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“Que no haga canciones que hablen de revolución no significa que no tenga ideología”

Joe Crepúsculo. Foto: Pablo Zamora

Francesc Miró

Aunque puede haber caído en desuso, la expresión 'quemar las naves' sigue sugiriendo la misma desesperación. Crea, en quien la pronuncia, una sensación de urgencia y desasosiego. De hecho, el significado de la expresión no ha cambiado apenas en 2.000 años: la decimos cuando nos lanzamos hacia una meta sin más, como última opción, sin posibilidad de retroceder, ni de lamentarnos si fracasamos.

Hay quien dice que la expresión la pronunció por primera vez Hernán Cortés, pero también quien asegura que su origen es anterior: se remonta al siglo III antes de Cristo cuando, al parecer, Alejandro Magno quemó las naves de sus propias tropas al verse superado por su enemigo en la costa Fenicia. Fue su particular forma de motivar a sus soldado: sólo podrían volver a sus hogares si lo hacían montados en los barcos del enemigo.

“Es lo que he hecho en cada disco”, confiesa Joël Iriarte Parra, también conocido como Joe Crepúsculo. “Creo que en mi música siempre ha habido elementos que aluden a un universo en el que se queman las naves constantemente”, reflexiona en la terraza de un bar castizo en la plaza Tirso de Molina.

Acaba de publicar su décimo álbum. Se llama simplemente 10, lo publica el sello El Volcán El Volcán y recopila los temas más emblemáticos de una década de trayectoria que le ha llevado a convertirse en una de las voces más particulares y raras del pop patrio. No parece preocuparle nada de esto cuando habla de su carrera.

Navegar entre géneros sin billete de vuelta

Joe Crepúsculo debutó en solitario el mismo año que caía Lehman Brothers y empezaba a golpear una crisis que aún duele. Lo hizo con dos álbumes publicados a dos semanas el uno del otro: Escuela de zebras y Supercrepus. En ambos transitaba sonidos synth-pop con letras surrealistas y oscuras que muy pronto le pusieron en el mapa de la escena underground española. El segundo, de hecho, se convirtió en el Disco Nacional del Año para la revista Rockdelux, y temas como La canción de tu vida empezaron a ser más que habituales en verbenas de todo tipo.

Le siguieron Chill Out (2009), Nuevo ritmo (2011), El caldero (2012), Baile de magos (2013), Nuevos misterios (2015), Disco duro (2017), Las Nanas (grabado en 2009 y publicado en 2017) y el recopilatorio que acaba de publicar: Diez (2018).

“Era un hito importante para mí descubrir que llevaba una década haciendo esto y que, además, había hecho nueve discos. Diez era una manera muy redonda de, no sé si 'cerrar una etapa', pero sí celebrar el camino que me ha llevado hasta aquí”, explica con una cerveza en la mano. Estamos en una terraza transitada mientras el cielo se va nublando sobre nuestras cabezas.

Diez años en los que no ha tenido problemas con probar cómo cuajaba su proyecto con la rumba, el bacalao, la cumbia, e incluso el trap. Él reconoce haber buceado entre estilos y haber sacrificado cosas por el camino. “He perdido mucho público con cada disco. Creo que mi música siempre ha sido como apagar la luz y meterte en otro cuarto. Quiero decir, que siempre ha habido cambios y tengo la sensación de que eso decepciona a gran parte del público. Les gusta que te repitas y gratifican a los grupos que siempre suenan igual”, reflexiona el artista.

“A pesar de todo, sólo con el cambio constante creas un discurso de evolución. He hecho música latina antes de que las cumbias se pusiesen de moda, bacalao antes de que surgiese esta reivindicación de hoy. Incluso he coqueteado con la rumba… He intentado jugar con todos los géneros respetándolos y haciéndolos partícipes de mi proyecto. Y puede que haya perdido público, pero sinceramente creo que he ganado como artista”, dice.

Un constante salto de género en género en el que no le han faltado detractores, ni autocrítica. “Al final lo que yo hago es pop, aunque lo pinte con distintos barnices”, explica, “a veces sale bien y otras peor. Por ejemplo, quise meter la pezuña en el trap con Reina de locutorio, y hoy pienso… 'qué hice ahí'. Pero no creo haberme sentido intruso en ningún género musical. Si hablamos del debate del apropiacionismo, casi toda la música del siglo XX ha funcionado de esa manera. El pop ha sido apropiacionismo siempre. Sería muy ingenuo afirmar lo contrario”.

Diecinueve temas, un mapa

Cuando habla, no parece tener diferentes registros: habla en los mismos términos de la complejidad filosófica de la música pop y del otoño madrileño. De hecho, asegura que “esta va a ser una de las últimas tardes de terraza”, cuando empiezan a caer las primeras gotas sobre la mesa en la que conversamos.

Cuando le preguntamos cómo fue seleccionar los temas que finalmente componen su álbum recopilatorio, nos vemos obligados a buscar refugio de la lluvia en el interior del bar. “El momento de seleccionar las canciones fue un 'jari' de órdago”, confiesa. “Me levantaba todos los días eliminando temas de la selección que había hecho el día anterior. Tenía muchísimas dudas. Así que me fijé criterios: no olvidarme del público que tenía cuando empecé, tampoco del que me ha conocido ahora, tenerme en cuenta a mí mismo -es decir, hacer el disco que quería hacer-, y por último, que todo pudiera servir como carta de presentación para un público potencial”, enumera. “Quería que alguien que no me conocía de nada pudiera entrar en este mundo tan extraño. Quería que Diez fuese una especie de mapa del laberinto crepusiano”.

No le falta perspicacia al concepto. Hace escasas semanas, el periodista y redactor jefe de la revista MondoSonoro, Luis J. Menéndez decía en su crítica del álbum que “además de una magnífica introducción a su universo”, Diez también era “el primer álbum al completo de Joe Crepúsculo que puede recomendarse sin ambages ni medias tintas”.

Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de 'mundo crepusiano'? Hablamos de un músico licenciado en Filosofía que utiliza el pop para rascar la superficie de la realidad que le rodea. Para encontrar en ella discursos disidentes, fallos en el sistema, errores en Matrix. “Tengo muchos referentes en el terreno literario y en el musical. Y voy jugando con ellos mezclando determinados conceptos”, intenta definir el propio autor. “Me gusta hablar del amor pero también de cosas extrañas, y determinados conceptos filosóficos. Quiero hablar, de una forma popular, de conceptos e ideas complejas”, reflexiona con la mirada perdida.

“Para hacer mis letras siempre me imagino un circuito en el que parece que todo funciona bien, pero en el que de repente hay algo que hace chispas. Un punto de fuga. Algo que hace que todo se vaya a la mierda”. Una idea que cuadra con la filosofía de componer sin mirar atrás, de quemar las naves a lo Joe Crepúsculo.

Diez años de una fábrica de baile que no cesa

Joël Iriarte lleva mucho siendo Joe Crepúsculo, pero no parece cansado. Sigue sin poder mover bien una mano, pero toca el piano como si se terminase el mundo en cada concierto. Lleva un flotador tatuado en el brazo derecho que le recuerda a cuando vivía en Barcelona. Se ha hecho fotos con Taburete para ver qué pasaba, ha compuesto un jingle para los mítines de Podemos que no gustó a Pablo Iglesias, ha cerrado más fiestas de barrio que la mayoría de músicos mainstream, y hasta ha publicado un disco de nanas.

“He aprendido a hacer mejor las cosas, a disfrutar más de esto y estar mejor encima de un escenario. Pero es un aprendizaje que no termina nunca porque siempre quieres aportar algo nuevo. Imagino que cuando no tenga nada que aprender me iré pa'casa, pero ya te digo que todavía me apetece meterme en fregaos”, dice con media sonrisa.

“Siempre he intentado que hubiese un mensaje en todo lo que hacía. Que no haga canciones que hablen de revolución no significa que no tenga ideología, o que no me signifique políticamente”, defiende. “Puede que el haber estudiado filosofía haya influido en ese aspecto. He intentado hablar de ciertos aspectos de un mundo simple pero perverso. El pop para mí es un cuchillo cuya empuñadura corta igual que la hoja”, reflexiona.

“Me explico: me gusta tener algún tipo de control sobre las posibles interpretaciones que se le puedan dar a mis canciones. Creo que es importante porque el discurso que tengas te define”, opina el cantante, “pero por otro lado, como artista sabes que en el momento en el que haces algo, eso puede ser usado para cualquier cosa. Podrías hacer una canción sobre ositos panda adorables que juegan en un bosque, y que se terminase usando para torturar a la gente. Como creador, puedes intentar controlarlo pero al final te das cuenta de que no. Un día haces una canción y al día siguiente, quién sabe, suena en un congreso de VOX”, bromea.

Cuando se despide, sigue lloviendo. Dice que si cambia el tiempo como lo ha hecho durante la entrevista, le duele la mano derecha por una operación, vestigio de una poliatritis que sufrió en todas las articulaciones siendo adolescente. Efectivamente, esa será una de las últimas tardes de terraza en Madrid. Lloverá durante todo el fin de semana, bajarán las temperaturas, y el otoño habrá llegado para quedarse.

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