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El astronauta: una travesía cultural

Astronauta

Octavio Vellón

Existe una vinculación muy fuerte entre el hombre y las estrellas. Un interés tan atractivo por aquello que se escapa de los límites terrestres que se ha ido cimentando prácticamente desde los orígenes del sapiens sapiens. No obstante, si se echa la vista atrás y se observa el recorrido cultural que se ha ido produciendo durante todos estos años, es posible repar en un interés del cosmos en tanto en cuanto afecta al individuo. Es decir, el espacio gusta como escenario. Se trata de un lugar con el que todo niño ha soñado visitar. Oscuro, misterioso e indómito. Ese sitio en el que ocurra lo que ocurra, en un porcentaje alto, se escapa al control humano.

La hipótesis recae en que lo que verdaderamente importa del espacio es que el hombre se encuentre en medio. De hecho, una visión bastante aproximada sobre este tema es el decadente monólogo del doctor Snaut, en la película de referencia Solaris de Tarkovski, donde al hablar del espacio señala:

“En esta situación, la mediocridad y la genialidad son igual de inútiles. En realidad no tenemos interés de conquistar ningún cosmos. Lo que queremos es extender la tierra hacia las fronteras del cosmos. No sabemos qué hacer con otros mundos. No necesitamos otros mundos. Necesitamos un espejo. Buscamos un contacto, pero nunca lo encontraremos. Estamos en la necia situación del hombre que se esfuerza por una meta que teme y de la que no tiene necesidad. Al ser humano le hace falta otro ser humano”.

Son dos cuestiones las que se pretenden abordar aquí. La primera de ellas es “¿qué material hay sobre el hombre y el espacio?”. La respuesta pueden imaginarla: existe un campo enorme y muy variado. Por tanto surge como imprescindible la necesidad de acotar, en tiempo y en espacio, el género que vamos a tratar. La segunda reza “¿qué se ha dicho?”. Veremos.

La prehistoria del hombre y la Luna

Las primeras vinculaciones representativas entre el hombre y los astros están ligadas, como no podía ser de otra forma, a la literatura. En el siglo II d.C. Luciano de Samosato el autor romano escribe la obra Historia verdadera, que a grandes rasgos es una aventura mitológica en la que varios hombres valientes (he aquí el precedente del astronauta) se embarcan y por causas deus ex machina llegan a la Luna. Allí les espera una raza selenita inmersa en una guerra con otros seres procedentes del Sol. El relato es fantasioso, pero sienta cátedra en la ciencia ficción sobre el espacio. Luego vino el Micromegas de Voltaire, El hombre en la Luna de Francis Godwin, Verne, Poe y poco a poco se entra en una devaluación del género de ciencia ficción que margina los contenidos a las revistas que en su mayoría están orientadas a un público juvenil.

Pero es en estas revistas a finales de los cuarenta, seguramente por la necesidad de evasión tras la guerra, donde surgen las obras como la Saga de la Fundación de Asimov, La Guerra de los Mundos y otros títulos de H.G. Wells o la más que ilustre 2001: Odisea en el espacio de Arthur C. Clarke. Antes, en 1902, surgió la primera referencia cinematográfica, Viaje a la Luna, que lleva la firma del maestro Georges Méliès. Esta cinta supone uno de los símbolos más característicos del hombre y el espacio en la cultura contemporánea.

Dos iconos cinematográficos

Entre la prácticamente inabarcable filmografía sobre el hombre en el espacio se alzan fundamentalmente dos títulos clave que forman parte del culto cinéfilo. Sobre las adaptaciones al cine de 2001: Odisea en el espacio y Solaris está casi todo dicho. La cinta de Stanley Kubrick de 1968 se encuadra en la carrera espacial y anticipa la llegada del hombre a la Luna, justo un año antes. E influyó a una generación psicodélica con una retórica repleta de simbolismo y un final tan realmente desconcertante como sugerente. En la carrera fílmica, aunque realmente Tarkovski no competía, también se adelantó el americano. El cineasta soviético siempre negó haber visto la otra película antes de hacer Solaris en 1972.

De una manera u otra, es cierto que hablamos de dos películas muy distintas: un magno esfuerzo de efectos especiales con imagenes potentísimas frente a un escenario minimalista, para que a fin de cuentas ambas sean una reflexión sobre distintas cuestiones humanas. El marco es radicalmente distinto pero los contenidos parecidos, y con las dos películas funciona de forma espléndida. Tarkovski habla del inconsciente a través de los deseos, como bien explica el sociólogo Slajov Zizek, mientras que 2001: Odisea en el espacio se preocupa por formular preguntas sobre las fronteras exteriores a la tierra, sobre la inteligencia artificial y, sí por qué no decirlo, también habla del subconsciente justo cuando el protagonista materializa sus visiones al entrar en contacto con los extraterrestres.

Desde luego ambas confluyen en varios puntos clave que son universales a esta temática en lo sucesivo: la visión del hombre como algo pequeño y limitado a merced de la inmensidad del universo, la inteligencia artificial, la existencia de vida extraterrestre, tangencialmente la gravedad, una estrecha relación con el mundo onírico, y a veces un anhelo de la tierra dejada atrás simbolizada en esos trozos de papel que recuerdan el sonido de las hojas. Estas condiciones se van a repetir en las sucesivas cintas de quienes han pretendido hablar del cosmos a la altura de Kubrick o Tarkovski, que no quiere decir que lo hayan conseguido.

No deben quedar en el olvido títulos anteriores como Planeta prohibido de 1956 protagonizada por Leslie Nielsen, quien por cierto décadas más tarde protagonizaría 2001: Despega como puedas, entre otro incalculable número de parodias. Se han de resaltar otros como la adaptación del libro de Verne en 1958 De la Tierra a la Luna, Atrapados en el espacio de 1969, que protagonizó Gregory Peck o la apocalíptica Naves misteriosas, de 1972. No podemos cerrar esta década sin mencionar el periplo de Jame Bond por los confines de la galaxia: Moonraker con Roger Moore, que se convirtió en objeto de culto por su temática inédita en la saga.

En la década de los ochenta surge de nuevo un boom por la ciencia ficción y por el espacio. Alien: el octavo pasajero es probablemente el mejor ejemplo. Quizá no como ambientación espacial, pero desde luego es una película referencia en lo que a terror científico, suspense y efectos especiales se refiere. Además siempre es bueno reivindicar a Sigourney Weaver. La película detectivesca Atmósfera Cero con Sean Connery, Elegidos para la gloria o la adolescente Exploradores son metrajes clave parra entender el auge de esta temática. Sin olvidar la siempre entretenida Desafío total y los tres senos que marcaron a toda una generación.

Ya en décadas posteriores nos encontramos cintas como Apolo 13 o Misión a Marte. Este último título se encuadra entre los fiascos de la filmografía de Brian de Palma. Moon, de Duncan Jones, el hijo de David Bowie, es más modesta y esa aparente sencillez le ha valido para convertirse en una película interesante que reflexiona sobre la ética de las grandes empresas, extrapolado al cosmos, y la obsolescencia programa. Interstellar o Gravity (aunque desarrollada con bastante brillantez esta última), son un buen ejemplo de quiero y no puedo decir algo que suene profundo, más allá de imágenes realmente espectaculares. Luego existen otras recomendaciones algo macarras como Guía del autoestopista galáctico (aunque desde luego es preferible leer la saga) o Pluto Nash que es una de las películas más catastróficas de la carrera de Eddie Murphy.

Cacharros de hojalata y la dilatación del tiempo

El género musical no ha querido ser menos en estas lides. Sobre todo encontramos piezas dedicadas al hombre y al espacio, como se pueden imaginar, en los años posteriores a la llegada de Armstrong a la superficie lunar. No se puede sino reverenciar el Space Oddity de Bowie creada en 1969, que fue lanzada para que coincidiese con el oportuno alunizaje. De hecho, la BBC la utilizó en su emisión.

La canción habla de una experiencia alucinante en la que un astronauta sale de su cacharro de hojalata para flotar en el espacio de una manera muy peculiar mientras contempla la Tierra como un lugar triste. También se puede hablar de un tema de Sir Elton John, Rocket Man, que a grandes rasgos vendría a contarnos la misma historia del astronauta que echa de menos a sus seres queridos y se ve sobrepasado por la inmensidad interplanetaria. Existe un vídeo posterior al de Bowie que hizo recientemente un astronauta canadiense para despedirse después de cinco meses habitando en su estación espacial.

En 1974 Pink Floyd lanzaría Dark Side of the Moon (el lado oscuro de la Luna), que a grandes rasgos, formula preguntas sobre el camino por el que transita la humanidad través de una reflexión sobre el tiempo o el entendimiento entre culturas, la avaricia y otros aspectos sociales y políticos. A fin de cuentas viene a ser una crítica social que deriva en una conclusión cercana al “haz lo que quieras pero ten en cuenta que somos un cosmos”, que podría resumirse en la letra de la canción Eclipse.

No se puede concluir sin rescatar el tema que surgió durante la corta travesía psicodélica de los Rolling Stones, 20000 light years from home, o el Serenade from the stars de Steve Miller Band (versionada como Llamando a la Tierra por Mclan). También es curioso el significado de la portada de Unknown Pleasures de Joy Division o la existencia de grupos como el alemán Tangerine Dream.

En cualquier caso si alguien sabe sobre la música y el espacio ese es Brian May. El guitarrista de Queen es doctor en Astrofísica además de uno de los mejores guitarristas de la historia. Quién mejor que él para hablar sobre la teoría de la relatividad y el efecto de la dilatación del tiempo. La canción de Queen, 39, creada en 1975, trata acerca de unos soldados que se embarcan en un viaje espacial y que, al volver a la Tierra, pese a haber pasado más de un centenar de años, en realidad por ellos sólo ha pasado uno. ¿Han visto Gravity? ¿Y el Planeta de los simios?

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