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'Hamnet', el duelo por la muerte de un hijo en tiempos de Shakespeare según la escritora Maggie O'Farrell

Maggie O'Farrell. Foto: Murdo Macleod.

Carmen López

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Hamnet Shakespeare murió en 1596 en Stratford por motivos que no quedaron recogidos en los documentos oficiales de la época. Cuatro años después, el padre escribió una de sus obras más celebradas y la tituló con su nombre haciéndolo inmortal: Hamlet. Y cinco siglos después, la escritora irlandesa Maggie O'Farrel ha contado de manera ficcionada esa historia en su novela Hamnet, que Libros del Asteroide ha publicado en castellano traducida por Concha Cardeñoso y L'Altra editorial en catalán con traducción de Marc Rubió Rodon. Aún no se sabe si pasará a los anales de la literatura como la tragedia del autor inglés pero, por el momento, ya se ha hecho con el premio Women's Prize for Fiction y ha entrado en el top 5 de los mejores libros de 2020 de The New York Times. 

Hay pocos datos de la vida personal de William Shakespeare, pero muchos menos todavía de su familia. Estaba casado con Anne Hathaway –sí, como la actriz– y tuvo tres hijos: Susanna, Judith y Hamnet, que eran gemelos. El niño falleció a los once años. O'Farrell se enteró de ese dato cuando tenía 16 y aún estaba en el instituto. Y se le quedó grabado. En el siglo XVI Hamnet y Hamlet eran dos formas intercambiables del mismo nombre, lo que para ella quiere decir que Shakespeare le escribió una obra a su hijo fallecido. O, al menos, con su nombre.

“Cuando estaba en la Universidad y estudiaba literatura, leí un montón de biografías y críticas sobre Shakespeare, lógicamente. Y lo que me llamó la atención fue que la existencia de su hijo se pasa por alto. En esas biografías de 500 páginas tenía suerte si encontraba dos referencias a Hamnet: su fecha de nacimiento y su muerte. Y su muerte siempre iba seguida de algunos párrafos sobre la muerte infantil en la época isabelina que, por supuesto, fue muy alta”, explica en un vídeo grabado para Forbidden Planet TV en abril de 2020. “Siempre me pareció terrible asumir que la muerte de este niño no había tenido un impacto demasiado grande en esta familia y ni para el propio Shakespeare”. Según su opinión, la trama de Hamlet y la biografía de su hijo no son tan diferentes como para no ver la relación.

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Pero aunque el nombre y el apellido del padre hayan sido los que guiaron a la escritora hacia la historia y puedan provocar el interés primario de los lectores potenciales, no aparecen en ninguna página del libro. Su personaje sí pero con otros apelativos: ‘padre', ‘hijo', ‘hermano', ‘preceptor', ‘marido“. No se le menciona porque realmente él solo es el camino que lleva a Anne Hathaway, la mujer, la madre, la esposa, la protagonista. Es su vida como la ha querido imaginar O'Farrell partiendo de los escasos datos que se tienen sobre ella: era ocho años mayor que él, no vivieron juntos en Londres, fue la madre de sus hijos, y su padre escribió Agnes en lugar de Anne en su testamento. Y ese es el nombre que le asigna la autora en su libro. 

En algunas de las biografías que se han escrito sobre Shakespeare tratan su figura bastante mal, con afirmaciones cargadas de misoginia. Han dicho que se casaron obligados porque estaba embarazada, que él la detestaba y no quería vivir con ella, que era una analfabeta. Eso hizo que O'Farrell quisiera hacerle justicia de alguna manera: “Me enfadé mucho, mucho, por la forma en que la habían tratado. La gente siempre mencionará el testamento [Shakespeare sólo le dejó ”su segunda mejor cama con los muebles“], pero es un documento muy complicado y árido. Bueno, puedo plantear el hecho de que cuando él se jubiló, podría haber vivido en cualquier lugar. Era increíblemente rico, pero decidió regresar y pasar sus últimos años con ella en Stratford. Eso no sugiere que fuese un hombre que odiara a su esposa o lamentara su matrimonio”, explicó en una entrevista en The Guardian.

La devastación del duelo por un hijo

Hamnet muere en la novela a causa de la peste –por una macabra coincidencia del destino, el libro se publicó en medio de la pandemia actual–, que se había llevado a muchas personas por delante, entre ellas niños y niñas. Agnes ve a su alrededor a madres que sobrellevan el duelo sin aspavientos, sólo con resignación y la obligación de ‘tirar para adelante'. Pero ella no puede, el dolor la parte al medio, no entiende cómo el resto de mujeres son capaces de hacerlo. 

O'Farrell le asigna en su libro una personalidad salvaje para la época, conocimientos de plantas sanadoras –en Hamlet hablan de remedios curativos hechos con plantas y decidió atribuirle esos conocimientos a Agnes– y una capacidad extrasensorial para ver el futuro y sentir la presencia de los muertos. Pero ella no es capaz de salvar a su hijo y tampoco de sentirlo tras su desaparición. Solo sabe que está enterrado en el cementerio, con la mortaja que ella misma le hizo, descomponiéndose poco a poco. Y eso la incapacita durante un tiempo, son sus hijas las que tienen que hacerse cargo de los asuntos de la familia. Entre ellos, los negocios de su padre, que invertía sus enormes ganancias del teatro en comprar propiedades.

En determinado momento, Judith le hace una pregunta clave a su madre. Una cuestión que parece demostrar que el sufrimiento es tan grande que no se puede explicar con palabras. “¿Cómo se dice, pregunta Judith a su madre, cuando una persona tenía un gemelo y ya no lo tiene? (...) Si estás casada, continúa Judith, y tu marido se muere, entonces eres viuda. Y si a un niño se le mueren los padres se convierte en un huérfano. Pero ¿cómo se dice lo que me pasa a mí? No sé dice, la madre (...) A lo mejor no existe la palabra para decirlo. A lo mejor, dice la madre”. Tampoco hay una que diga qué es cuando una persona tiene un hijo y lo pierde.

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La escritora irlandesa tardó mucho en escribir Hamnet. Tanto, que antes terminó tres libros antes de ponerse con ese documento que tenía en su ordenador. En una conversación con Amity Gaige en Politics and Prose, explica [entre risas] que: “tenía una sensación extraña acerca de escribir sobre el tema. No soy una persona muy supersticiosa pero había algo, quizás porque tengo un hijo y dos hijas como Shakespeare. Sentía que no podía escribir el libro hasta que mi hijo no tuviese más de once años. Suena absurdo, porque no existe demasiado peligro de que mi hijo coja la peste negra, aunque nunca sabes. Ahora tiene 17, así que creo que está fuera de peligro”. 

También afirma que no fue capaz de escribir las escenas del duelo de Agnes dentro de la casa donde vive con sus hijos, sino que lo hizo en un cobertizo –“nada glamuroso”– que tienen en el jardín: “Escribir sobre el duelo de Agnes puede que haya sido lo más difícil que he escrito hasta ahora porque el peor miedo de un padre es perder a un hijo, tener que enterrar a un hijo. De hecho no soy capaz de imaginar nada peor. Y es horrible escribir sobre ello porque estás imaginando tu peor pesadilla”.

No es un tema ajeno para ella. No ha perdido a ningún hijo, pero ha estado cerca en bastantes ocasiones. Una de ellas la narra en su libro de memorias Sigo aquí. Diecisiete roces con la muerte (Libros del asteroide, 2019. Traducción de Concha Cardeñoso), en el que explica literalmente ese número de ocasiones en las que le ganó la partida a la parca. La última, titulada Hija (hoy en día) se refiere al momento en el que, perdida en medio de un campo italiano con la familia, la niña estuvo a punto de fallecer por anafilaxia. No fue un episodio puntual: además de un eczema crónico –que también sufre uno de los personajes de su novela Tiene que ser aquí (Libros del asteroide, 2017. Traducción de Concha Cardeñoso–, es alérgica a una larguísima lista de cosas. 

“Hay momentos en los que todo adquiere matices mitológicos: levantas la jeringuilla de la adrenalina hacia la luz pensando en ese líquido amarillento y te das cuenta de se te ha concedido un elixir para rescatar a tu hija de la muerte. Tienes que clavarle una aguja para salvarla. Puedes robársela a las tinieblas, pero solo tienes una serie de objetos determinados, solo si sabes a quién se los debes pedir. A veces te burlas de ti misma por ser tan fantasiosa. Y luego, leyendo el mito de Perséfone a tu hija, casi no puedes creer lo bien que se adapta a la situación y te preguntarás qué sabían de todo esto en la antigüedad”, narra en su libro.

Según “vanas especulaciones” como dice Maggie O'Farrell de los planteamientos de su novela, Shakespeare pudo dar rienda suelta a su dolor y reencontrarse con su hijo en las tablas gracias a Hamlet. Se desconoce cómo lo hizo Agnes, pero la escritora irlandesa le ha dado la oportunidad de mostrarlo en Hamnet. Dos versiones del mismo nombre, dos historias sobre el mismo niño.

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