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El arte de Papúa Nueva Guinea tiene sede permanente en el corazón de Madrid

El arte de Papúa Nueva Guinea tiene sede permanente en el corazón de Madrid

EFE

Madrid —

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El hijo de Nelson Rockefeller, Michael, es la víctima más famosa de los caníbales de Papúa Nueva Guinea que, lejos de desaparecer, han intentado “comerse” hace dos semanas a una pareja británica, un peligro que el “indiana jones” español Jordi Clos recuerda en la exposición que hoy se inaugura en Madrid.

En 2014 se demostró que el menor de los hijos del multimillonario norteamericano, desaparecido en Nueva Guinea en 1961, había sido víctima de una tribu que practicaba la antropofagia y el pasado 14 de enero trascendió que Mathhew Iovane y Michelle Clemens sufrieron graves heridas y cortes mientras unos nativos les metían en una jaula con la intención, aseguraban ellos, de “comérselos”.

“Nosotros estuvimos a 40 kilómetros de esa tribu -en Puerto Moresby- y, de hecho, la persona que nos vendió una de las piezas que ahora se muestran nos dijo que hacía 20 años él era antropófago y me enseñó los cráneos de los 'enemigos' que se había comido”, comenta a Efe Clos, propietario de la colección privada más importante del arte de Papúa Nueva Guinea tras la Fundación Folch.

La muestra se inaugura esta tarde en el hotel Urban de Madrid, uno de los 22 que tiene la cadena Derby en la capital, Barcelona, París y Londres, fundada y presidida por Clos, y allí se quedará de forma permanente.

En todos los hoteles, explica, hay una colección de arte, como la que exhibe el también madrileño Villarreal de arte griego y romano -más de 210 mosaicos romanos y de tanagras-.

La que ahora exhibe el Urban comenzó hace diez años al adquirir Clos a la Fundació Folch de Barcelona en torno a un 20% de las piezas que Albert Folch había adquirido durante sus viajes entre 1964 y 1972.

También forman parte de la colección piezas del antropólogo Jean Louis Roiseux y las que han adquirido en subastas internacionales de Londres y Nueva York.

Ya tienen cerca de 200 piezas, de las que se exhiben casi la totalidad en Madrid, incluidos los tres totem de seis metros de altura que han tardado un año en llegar a España, escudos, sillas, tambores, postes de casas “tambaran”, máscaras del ñame o figuras “yipwon” y “mindja”.

La “compra” de esos objetos, explica, suele cerrarse, siempre tras un largo de día de negociación y si es que superan con éxito la “sorpresa” de que a unos europeos les interesen cosas que siempre han estado con ellos.

El “precio” de las últimas piezas adquiridas han sido las joyas que llevaban los miembros de la expedición -ocho, entre ellos arqueólogos, antropólogos, un intérprete y un médico-, medicamentos y algunas herramientas.

“No tienen un concepto de lo comercial más allá del capricho por algo o alguna necesidad como las medicinas. Es todo una aventura. No existe la moneda sino el trueque y de hecho exhibimos varias quinas, unas conchas que son la fortuna de las familias y que suelen ponerse en sus trajes en las celebraciones”, cuenta Clos.

Son, asegura, tribus que tienen “muy claro” el concepto del “otro”, del “enemigo”, y una relación social con los “suyos” muy alejada de la occidental.

Propietario del Museo Egipcio de Barcelona -la colección privada abierta al público más importante de Europa- y presidente de la Fundación Arqueológica, Clos recomienda a los visitantes de la exposición que no se pierdan un cuchillo de pedernal con hueso que usan las viudas para “auto amputarse” los dedos de la mano: “Es su luto y yo he visto a alguna a la que le faltaban cuatro”, añade.

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