeste fracasó en identificar y detener a Peter Sutcliffe tuvo menos que ver con los anticuados métodos policiales que con las anticuadas actitudes hacia las mujeres”, advierte la autora en unas anotaciones finales.

Está documentado que, de haberse dado crédito a una pieza fundamental en las pruebas procedente de una adolescente muy al principio de la investigación, podrían haberse evitado algunos de los asesinatos. “La policía no sabía cómo escuchar, no sabía cómo tomarse en serio a las mujeres y no sabía cómo ver más allá de sus ideas consolidadas sobre ellas”, dice Una en el epílogo.

Recuperar la historia de Sutcliffe -despojada de toda la mitomanía- le “ayudó a abrir la discusión sobre si algo había cambiado desde entonces”. “En Reino Unido, mucha gente trabaja para mejorar el sistema judicial, pero sigue habiendo serios problemas. El más grave es la duda sobre lo que declaran las víctimas”, señala la autora a eldiario.es.

Una empezó a dar forma a Una entre muchas tras preguntarse sobre el efecto que había tenido en ella hacerse adulta durante ese periodo de misoginia salvaje en Yorkshire. “Para sobrevivir, interioricé gran parte de los nocivos y contradictorios absurdos que oía. He tardado una vida entera en librarme de estas ideas”, reconoce en el libro, con el que asume no ofrecer siempre respuestas cristalinas pero sí interrogantes necesarios. “Me gusta considerarlo como mi tapiz: como Filomela, que tejió su propia historia cuando le cortaron la lengua”.

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