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Una obra musical inspirada en el Valle de Cuelgamuros: la aberración, las proporciones y las goteras

El Valle de Cuelgamuros en un día con niebla

Elena Cabrera

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Cuando el observador se sitúa al pie de la basílica del Valle de Cuelgamuros no ve la inmensa cruz de 150 metros de altura. La manera de observar el conjunto arquitectónico para entender la anomalía cultural, política, geológica y democrática que es la existencia de este conjunto arquitectónico, símbolo extremo del nacionalcatolicismo franquista, es verlo de lejos.

Al conducir por la carretera de A Coruña, el monumento aparece a mano izquierda al pie del monte Abantos. Y si el cielo está bonito, se ven caer los rayos de sol por entre las nubes, como en esas fotos de exaltación cristiana de la naturaleza que adornan los salones de las parroquias y los pasillos de los colegios.

Los españoles de la Democracia habían perdido la perspectiva necesaria para darse cuenta de que ese tremendo mausoleo con más de 33.000 cadáveres apilados en cajas detrás de sus muros, seguía ahí. Está tan cerca, que se vuelve invisible. Pero si uno se va a Rotterdam y mira desde allí, se ve perfectísimamente claro que el antes denominado Valle de los Caídos es, ante todo, una aberración.

Algo así le pareció al percusionista del Ensemble Oihua, Robin Eggers, que el sábado pasado formó parte de la interpretación de la obra A veces, el silencio es la peor mentira, cuya actuación en Rotterdam suponía el estreno en Holanda. No obstante, Saskia Venegas la había compuesto cinco años antes, la había estrenado en Amberes y pudo escucharse también en Soria. Lugares a 1.700, 1.600 y 240 kilómetros de la cruz, con lo que la perspectiva mejora. La obra está inspirada en el Valle de Cuelgamuros. Refleja lo que la autora vio y sintió cuando fue a visitar la basílica, cuyos tabiques se están abriendo estos días para intentar recuperar los restos de 127 personas reclamadas.

El concierto se produjo en el recoleto jardín de una antigua residencia para mujeres, construida en 1902. Desde este lugar silencioso, oculto tras rejas y arbustos, parece inconcebible que en España exista un monumento a la gloria del franquismo que se puede visitar pagando nueve euros y que es esencialmente el mismo que se inauguró en 1959; salvo por la ausencia del enterramiento de José Antonio Primo de Rivera y el cambio de “Caídos” por “Cuelgamuros” a la puerta del recinto, en el que siguen viviendo los monjes benedictinos a los que Franco encomendó la gestión de las instalaciones.

El percusionista del Ensemble es alemán. “Para un alemán es una cosa aberrante”, señala la compositora y directora artística del grupo en una videollamada desde Bélgica. “Un sitio así solo puede existir en España. Es como si Hitler tuviera un mausoleo en Alemania”, añade Venegas. Y el músico no fue el único impactado. También el director del Ensemble. También unas mujeres francesas en el público.

La obra arranca abruptamente con un primer instante en silencio y un perturbador golpe de los instrumentos despertando. Simboliza el preciso instante en el que Saskia se detuvo al pie de la basílica del Valle, bajo la cruz, impactada al ver por primera vez aquel sitio. “El bajo continuo en LA refleja la tensión que sentí cuando traspasé la puerta de la basílica y comencé a caminar por su pasillo. Las frases reproducidas por la flauta y el clarinete simbolizan los cantos gregorianos que entonaban los monjes benedictinos que rezaban allí”, escribe en un texto que sirve de explicación al concepto de la obra. La pieza dura algo más de ocho minutos.

A veces, el silencio es la peor mentira, título tomado del discurso de Unamuno en respuesta a los insultos de Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad que dirigía el escritor, refleja “la angustia” ante “las dimensiones del lugar” y las gigantescas esculturas de Juan de Ávalos: “Las proporciones hacen que las personas sean insignificantes”, desarrolla Venegas en la entrevista. Se oyen también gotas caer, porque cuando Venegas visitó la iglesia, el agua se filtraba por las goteras.

Hay incluso una puesta en escena inspirada por la particular liturgia diaria que imparten los benedictinos en el interior de la basílica. En el momento de la consagración, se apagan las luces y solo se ilumina la cruz en el centro. “Me dio miedo, me pareció muy teatral”, recuerda. Y por ello, en su obra, hay también un momento inesperado en el que el público y los músicos se quedan a oscuras. “La sensación es de intranquilidad, de algo acechante, que crece y va a por ti”, añade.

La percusión de la obra resuena a los tambores de la Semana Santa. “No tengo nada en contra de la religión pero sí del papel de la institución de la Iglesia en el franquismo”, advierte. “Tengo la sensación de que con la Iglesia en España nadie quiere meterse”, añade, y explica lo difícil que le resulta que sus obras se representen en su país de origen; la compositora, de nacionalidad hispano-belga, nació en Getxo, en 1983. La música cuenta que cuando ha presentado sus piezas relacionadas con la memoria histórica a los espacios públicos, se le cierran las puertas. “Durante una cita con el programador cultural de un ayuntamiento, en el momento que dije ‘compositores republicanos olvidados’ cerró la carpeta y dijo ‘no nos interesa'. En otros sitios me dijeron que eran temas que preferían no tocar, y en otros lugares me decían abiertamente que no”, recuerda. Lo que sí recibió fue una invitación por parte del Ministerio de Presidencia, del que depende la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, para interpretar una de sus obras, Los silenciados, en el cierre de la exposición 1939, Exilio republicano español en Madrid, en febrero de 2020.

Venegas comenzó su carrera musical como violinista. Después amplió sus estudios con composición, dramaturgia y dirección de escena, y creó varias obras de música-teatro. Después, se graduó en Composición en el Real Conservatorio de Amberes y en 2017 la Orquesta Sinfónica de Amberes estrenó su obra At the Aegean shores. Además, ha realizado para el influyente director teatral suizo Milo Rau, la música para su Orestes en Mosul (2019) y el diseño sonoro y la dramaturgia musical para Familie (2022), dos obras que han podido verse en España.

En la música clásica y contemporánea, señala Saskia Venegas, “los temas de política no se tocan”. Pero desde que a los 15 años, en su pueblo burgalés de origen y veraneo, hizo un descubrimiento aterrador, la artista está convencida de que lo que hace, tiene que servir para algo.

“Descubrí que una de las casas del pueblo, Valdenoceda, había sido una prisión y descubrí que era un sitio de horror. Fue como un clic. Quería escribir sobre mi país y así es como empecé a visitar muchos sitios”, dice en referencia a los lugares de memoria a los que quiso viajar para poder componer no de una manera intelectual, sino sensitiva. Bajo la tierra de la cárcel de Valdenoceda, un verdadero centro de exterminio de republicanos, se enterraron los cuerpos de centenar y medio de personas. Se han podido exhumar muchos de ellos pero no todos; y aún hay muchos restos sin identificar. Venegas está trabajando en una pieza sobre esta prisión, por cuyo sótano pasaba el río Ebro y los prisioneros eran enviados ahí a las celdas de castigo, donde soportaban el agua a la altura del cuello.

La investigación también le llevó a descubrir a compositores oprimidos durante el franquismo y a encontrar partituras inéditas en campos de concentración en Francia, como Argelès-sur-Mer. “Me pregunté cómo podía ser que yo, que he estudiado música, no haya oído hablar de ellos en mi vida. Ni se tocan ni se estudian”, dice en referencia a los compositores republicanos. “Hay un agujero estilístico que ha desaparecido en la cultura musical. Un estilo de composición muy variado que no se asocia con España, ya que estuvieron influenciados por la música francesa, mientras que la vertiente de composición de los músicos del régimen es más alemana. Lo germano es más matemático, proporcional y estructural, mientras que los franceses eran más de color. Era muy diferente, pero se perdió”.

La única vez que su obra sobre Cuelgamuros se ha escuchado en España, tuvo lugar en el marco de la Semana de la Memoria Histórica y de los Derechos Humanos, interpretado por la Ensemble Oihua. Allí estaba Saskia Venegas. Pero en el público, además, estaba Nicolás Sánchez Albornoz; el hijo de Claudio Sánchez-Albornoz, ministro de la Segunda República y presidente del Gobierno de la República en el exilio, el primer director del Instituto Cervantes y, además, uno de los trabajadores fugados del Valle de Cuelgamuros. Nicolás quedó entusiasmado con lo que escuchó y para Saskia ese encuentro fue muy importante. “Fue una pasada que una obra sobre Cuelgamuros lo viera alguien que estuvo preso allí”, señala.

La intención de Venegas con su trabajo es que “se hable del tema en el extranjero” y se “meta presión sobre España”. Porque cuando se mira algo desde muy cerca se desdibuja y se emborrona. Pero a más de 600 kilómetros de Madrid, “resulta especialmente sorprendente observar que no se haya hecho más en favor de los derechos de tantas víctimas”, como escribió el relator especial de la ONU, Pablo de Greiff.

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