¿Una obra sobre ETA? Ya veremos si la programamos
En octubre de 2013, Javier Hernández Simón y José Antonio Pérez, de 611 Teatro, estrenaron en el Gran Teatre de Alzira, de titularidad pública, su versión de Los Justos, de Albert Camus. Fue un éxito de crítica y público, pese a que el tema era, a priori, peliagudo: trasladaba al espectador a finales de los años setenta, en los primeros pasos de la democracia, cuando una célula de ETA se dispone a atentar contra un alto cargo del Gobierno. Les llovieron premios y el montaje giró por varios municipios, también del País Vasco y de Madrid, donde incluso fue programada en el Matadero, cuyo titular es el consistorio, que entonces regía el PP de Ana Botella.
Poco después, en los albores de 2015, se pararon todos los bolos. Los programadores les cerraron las puertas. “Creo que fue por varias razones. 2015 iba a ser año electoral y los municipios no querían meterse en jardines, así nos lo dijeron. ¿Una obra sobre ETA? Es estupenda, pero ya veremos si la programamos. Alguno incluso nos dijo que si hubiera tenido un punto de vista cómico quizá sí. Por otro lado, y para mí lo más grave, es que no se considera el teatro como reflexión sino como evasión y preferían una comedia que no fuera a ningún lado”, cuenta Hernández Simón a eldiario.es.
Lo ocurrido con Los justos guarda relación con lo que le ha pasado a la compañía Proyecto 43-2 con La mirada del otro, cancelada por el ayuntamiento de Cartaya (Huelva). El montaje retrata las conversaciones entre víctimas y presos arrepentidos de ETA desarrolladas a partir de la llamada vía Nanclares.
Desde su estreno en abril de 2015 había pasado por varios teatros, públicos y privados, sin ningún problema y con las salas llenas. Hasta que el pasado miércoles, según cuenta la actriz María San Miguel, “nos llamaron diciendo que la obra se caía porque Platea [el programa público que ofrece ayudas para las giras] había solicitado una obra de danza. Y no hubo ningún tipo de negociación. Es más, después, desde el Ayuntamiento nos dijeron que llevaban semanas pensando cómo echarla para atrás porque sabían que iba a traer problemas”.
'Efecto titiriteros'
Para la actriz, esta cancelación es un efecto de lo ocurrido hace dos semanas cuando dos titiriteros, Raúl García y Alfonso Lázaro, fueron encarcelados durante cinco días por enaltecimiento del terrorismo en su obra de títeres La bruja y don Cristóbal. Al igual que Hernández Simón, también entiende que tratar el tema de ETA en una obra de teatro sigue teniendo consecuencias en 2016. “Hay sitios donde no nos han cancelado, pero no nos han querido contratar. Y el programador de turno nos ha dicho que no quería generar polémica”, señala San Miguel. Además, añade que para una función que tenían prevista para marzo les pidieron que en la difusión de la obra no apareciera la palabra ETA. “¡Cómo no vamos a hacerlo si va de eso!”, se exaspera la actriz.
Con su primer espectáculo -que también ahondaba en la banda terrorista-, la compañía ya tuvo algún encontronazo con programadores y técnicos culturales. “Estrenamos en febrero de 2012 y nos dijeron que estaba muy reciente el cese de ETA. Y cuando realizamos el preestreno en el LAVA de Valladolid a mí se me aconsejó que había que cambiar algunas cuestiones narrativas si queríamos ser programados. Más que censura, eran recomendaciones de lo que se debía decir o no. Y era mi ciudad en 2012 que entonces gobernaba el PP de León de la Riva”, afirma la actriz.
“El problema es nombrar a ETA. Si lo haces de forma explícita todo es mucho más complicado. Y más cuando el punto de vista no es la versión oficial. Nosotros hacíamos una versión que deslegitimaba la violencia, pero sí había personajes que tienden a reflexiones sobre un conflicto político. Hay una corriente que dice que ETA era una panda de tarados, pero cuando tú planteas otro punto de vista, que es que no se puede matar pero que hay unas teorías políticas a tener en cuenta, a nosotros hubo ciertos sectores que nos contestaron la versión”, comenta Hernández Simón. Estos sectores fueron “la derecha política y medios de la derecha que a través de sus críticas destaparon su línea editorial”, añade.
Comedia sí, conflicto político no
Desde la aparición de la banda terrorista a finales de los años cincuenta las obras teatrales que giran sobre ella son contadas. “Y lo que te vas a encontrar son obras sobre fugas, historias de amor, pero nada de reflexiones políticas”, explica el director. Alfonso Sastre fue uno de los que se atrevió con Análisis de un comando en 1979, ya en democracia y en un tiempo en el que todavía la banda tenía cierto apoyo en el País Vasco. Casi diez años después, Paco Obregón estrenó el texto de Mario Onaindia, Grande Place, en el que a partir del terrorismo se establecía una comparación entre los diversos fanatismos, también el del régimen franquista.
Después de aquello sí hubo montajes, pero giraban en torno al terrorismo, y en la gran mayoría de los casos no se nombraba a ETA de forma explícita, como ocurría en La sangre, de Sergi Belbel (1988). Hubo que esperar casi otros veinte años para que esto se produjera con La última cena, de Ignacio Amestoy (2010), que al fin y al cabo lo que muestra es un conflicto de ideas.
Desde entonces, ETA sí ha tenido más presencia en los teatros. E incluso con bastante éxito, pero como apunta Hernández Simón, desde la clave de la comedia. Es el caso, por ejemplo, de Burundanga, de Jordi Galcerán, que lleva seis años llenando el Teatro Lara de Madrid. O el más plausible, este en el cine, de la película Ocho apellidos vascos.
“Ese es un fenómeno todavía peor. Cuando se establece el cese definitivo de la violencia empieza a surgir la farsa y vuelve el humor regionalista. Y para mí, cuando ese tipo de productos aparece no son casualidades. Me da la sensación de que es que pasemos página, vamos a hacer chistes de vascos y olvidemos todo lo que ha pasado. Porque cuando se quiere hablar de ETA haciendo una reflexión política nadie quiere”, apostilla Hernández Simón, quien no cree que haya realmente una campaña orquestada contra obras que hablen de ETA, “pero sí que nadie quiere hablar de ETA en su teatro”.
Y menos en los teatros públicos. En los últimos meses ha triunfado un determinado teatro político que retrata la corrupción o incluso la monarquía desde un punto de vista muy crítico que no ha generado ninguna controversia. Son obras que, en la mayoría de los casos, han sido programadas en salas privadas y a la vez vadean el asunto del terrorismo. “Cuando veamos que los teatros públicos de los municipios empiezan a programar este tipo de teatro entonces podremos hablar de que hay una apertura. Si te fijas ahora en las programaciones de los municipios de Madrid no te vas a encontrar con nada”, reconoce el director.
“ETA ha dado votos”
¿Por qué ETA a estas alturas sigue levantando tanta polvareda incluso en el mundo cultural? Para María San Miguel tiene que ver con que “este es un país que apuesta por el olvido, no por la memoria”. También ve razones políticas en que el terrorismo siga siendo espinoso mientras que otros asuntos como la corrupción o la monarquía no lo sean: “ETA ha dado votos. La corrupción igual no importa tanto a la gente a la hora de votar, pero ETA sí”.
Hernández Simón reconoce que es un tema “doloroso” y que lo que hay que preguntarse es qué hay que hacer en España para que la cultura sea un valor y el teatro no sea tratado como un mero instrumento de evasión, sino de reflexión. “Y todavía hace falta voluntad política y que la educación no esté al servicio de una legislatura. Mientras no exista un proyecto de país no avanzaremos”, ratifica.
La mirada del otro no será programada en Cartaya, pero hay otros ayuntamientos que a raíz de lo ocurrido quieren cambiar las cosas. “Nos han llamado desde el de Alicante para programarnos en octubre en el teatro principal. Ya estuvimos allí y quieren que repitamos”, anuncia San Miguel. Al menos hay algunos motivos para ser optimistas.