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La última portada del Village Voice

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Marta Peirano

Tristes y solos se quedan los buzones de plástico rojo del Village Voice, el periódico semanal de los coolcats, de los hipsters y de la generación beat. Entonces no eran jóvenes con bigotito y pantalones pitillos cuidadosamente enroscados con camisas de piñas bordadas. Eran los niños blancos que rechazaban lo blanco por casta, rancio y burgués y que se fugaban de la universidad y del ejército para mezclarse con negros, yonquis y vagabundos en un barrio desahuciado por la depresión.

Según el manifiesto de Norman Mailer de 1957, abrazaban “las sinopsis existenciales del negro y en la práctica puede ser considerado como un negro blanco”. Esa era La Voz del Village, manual de la contracultura de los 60 y testigo esencial de la lucha por los derechos civiles.

Este es el periódico que fundó el propio Mailer con Ed Fancher y Dan Wolf empezó a imprimirse en 1955 a cinco centavos el número y que terminó de imprimirse esta madrugada, para quien quisiera cogerlo. Seguirá su andada por los intersticios de la web. Al igual que los propios hipsters, ya no será lo mismo.

El final de una era

El Village ha sido la abuela de la prensa alternativa estadounidense, la voz de la generación que nos enseñó a protestar. Una de las vecinas plantó allí el germen del desarme urbanístico y lo defendió contra los bulldozers de Robert Moses, entonces el hombre más poderoso de Nueva York (Preserving the Village, Jane Jacobs 1957). Otros encabezaron la disidencia que hoy llamamos movimiento por los derechos civiles (The View From the Front of the Bus: The Civil Rights March on Washington, Marlene Nadle, 1963).

Jack Newfield fue el azote de los caseros especuladores, otros pelearon por Lenny Bruce cuando lo arrestaron en el Cafe Au Go Go por faltarle al respeto a la iglesia y a la ley. Simpatizaron con the Weather Underground y con los Panteras negras, se unieron a los disturbios de Stonewall que originaron el movimiento LGTBI. Publicaron a algunos de los mejores críticos de cine, de música, de teatro y de arte y a algunos de los mejores fotógrafos y dibujantes. Fueron la biblia del vibrante y bohemio Greenwich Village, la Malasaña de Manhattan, hoy gentrificado hasta la muerte. LA despedida tiene algo de muerte anunciada, desde que cambió de manos en octubre de 2015 y quedó desvinculado de Voice Media Group.

Nostalgia para coleccionistas

El último número tiene 176 páginas y ha sido pensado para los coleccionistas, con la foto que Fred W. McDarrah, el fotógrafo de la casa, le hizo a Bob Dylan en un banco de Sheridan Square Park en enero del 65, como parte de su campaña para salvar el Village, al lado de la antigua redacción. Lleva textos de sus fundadores y los críticos que todavía viven, incluyendo Michael Feingold, J Hoberman y Amy Taubin. Mickey Musto, su añorado cronista de la noche del Village, resucita su columna La Dulce Musto.

La noche de entonces tampoco era la de ahora. Como muestra, un extracto de su segunda columna publicada: “Míster Desastre Número Uno estaba discutiendo con Míster Camello a propósito de un dinero que el primero le debía, cuando Míster Desastre Número Dos irrumpió en la escena y ayudó a Míster Camello a liquidar a su contrincante. Luego cortaron el cuerpo en pedacitos y los tiraron al río”.

Los buzones de plástico que cargaban los fajos de Dylans estaban vacíos antes del mediodía. Todo el mundo fue a guardarse un número, para la posteridad. Lo pondrán junto a la edición especial de su 50 aniversario, con reproducciones de las 2.500 portadas desde 1955 hasta 2005, entre otras muchas cosas. Son números tan desvinculados al periódico original como el Brooklyn de Woody Allen al original. El Village ya es memoria colectiva de una ciudad que ya no existe. El Village no deja descendientes. Al menos, en Nueva York.

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